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Oski El Viejo


Por Juan Sasturain


t.gif (67 bytes)  Ladino, escondedor, nunca se sabía bien si no quería o no podía. Pero saber, sabía. Jamás la elocuencia, el irse de boca o de dibujo o de explicitud. Ejercía un pudor que podía permitirse la ironía feroz, la cachada, pero no el énfasis. Podría haber sido uruguayo. Oski daba siempre la impresión –que se desprende de su obra maravillosa– de estar diciendo mucho más, de estar hablando de otra cosa. Y nunca de boludeces de esas con mayúscula. Sabio de la docta torpeza.
Aunque no lo conocimos demasiado, porque vivió muchos años afuera antes de morirse acá y casi por error en el ‘79, Oski fue para nosotros siempre –como en el caso de Alberto Breccia– “el viejo”: El Viejo Oski. También se podría haber pospuesto sin escándalo la calificación y así arrimarlo –como Oski el Viejo– a una tradición que no le hubiera molestado para nada: la de Brueghel. Si hasta el autorretrato grabado del flamenco, ya veterano y con esa gorra redonda que no impide que se le escapen algunos pelos de la melenita que uno supone blanca, no le quedaría mal al nuestro. Oski, al final, tenía esa melenita y esa mirada pícara, incisiva y de perro ladrador. Que a veces mordía, claro. Casi siempre.
Oski el Viejo supone un Oski el Joven que no existe si no es él mismo. Sólo él. Porque no tuvo abuela nacional ni descendientes directos en esto de dibujar. Quien le pescó la mejor filiación es Sábat, que alguna vez le agregó, a la referencia inevitable a Saul Steinberg –padre del dibujo de humor contemporáneo– la condición de “sobrino nieto de Durero”. Exactamente eso. Y de los herederos plurales, serie abierta, incalculable, mejor no hay que hablar. Con otra muy otra cabeza, Copi siempre “dibujó mal” como Oski y supo patear tableros según la lección soterrada del maestro que, probablemente, no lo hubiera soportado. Buena señal.
Oski era un genio. No hay muchos de los que pueda decirse eso. Inventó una manera de representar el mundo y la gente que convirtió su obra en un prontuario de la aventura (la tontería) humana con el simple recurso de transcribir literalmente esos empeños. Y encima te reís.

 

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