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Cómo a último momento se evitó la guerra con Chile

La Navidad de 1978 pudo haber estado marcada por 22.000 muertos. El 22 de diciembre de ese año, fue el día D. Aquí se cuenta cómo la intervención de Samoré y del Papa evitaron la guerra a último minuto

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Por Romina Calderaro

t.gif (67 bytes)  El 22 de diciembre de 1978, Argentina y Chile estuvieron a pocas horas de entrar en guerra por el llamado "conflicto del Beagle". Iba a ser una guerra total en la que se preveían 20.000 muertos sólo en la primera semana, pero un télex enviado en clave secreta al despacho del papa Juan Pablo II evitó la catástrofe. Cuando el jefe de la Iglesia Católica decidió tomar cartas en el asunto y enviar como mediador al cardenal Antonio Samoré, se despacharon helicópteros para detener el avance los soldados argentinos, que ya estaban en la frontera dispuestos a poner en marcha lo que los militares habían bautizado pomposamente como "Operativo Soberanía". "A los milicos les sacaron el chiche cuando estaban a punto de apretar el gatillo, y no lo perdonaron nunca. El resultado fue Malvinas", dijo a este diario Bruno Passarelli, autor del libro El delirio armado, en el que relata los entretelones del conflicto, veinte años después. En esa época, el autor trabajaba como periodista en el Vaticano, y se vinculó estrechamente con Samoré, quien, asegura, "murió por las trastadas que le hicieron los militares argentinos".

La historia es así: el 2 de mayo de 1977, la corona británica entregó a los embajadores de Chile y Argentina el "Laudo Arbitral sobre el Canal de Beagle". Era la conclusión que había sacado una corte integrada por cinco jueces de distintas nacionalidades consultada por el gobierno británico sobre la disputa que enfrentaba a ambos países desde hacía años: un brazo de mar que en el extremo austral comunicaba a los dos océanos y por las tres islas ubicadas en su desembocadura atlántica: Lennox, Nueva y Picton. El laudo le daba la razón a Chile, incluso más allá de las pretensiones que había planteado. Los militares argentinos no estaban precisamente felices y no aceptaron el fallo.

--¿Cómo se llegó a estar a un paso de la guerra? --preguntó Página/12 a Passarelli.

--Esto formó parte del clima de soberbia ilevantable en el cual había entrado el gobierno militar después de la derrota de la guerrilla. En el '78 pasaban por el éxito momentáneo de la tablita de Martínez de Hoz y se había ganado el Mundial. Estaban eufóricos, solos en la escena. Creían que estaban frente a una guerra ganada e iniciaron en el pueblo una acción psicológica muy fuerte. Hasta Balbín estaba a favor de la guerra. A esto hay que sumarle la total intransigencia de los chilenos.

 

--¿Quiénes querían la guerra y quiénes no dentro del gobierno?

--Luciano Benjamín Menéndez era el más loco de los locos. Le seguían Suárez Mason y el general Antonio Vaquero, comandante del Quinto cuerpo. Una segunda línea, formada por Videla, Viola, Villareal, no la querían, pero eran minoría. El más moderado fue Leopoldo Galtieri, no porque estuviera a favor de la paz, sino porque quería era serrucharles el piso a Suárez Mason y a Menéndez. Yo tengo una tesis: a los militares les sacaron el chiche cuando estaban por apretar el gatillo: no lo perdonaron nunca y se tomaron revancha con Malvinas. Necesitaban un éxito para legitimar las barbaridades que hacían con los derechos humanos.

 

--¿Cómo se empezó a hablar de la mediación papal?

--Elípticamente. Videla y Pinochet se mandaban cartas secretas y concluyeron que el único que podía mediar era Juan Pablo II. Pero no era fácil: Pinochet era un gangster, que decía una cosa y hacía otra, y Videla era casi un medroso, un débil. Hasta que se llegó al 22, día de mayor dramatismo, sin ninguna solución. A medianoche se iba a producir el desencadenante de la guerra, una incursión no en las tres islas, sino en los islotes aledaños que a través del Laudo Arbitral quedaban en manos de los chilenos. Mientras tanto, se estaba desarrollando la tarea diplomática. Raúl Castro, embajador de Estados Unidos, había sensibilizado muchísimo al presidente Carter. Y el nuncio apostólico Pio Laghi trataba de comunicarse con el Papa, pero sus mensajes se perdían en la burocracia de la Secretaría de Estado.

 

--Usted exalta mucho los esfuerzos de Laghi.

--Es que él fue quien realizó un movimiento de último momento, casi desesperado. El 21, cuando tuvo la clara conciencia de que la guerra era inevitable, utilizó una clave secreta solamente destinada a situaciones de emergencia internacional. Lo cómico es que él no la podía transmitir desde el télex de la Nunciatura porque saltaba, y tuvo que ir a la única embajada con la cual estaba en buenas relaciones, la norteamericana. Finalmente mandó varios télex, que terminaron sobre la mesa del Papa. En el tercero le dice: "Santo Padre, intervenga".

 

--¿Cómo fue el 22?

--El 21 a la noche, el Papa se fue a dormir resignado porque creía que no iba a poder hacer nada. Había escrito un documento muy desesperanzado. Por la madrugada, le llegan las noticias de una disponibilidad de Videla y Pinochet. Le dicen: "Tenemos acá el télex de Videla, y también está de acuerdo Pinochet. Dicen que si usted hace una intervención fuerte se podría parar la guerra". Entonces se escribe la segunda parte de ese documento, donde le anuncia al mundo que había detenido la guerra y que mandaría a su representante personal, el cardenal Antonio Samoré.

 

--A quien usted conoció bastante.

--Sí, al pobre, los militares le hicieron mil trastadas y se murió del corazón. Durante tres años, los milicos argentinos se pasaron desairando al Papa. Cuando fue presentada su propuesta, infinitamente mejor que el Laudo Arbitral, Chile contestó en tres días y Argentina no contestó nunca. El pobre viejo se murió sin saber que había logrado detener la guerra. Finalmente, en 1984, ambos países firmaron el Tratado de Paz y Amistad.

 

--¿Por qué cree que el Papa se jugó tanto?

--Estaba hacía tres meses. Era totalmente nuevo. Era el momento de mayor auge de este Papa joven, lleno de vitalidad, que había dado un golpe de timón en la Iglesia y venía de una nación subyugada por el comunismo, que también había sufrido el nazismo e intervenía en cada situación donde creía que la paz estaba amenazada.

 

--¿Por qué cree que no se evitó Malvinas?

--Porque el Papa no intervino en esa oportunidad.

 

--Dice en su libro que muchos protagonistas no quisieron hablar más de esto. ¿Quiénes?

--Esto fue una gran derrota de los halcones, de los duros, que estaban enfrentados con Videla, quien estaba programando una especie de apertura política muy condicionada. El hablaba con los políticos de centroderecha. Y Bartolomé Gallino, Omar Riveros eran el ala belicista, y a su vez tenía una alianza cruzada con Massera, que quería llevar adelante esta guerra porque en ella la Marina hubiera tenido un rol protagónico.

 

--Finalmente, las islas quedaron para Chile.

--Se va a la mediación, se discute y se discute, y sí, las islas eran chilenas. Ellos las habían habitado, tenían desde el siglo pasado colonos instalados. El laudo de la Corona fue exagerado, es cierto, pero ésa es otra cuestión.

 

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