Siguiendo los pasos del Tigre
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Por Miguel Bonasso
Mientras fuentes gubernamentales citadas por la agencia DyN indicaban que podría encontrarse en la estancia "La Guarida" de Santiago del Estero, fuentes policiales oficiosas señalaban a este diario que en realidad no habría dejado nunca Pinamar, donde se encontraría "guardado" en la casa de un amigo o protector vinculado, como él, a la represión de los setenta y los negocios turbios de los noventa. Los que piensan de este modo hacen alusión a un misterioso Volkswagen Saveiro, blanco, sin patentes, que se desplaza por las colinas del balneario con tres personajes de fea catadura en su cabina. A esta altura ya no caben dudas de que el capitán de fragata retirado Jorge Eduardo Acosta, ex jefe de Inteligencia del Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA, se encontraba desde Semana Santa en Pinamar, donde --según sus propias confidencias con algunos vecinos del lugar-- se aprestaba a trabajar en una tarea altamente sugestiva: analizar el régimen de mareas para un estudio de factibilidad del proyectado puerto de aguas profundas, en el que estaban interesados tanto El Cartero como el empresario Carmelo Gualtieri, a quien algunos llaman "el Yabrán de Duhalde". El lunes último, cuando Jorge Acosta denunció a este cronista ante el comisario de Pinamar Jorge Acosta, se presentó como "técnico naval" y aseguró que estaba por conseguir un puesto de trabajo en el pueblo. En su charla posterior a la fallida denuncia, Acosta aseguró a su homónimo que vivía con trescientos pesos por mes y que en los últimos años había residido en Brasil. Después del escrache realizado el domingo anterior por este diario, han comenzado a brotar los testimonios locales que van dando cuenta del paso del "Tigre" por la playa. Así se sabe por ejemplo, que todos los días compraba el diario en un kiosco de la avenida Shaw, ubicado frente al Mercobank. Solía pedir La Nación y, a veces, Clarín y Página/12. Compraba también los semanarios trespuntos y XXI. En tanto, su segunda esposa (la misma que se molestó porque este cronista importunó su ingesta alimenticia con el recuerdo de los desaparecidos que su marido arrojó al océano), prefería las revistas de decoración. Acosta le comentó al quiosquero que a partir del 15 del corriente no compraría más los diarios, porque había puesto en alquiler su chalet. El martes 15 era el día en que tenía que presentarse ante el juez Adolfo Bagnasco y no fue, prefiriendo pasar a la clandestinidad. Al juez Bagnasco, le mandó a decir con su abogado Carlos Mazzucco que no asistiría a la citación por razones de salud. Este cronista, sin embargo, lo vio en buenas condiciones físicas, frente a una botella de vino tinto y un plato de fiambres.
Página/12 también averiguó que el BMW rojo en el que se transportó la noche del escrache tiene una patente (B 178041) que no corresponde al auto en cuestión. Por su parte la pick up Ford F-100 que descubrimos estacionada frente a su chalet de la calle Del Tala casi esquina con Valle Fértil (y hasta ayer seguía en el mismo lugar), fue comprada como material de rezago en un remate de la Armada. El chalet, inapropiado para alguien que sólo cobra trescientos pesos, fue alquilado a la inmobiliaria de Coco Herrera, padre de Julio Herrera, con quien estaba cenando en la parrilla "Estilo Criollo" la noche del escrache. Julio Herrera, quien aparentemente está desvinculado del negocio de su padre fue, sin embargo, el encargado de pagar en la cooperativa telefónica Telpin la cuenta del teléfono número 85296, que Acosta usaba como aparato fijo en el chalet. La factura ascendió a 240 pesos y el corte se realizó el pasado 16, cuando el represor llevaba 24 horas prófugo. La última llamada fue a Madariaga, al número 026720076, a las 6.46 del miércoles último. Las otras comunicaciones obtenidas en forma exclusiva por Página/12 fueron las siguientes: el domingo 13 llamó cinco veces, entre las 11.12 y las 20.03, al celular de Buenos Aires, número 0501245. El lunes 14, cuando ya había sido escrachado, hizo otras cuatro llamadas al mismo número y luego se comunicó con el 777-7594 (a las 17.07), el 521-7124 (18.35) y el ya citado teléfono de Madariaga, 026720076, a las 23.40. El martes 15, cuando el juez Bagnasco lo esperaba para declarar, llamó al 777-7594, a las 10.27; al 814-0041 dos minutos más tarde y al 0501245 a las 10.31. El miércoles 16, a la mañana, se produjo el último llamado desde el 85286 de Pinamar. Y no se sabe si lo hizo el Tigre, que ya estaba con pedido de captura desde el día anterior, u otra persona de la casa, como su segunda esposa.
Página/12 llamó a los teléfonos indicados, con el siguiente resultado: el presunto propietario del celular 0501245 cortó con evidente disgusto. La persona que atendió en el 521-7124, ídem. En el 814-0041, un contestador informa que "se atiende al público, de lunes a viernes, de 14 a 18". Un horario de oficina algo excéntrico. En el de Madariaga no contestaron. La única identidad que se pudo establecer fue la correspondiente a la titular del 777-7594, que resultó ser Mirta Ofelia Rodríguez. Hasta aquí llegó el periodismo, apoyado por una red de informantes seguros que deben permanecer en el anonimato. Si la SIDE, la Federal, Interpol y algunas policías provinciales lo están buscando con el celo que proclaman sus voceros, la cacería del Tigre debería estar a punto de concluir. Pero en este país las cosas nunca son tan sencillas y claras.
UN EPISODIO VIOLENTO EN LA ISLA MACIEL Los riesgos de una investigación
Por L.V. Los cuatro hombres aparecieron de improviso, cuando el coche de Página/12 se acercaba al edificio de Río Bravo, el astillero que el Tigre Acosta tiene en la isla Maciel. Uno de los agresores sacó un arma y apuntó a través de la ventanilla cerrada. "Pará el auto" fue la orden. En un segundo se alcanzó a ver el pelo muy corto, la mirada dura y el cañón negro de la pistola cada vez más cerca del vidrio. Después, casi al mismo tiempo, el chofer aceleró y se oyó el disparo. El episodio ocurrió el viernes, cuando una cronista de este diario y un chofer intentaron llegar al astillero ubicado en la calle Rivas 175. El automóvil logró escapar con sus dos ocupantes aplastados contra el piso, asomando apenas la cabeza para vislumbrar el camino hasta la primera esquina. Toda la escena --los hombres rodeando el coche, la ostentación del arma, el disparo-- se desarrolló sin que a los atacantes les preocupara que hubiera otros testigos en la cuadra. Eran las dos y veinte de la tarde. Poco antes, en una recorrida por la isla, los vecinos habían ayudado a ubicar el lugar, al que todos identificaron de inmediato. "¿El astillero del Tigre Acosta? Agarren por la calle del muelle al fondo", señalaron sin dudar. Algunos isleños también se comunicaron telefónicamente durante la semana, para contar que el represor llega con frecuencia al lugar para controlar de cerca la marcha de su empresa. "Viene muy seguido, da las instrucciones y desaparece. Estuvo por acá incluso la semana pasada. Lo reconocimos por las fotos que sacó el diario" sostuvo uno de ellos. Otros agregaron que toma personal temporario y detallaron los trabajos dentro del astillero, donde se arman barcos medianos y funciona un taller de reparaciones. Los investigadores que siguen de cerca los negocios de Acosta aseguran
que en Río Bravo tiene como socio al capitán de fragata (RE) Fernando Enrique Peyón
quien, como él, formó parte del grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada
durante la dictadura. Acosta también estuvo vinculado con el astillero Astilsur, una
empresa naviera que obtuvo préstamos por 32 millones de dólares de bancos privados para
construir y exportar 16 buques que nunca fueron terminados ni vendidos. Por este motivo
estuvo procesado en 1987, pero la causa prescribió y Acosta fue sobreseído. |