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CHISTES Y PEDIDOS ABSURDOS EN URGENCIAS

Pavada de emergencia

Cachadas, avisos de accidentes falsos, jadeos, risas o pedidos increíbles constituyen buena parte de los llamados que reciben diariamente servicios de emergencia como el Same, Defensa Civil o Bomberos. También están los que se sienten solos y lo único que quieren oír una voz al otro lado de la línea.

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Por Cristian Alarcón


t.gif (67 bytes)  Son las dos de la madrugada del sábado y la mujer se mira, da un último repaso ante el espejo. La catástrofe es evidente. Disca el 103.
–Disculpe señor, es horroroso, pero estoy por salir y se me corrió la media. Ustedes deben saber dónde conseguir un par a esta hora –le dice a un operador telefónico que tarda en articular respuesta.
–Señora, nosotros somos Defensa Civil. Estamos para resolver situaciones de emergencias o catástrofes. No podemos solucionarle esto –intenta explicarle desbordado del otro lado de la línea.
Resulta imposible tranquilizar a la dama y hacerla entrar en razón, como a tantos otros miles. Los operadores lidian cada día con personas que discan tres mágicos números para cuestiones lejanas a las situaciones trágicas o peligrosas que deben paliar servicios como el SAME, de emergencias médicas, bomberos, guardia de Metrogás, o hasta asistencia al suicida. Las estadísticas de Defensa Civil, por ejemplo, indican que el 47 por ciento de los llamados que reciben en el 103 son cachadas, accidentes falsos, propuestas de sexo telefónico, chicos de la calle, jadeos, presos de Caseros que buscan una relación aunque sea telefónica con alguien del exterior, personas deprimidas y solas, o nenes que juegan a aquellos gags inmortalizados por Carlitos Balá: “Hola, bomberos, acá lo llama la llama”.
La media corrida de la mujer es una situación amable al lado de los insultos que se reciben a diario. Como también ocurre en la guardia toxicológica de la ciudad. La médica Marta Braschi gasta parte de su paciencia con los que discan para “soplar, poner música o decir obscenidades”. “Hoy llevamos 115 llamados –dice el martes a las siete de la tarde, después de 11 horas de turno que se estirarán hasta la mañana siguiente–, y, la verdad, que para nosotros es terrible que haya gente que no entienda la importancia de una línea donde el que llama en general está en peligro.” En la salita donde dos médicos pasan 24 horas en alerta también están los que piden respuestas a intríngulis de revista Billiken: señoras que quieren saber si pueden volver a poner en el freezer una bola de lomo descongelada, si el propóleos de un caramelo puede engordarlas y matarlas y hombres que no saben cómo aplicar un producto de limpieza. En la estación central de Bomberos, tras el 110, las empleadas, cuatro por turno, están hartas de los chistosos. Han aprendido a reconocer los tonos de la verdadera desesperación. “Te das cuenta, presentís cuando es cierto.” Aun así los bomberos van donde las llamas no llaman. Y en el cuartel, donde una farolera chistosa dice cosas como: “¿Hola, Bomberos? Habla Juana de Arco, ¿me mandan una manguera para esta noche?”.


Same ya


Es una pecera de grandes dimensiones y vista desde afuera parece una de esas escenografías publicitarias donde se simula un panel de control de la NASA con imaginación argentina. Pero es el reducto donde con 30 líneas rotativas una decena de operadores contestan y coordinan la atención de los 108 mil llamados de emergencia que recibe al mes el Servicio de Emergencias médicas. De esa cifra el 20 por ciento es otra cosa, broma o dato falso. “Son muchos chicos de la calle” observa el director de Operaciones, Luis Espinoza. Cuando el embustero es un niño se los testea con preguntas casi periodísticas sobre quién, cuándo, dónde, etc., hasta que se pisan. Es claro cuando son varios y se pasan el teléfono, o se les escucha reprimir la risa con las manos. “Claro que a veces el chico te dice ‘mi mamá se desmayó y es cierto. Entonces ves si el nene puede ir a buscar a un vecino hasta que enviamos la ambulancia”, dice Iris. Ella, como casi todos los operadores, ha recibido decenas de llamados desde las cárceles. O desde los hospitales neuropsiquiátricos. Hay solos que se convidan con diálogos telefónicos (ver aparte).
El problema ante los mentirosos es que por más desconfianza que tenga el telefonista, cuando no puede descartar que es un invento debe enviar igualla ambulancia. En el centro de operaciones hay un escritorio con un micrófono, como los del antiguo “Viaje a las Estrellas”, donde se acumulan papeles con la leyenda manuscrita de “llamado falso”. Espinosa conjetura que si un helicóptero del Same pudiese sobrevolar la ciudad y avistar los teléfonos públicos sería controlable el caos. Para el funcionario todo se trata de un feroz individualismo, el mismo que ataca en la calle cuando las ambulancias del Same encienden la sirena y no hay Dios que aparte a los automovilistas del camino hacia un accidente.
“¡Y qué importa que esté desnuda!” Casi grita una rubia en el límite de su turno que termina en cinco minutos, a las 18, después de seis horas entre líos infernales. Habla de una mujer al borde de un balcón que amenaza con terminar de una vez por todas. Más temprano el grupo tuvo una de esas alegrías que los convierte en modernos héroes anónimos. Lucen menos estelares que los de “Chicago Hope”, pero felices ante el nacimiento de otro chico después de que su madre discó el 107. “El Same está con poco personal. El Same no está bien, está como el país. Acá nos esforzamos y el trabajo finalmente sale bien. Pero todos nosotros sabemos que como cada vez menos gente tiene obra social, esto se satura. A mí no me da bronca que la gente llame por joder. Lo que me da bronca es que cada vez nos necesiten más”, opina Mónica detrás de su escritorio de siempre, donde contesta y coordina hace diez años, frente a un micrófono como los de las viejas radios. “La gente está cada día más loca”, dice una de las mujeres de guardapolvo blanco. “¡No sabés!”, largan de la otra punta. “Y acá también estamos más locos”, tiran entre enloquecedores pitidos telefónicos, nombres de hospitales, calles, patologías y heridos. Más o menos avergonzados cuentan del tipo que hoy llamó diez veces para decir que tenía un pene demasiado grande. “¿Vos qué solución podés darme, mamita?”, repetía. A la central la decoran un esmerado árbol de Navidad y guirnaldas que dan vueltas las cuatro paredes.

Jodas de vecinos


–Mire, escúcheme. Tengo que ir al teatro a ver Chiquititas. Y no consigo entrada. Viene mi sobrinita del interior y esto para mí es una emergencia. ¡Usted me tiene que solucionar el problema!
–Señor, esto es Defensa Civil –contesta por enésima vez el operador, que ya no sabe si lo que dice el del otro lado es una cargada o es en serio. Parece que es en serio.
–¡Cómo puede ser! ¡Así funciona el Estado! –se queja el ciudadano.
En los últimos dos meses Defensa Civil recibió, según las estadísticas, más de once mil llamados. Y de ellos, el 47 por ciento, unos cinco mil, fueron truchos, o cargadas, o pedidos que no corresponden específicamente al servicio. El director general, Víctor Capilouto apunta: “Esto deja claro que en nuestro país el valor vida no cotiza en Bolsa, son emergentes de una sociedad demasiado castigada”.
Entre los “descolgados” que usan el servicio, están “los vecinos que tienden a joderse porque están enemistados. Entonces denuncian una fábrica de pirotecnia donde no hay nada. O inventan peligros de derrumbe. Lo típico es el problema de las medianeras”, cuenta el director operativo, Cristian Bernardi. También hay quienes pretenden que “ante un corte de luz les manden un grupo electrógeno”, o quienes denuncian “un extraño polvo contaminante que es en realidad la cal que cayó de un camión que pasaba”. O quien busca otro tipo de satisfacciones. “Hay mujeres que quieren sexo por teléfono –cuenta Rubén Enrique, un empleado de uniforme azul de grafa, cuatro hijos, y 500 pesos al mes que lo obligan a un segundo trabajo como cortador de telas en un taller. Más la secundaria que intenta terminar de noche–. Entonces las minas estas quieren que las sigas en lo que te piden ‘Ponéme acá. Tocáme acá. Decíme tal cosa’. Y están los tipos que se quieren levantar a las chicas que atienden.” Los empleados de DC sienten cierto orgullo por pertenecer a esa repartición del gobiernoporteño y no a otra. “No es una oficina de tránsito”, dice Celina Gutiérrez, directora de Emergencias Sociales. Y sobre lo soez de los hombres que empiezan preguntando edad y señales, para seguir con invitaciones, se ríe la operadora Jovita Gonzáles, de 57.
El sábado, hace una semana, una mujer embarazada de siete meses llamó decenas de veces al 103 hasta que consiguió que por ella se movilice una cuadrilla. En ningún otro número pudieron darle respuesta. Era la una de la mañana y en una alcantarilla habían caído sus llaves y el monedero con lo que quedaba de su sueldo. La mujer insistió tanto que el empleado de Defensa Civil supo que, a pesar de que no le correspondía “técnicamente” la tarea, había que resolverla. Es de mil maneras como la emergencia o la necesidad extrema queda sepultada a veces bajo un alud de llamados equívocos. Así como la ciudad, sus monstruos tampoco se detienen. Porque en miles vive la soledad como reina loca que de repente intenta abandonar los cuerpos en la noche. Y a veces, así como la necesidad extrema, la locura, el hastío o la estupidez asaltan al Estado, tan al alcance de la mano, de manera increíble, por un simple y gratuito número de tres cifras.

 


Lo que cuentan los chicos

Por C.A.

t.gif (862 bytes) El ruido de las estaciones de trenes se les ha hecho habitual a algunos operadores de emergencia. Surge desde el fondo de voces infantiles. "Te das cuenta que son lugares grandes por el ruido, se siente que alguien grita algo con la palabra andén en el medio, bocinazos", dice el operador de Defensa Civil Jorge Néstor Torres. El es, como el resto los empleados municipales que atienden el 103, un hombre de varios roles en Defensa Civil. Sabe de rescates, de resolver situaciones de riesgo, y hace guardias de seis horas atendiendo el servicio. Prefiere no cortar cuando del otro lado aparece un pibe que "no sabe muy bien por qué está jorobando". Torres dice saber: "Lo único que quieren es alguien que los escuche. Al menos yo quiero tratarlos mejor que el mundo".

Torres es un hombre de 52 años que prefiere sostener ese contacto hasta que el chico puede confiar. Dice que esos llamados se parecen tanto entre sí como las trágicas historias que les cuentan los pibes. "Siempre habla uno y tiene uno de apuntador al lado. El apuntador le sopla cosas como `ahora tratalo mejor' o `preguntale si tiene hijas'. Todos te cuentan cómo están mangueando." La calle de los pibes es pedir y abrir puertas. El llamado gratuito los tienta y juegan con el teléfono. "Vos ves que se divierten", dice una operadora del Same. "Se ríen entre ellos. Se pasan el teléfono. Se hacen los novios. Tiran besos."


LAS LLAMADAS QUE SE RECIBEN DESDE LA CARCEL

"Si no hablo me voy a volver loco"

 

Por C.A.

--Defensa Civil, buenas tardes.

--Hola ... Disculpe pero yo llamo solamente para hablar.

--Señor, usted está ocupando la línea de alguien que puede estar necesitándola.

--Yo también la necesito. Necesito hablar con alguien. Si no, creo que me voy a volver loco.

El hombre habla desde el pasillo de una cárcel donde no ha hecho amigos, dice. Y está tratando de seducir de alguna manera a la mujer que está del otro lado, encerrada en una oficina, atendiendo llamadas cada minuto. Le cuenta partes de su vida. Ella se da cuenta de la angustia. Con los años se ha vuelto una experta en reconocer la veracidad de los tonos. Sabe cuando le mienten. O le gusta pensar que lo sabe.

Los presos de Caseros, la Unidad 9, los internos del Borda, o a veces de algunas institucionesna25fo01.jpg (9718 bytes) privadas son habituales llamadores a los números de emergencias. Iris, operadora del Same, explica que "desde la cárcel te cuentan que les fue mal. Que robaron y están arrepentidos. Te preguntan por tu vida. Por si estás casada, que cómo te va en la vida. Si tenés chicos. Te cuentan de amores que perdieron ellos. Porque ellos casi siempre lo perdieron todo".

En verdad, para que un preso pueda hacer un uso discrecional del teléfono, debe encontrarse o en fase de confianza --o sea que pasó una gran cantidad de años encerrado--, o debe gozar de algún beneficio extra por su buena relación con los guardias. El teléfono público de la cárcel es en general un fetiche único. En torno de él hay peleas, y quien lo posee, quien puede hablar largo y tendido, siempre es el capanga.

Jovita Gonzáles, de Defensa Civil, reconoce que al principio, en las primeras conversaciones con personas "absolutamente destruidas, sin nada, que están pidiendo ayuda para no matarse", se sentía desbordada. "Nos destruían, quedábamos mal. Es difícil reponerte, porque terminás, quizá sin darte cuenta, dándoles aliento, pero absorbiendo su situación." Fue por ese motivo que Defensa Civil tuvo que impartir cursos y talleres con psicólogos del Gobierno de la Ciudad que los entrenen en la contención y les den herramientas para poder mantener "cierta distancia profesional".

El servicio de Asistencia al Suicida y el número de Un Amigo Anónimo son líneas de difícil acceso. Allí hay profesionales preparados para contener en situaciones de crisis a quienes están por autoflagelarse físicamente. Quienes desconocen los números, que por otra parte en la última guía de teléfonos no aparecen en la primera página junto a los de las emergencias, llaman a los famosos: 103 o 107. Es así que la tarea de contención termina quedando en manos del personal ya recargado del Same o Defensa Civil.


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