Por Pablo de Santis
En su
juventud, antes de que el dibujo lo atrapara, Oski escribía poemas. Pero como le daba mucha vergüenza que alguien los leyera, los anotaba en clave. Los años
pasaron, perdió la clave y los poemas se hicieron irrecuperables. Esto lo contaba Oski
poco antes de morir. Como ocurre con tantos misterios, con tantos secretos, la idea de la
clave perdida es acaso más hermosa que los poemas indescifrables. Podemos imaginar que
esa clave perdida era un alfabeto inventado, armado con pequeños jeroglíficos, y que
esos jeroglíficos se convirtieron en dibujos.
Un artista es un artista verdadero porque en algún momento pierde el idioma y lo que
tenía para decir, y tiene que inventar todo de nuevo.
Oski perdió la clave e inventó todo de nuevo.
La figura en el tapiz
Quien haya leído aquella pesadilla redactada por Henry James, La figura en el tapiz,
cederá siempre a la tentación de encontrar en la obra de un artista una forma escondida
detrás de los períodos, las vacilaciones, la multiplicidad. En Oski se adivina la figura
de la fuga. Fugas literales de indios, de animales, la fuga del cuerpo amenazado por la
medicina, la fuga de los deportistas que parecen buscar la gloria pero no hacen más que
huir de la derrota. Pero también la otra fuga: la del sentido que se escapa por los
intersticios de la letra.
Toda su obra fue un diálogo incesante con la palabra escrita. La historieta no puede
alejarse de la palabra, porque la palabra es su naturaleza y su destino. Pero la
ilustración sí. Oski en cambio nunca quiso que sus dibujos estuvieran solos: siempre
acompañados, siempre en combate y contraste con textos sometidos al recorte y a la
ilustración, que altera su sentido sin tocar una letra.
Y sus dibujos son a la vez una especie de lenguaje escrito: sus olas, sus
detalles, sus pájaros, sus nubes, parecen siempre palabras, una caligrafía demencial.
Una digresión: de vez en cuando pasan en cable el documental Crumb, de Terry Zwigoff,
donde vemos a la extraña familia del dibujante Robert Crumb. El hermano mayor, Charles,
se niega a salir de la habitación en la que vive. Sus problemas psiquiátricos comenzaron
a manifestarse a través de la historieta: dibujaba una versión de La isla del tesoro,
inspirada en los personajes de los historietistas de la Disney, cuando el texto empezó a
obsesionarlo. Los globos se hicieron más grandes, finalmente aplastaron a los personajes
y conquistaron toda la página. La letra se hizo tan minúscula que pronto perdió todo
sentido. Crumb guardaba aquellos cuadernos de su hermano, saturados de una
escritura-objeto que la locura le había dictado. Los cuadernos fascinaban a Robert Crumb,
porque decían tanto que ya no decían nada. Su hermano Charles había seguido de largo,
pero él, Robert, sabía dónde detenerse.
También Oski, amenazado por la caligrafía, sabe dónde detenerse. Justo en el borde
desde donde se mira el precipicio.
El orden del mundo
Los reglamentos, los manuales, los archivos, intentan organizar el mundo. El mundo, sin
embargo, tiene una resistencia natural a la organización. Inclusive en el orbe limitado
del Scrabel, o de cualquier otro juego donde el lenguaje tenga alguna presencia,
aparecerán situaciones imprevistas. La obra de Oski trabaja sobre el deseo de estos
reglamentos, manuales y formularios de organizar cualquier parcela del mundo y demuestra
cómo las cosas se escapan a la clasificación, al sentido, al lenguaje.
Oski hizo del fracaso una vocación. Quería ser, confesaba, un dibujante clásico, pero
no le salían los caballos, y tenía que dibujar los pastos altos para que no se le vieran
las patas. Descubrió la belleza de los textos en el momento en que la representación se
les hace imposible, y la realidad se despide para no volver. En sus dibujos mismos no hay
jerarquía alguna, y el ojo puede viajar como por un mapa ilimitado y construir su propio
recorrido. Nadie puede decir cuál es el centro y cuáles los márgenes, donde está lo
cercano y dónde lo lejano.
Oski utilizaba el verbo traducir en lugar de ilustrar: traducía cuadros famosos, estampas
ignotas, traducía los textos de los cronistas de Indias, de los viajeros europeos o de
los habitantes de la colonia. Su traducción es voluntariamente literal; simula creer todo
palabra por palabra, simula una fidelidad absoluta al original. Y al ver sus imágenes de
la conquista y de la colonia, uno se siente tentado a pensar que las cosas fueron
exactamente así desordenadas e inciertas antes que como lo pintan las
imágenes realistas o aun las ilustraciones bienintencionadas: aquellas que buscan darle
al indio la impavidez del bronce, al gaucho la difuminación de la nostalgia.
Pajaritos sin alas
Juan Sasturain le hizo en 1979 un reportaje definitivo, testamento y arte poética a la
vez, donde Oski no reflexionaba sobre su obra desde el final, que estaba tan cerca, sino
desde el medio, o acaso desde el principio. Un verdadero artista siempre está comenzando;
dibuja unos palotes, hace borradores, se prepara para el porvenir.
En esa conversación repasaba su vida como una serie de casualidades y accidentes, que
terminaron por dibujar un destino.
Oscar Conti nació en Buenos Aires en 1914. Después del secundario, pasó por el diario
Crítica, como letrista, por la Facultad de Agronomía que eligió porque no
había que hacer el ingreso, como a Medicina, que era muy caro y por Bellas Artes.
En la librería Moine y Laserre lo contrataron para hacer láminas didácticas: la Batalla
de San Lorenzo, los huesos del cuerpo humano, el verano.
En 1942, cuando la prolijidad y las formas puras eran el único dibujo que la gráfica
admitía, la revista Cascabel publica los primeros chistes de Saúl Steimberg, que
preparan el terreno para el trabajo de dibujantes como Landrú, Copi y Oski. En Cascabel
Conti comienza su colaboración con Carlos Warnes (César Bruto), que se extenderá
durante veinte años. Lejos de recordar una relación armoniosa, Warnes pintaba a un Oski
seco, amargo, que entregaba los dibujos, saludaba y se iba. En 1944, cuando Guillermo
Divito funda Rico Tipo, Oski y César Warnes se convierten en colaboradores del semanario,
fundamentalmente a través del periódico Versos y Notisias (gran diario de todos los
miércole). Oski también publicó en las páginas de Rico Tipo chistes sueltos y un
único personaje fijo, Amarrotto.
Amarrotto por un lado respeta las normas de la época de los tipos, aquellos personajes
fijos, cuya gracia funcionaba en la repetición infinita, como Fallutelli o Fúlmine, de
Divito, Afanancio o Piantadino, de Mazzone, Bólido, de Ferro, entre tantos otros. Pero su
dibujo deliberadamente desprolijo y su manejo anárquico de las dimensiones y la
proliferación de objetos diminutos ponen a Amarrotto en un espacio aparte. Divito,
representante él mismo de una línea perfeccionista y clásica del humor, tuvo la
inteligencia para incorporar talentos de otra escuela completamente distinta, como Oski,
Landrú y, en los años cincuenta, Calé.
Oski ilustró libros de César Bruto, como el Medicinal Brutosky Ilustrado, y
textos de diversas presencias: Los comentarios a las tablas médicas de Salerno, La vera
historia del deporte, La vera historia de Indias, Ars Amandi, Fausto criollo. También
recreó escenas de la Biblia ydel zodíaco. Fue escenógrafo, y acaso de ahí le viene la
obsesión por llenar el papel con dibujitos, marcas, ese espanto por dejar la página en
blanco. Una de las características del humor gráfico es la dirección única de la
mirada: mientras que en la historieta puede haber detalles en el fondo que requieran un
paseo más lento, en el humor la visión debe ser instantánea, y por eso hay que eliminar
lo que distrae y sobra. Oski, por el contrario, sembró el escenario de distracciones.
Dibujar, para él, fue distraer.
Estaba viviendo desde hacía varios años en Milán cuando vino a la Argentina en 1979,
como invitado a la Primera Bienal Internacional del Humor y la Historieta, en Córdoba.
Tuvo que ser internado de urgencia en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, donde
murió.
Un tiempo antes Juan Sasturain le había preguntado por qué pintaba los pajaritos sin
alas.
No es que no tengan, le respondió: es que no se ven.
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