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HISTORIA INTIMA DEL MASTIL DE LA UNIDAD NACIONAL

La enseña que Techint legó

Carlos Menem quiso tener su Campo de Marte en la Plaza Colón, pero debió conformarse con una terraza para honrar visitantes ilustres. El grupo de los Rocca le montó, solícito, el mástil.

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Por Julio Nudler

t.gif (67 bytes)  Llamarlo "Mástil de la Unidad Nacional" suena grandilocuente y recuerda proyectos como el del Altar de la Patria que quiso erigir José López Rega. Pero la luminosa bandera argentina de guerra de 150 metros cuadrados que flamea en su cima, debajo de la luz roja que debe mantener lejos a las aeronaves, produce una intensa emoción patriótica y despeja cualquier ánimo crítico. Ondeando a 19,22 metros sobre el nivel del mar, la enseña preside una segunda explanada, construida junto al flanco nordeste de la Casa Rosada, no lejos del roble de Guernica y del tránsito enloquecedor. A pesar de la polución y los ronquidos de motor, el sitio servirá de "ámbito solemne que permita al Excelentísimo Señor Presidente de la Nación realizar actos protocolares de máxima jerarquía como recepción de autoridades extranjeras que requieran ese marco". Fue Carlos Menem quien en persona dispuso que "se diseñara y construyera un mástil monumental que permitiera enaltecer el espíritu patriótico de nuestro pueblo y reafirmar el amor por nuestra Patria". A la concreción de esos propósitos contribuyó el grupo Techint, que mientras regalaba el magno símbolo no debe de haber podido olvidar su preocupación por cuánto dependen sus negocios de algunas decisiones próximas de este Gobierno. En su áspero pleito con las automotrices y con la siderurgia brasileña necesita de la comprensión oficial.

La idea surgió en la mente presidencial durante su visita a México, en noviembre de 1997. Allí fue objeto de un majestuoso recibimiento en el llamado Campo de Marte, una antigua cancha de polo donde los visitantes ilustres son bienvenidos por autoridades, vistosas tropas y tiernos escolares. El riojano quiso contar con un solar parecido, finalidad para la cual podía servirle la actual Plaza Colón, que separa a la Rosada de una de las más prototípicas realizaciones del menemismo, Puerto Madero. Sus asesores idearon entonces una capitalización de deuda: le darían a Fernando de la Rúa la oportunidad de saldar un viejo pasivo. Este se originó durante la presidencia de Agustín Justo, cuando para prolongar la calle Victoria (posteriormente Hipólito Yrigoyen) hasta el pie de la barranca del Bajo se le rebanaron 17 metros a la sede gubernamental. Ahora la Capital podría pagar esa deuda con la entrega de la plaza. Pero a De la Rúa no parece haberle caído simpática la idea, o tal vez prefiera materializarla después de 1999.

El marciano campo porteño quedó así reducido a una terracita, bajo cuyas losas se paleó tierra de todas las provincias como expresión de la proclamada Unidad Nacional. Tal vez haya algunas paladas extra de greda riojana. Sobre aquellos terrones se emplazó un caño-asta de acero fabricado por los Rocca, con un diámetro de 97,4 centímetros en su base y 40 metros de altura. Como es decisión que el estandarte permanezca siempre enarbolado, Carlos Menem y Carlos Corach debieron firmar un decreto especial, autorizando a que esa bandera nacional se mantenga izada permanentemente. Esto contradice lo normado en el artículo 4 del decreto 1027 del 19 de junio de 1943, dos semanas después del golpe filofascista del general Ramírez. Aquellos militares prescribían cómo arriar y volver a izar la enseña patria cada día.

Mientras la bandera comienza a tremolar junto a los techos de la Rosada, Techint tiene presentada ante la Subsecretaría de Comercio Exterior una denuncia por dumping contra la importación de chapa laminada en caliente (de alta resistencia, usada en calderas, camiones, etcétera), proveniente de Rusia, Ucrania y Brasil (donde el enemigo se llama Compañía Siderúrgica Nacional). El caso deberá resolverlo la Comisión Nacional de Comercio Exterior en principio durante este verano: si sus miembros admiten que la importación causa daño, le impondrán derechos preventivos adicionales hasta nivelar sus precios con los internos, fijados por Siderar (nacida con la adquisición de Somisa por Techint), como único productor. Se supone que un fallo favorable servirá de advertencia para quienes pretenden disputarles mercado a los Rocca, pero será además crucial para las futuras reglas que gobernarán este negocio en el Mercosur. La fuerte recesión de los últimos meses se llevó por delante todas las defensas que protegían el negocio local.

Otras denuncias, pero en ese caso contra Techint, están siendo estudiadas en la Comisión de Defensa de la Competencia. A ella acudieron tres centros siderúrgicos (mayoristas) invocando abuso de posición dominante por parte de los Rocca, que fueron integrando verticalmente su quehacer (a veces mediante la absorción de otras firmas, como Comesi), hasta abarcar hoy el acero, la chapa, diversos productos aguas abajo y hasta la distribución. En cuanto a las automotrices, su andanada contra "los tanos", como es conocida cariñosamente la familia que controla Techint, es violenta. Aseguran que el precio de cada tonelada que Siderar les vende a las terminales es entre 50 y 60 por ciento más alto que el vigente en Estados Unidos. La polémica parece justificar, por sí sola, la decisión de consagrarle un mástil a la esquiva unidad nacional.

 

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