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París descubre en el tango cómo acortar la distancia

Las salas de tango se multiplican en la capital francesa. Para un país donde tocarse es casi un pecado, el baile, cuentan, es como "ponerse ante el otro como si estuvieras desnudo".

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Por Eduardo Febbro
Desde París

Página/12

en Francia


t.gif (67 bytes)  La sala de la Rue du Temple tiene el techo bajo y no hay demasiado espacio. Entre luz y sombras y una orquesta a veces inexacta las parejas se mueven como maniquíes mecánicos. Es viernes y cuesta abrirse paso entre la gente que espera a los costados con los ojos sumidos en perpetua admiración. Desde hace dos años París vive una intensa pasión por el tango. Las salas de baile como la de la Rue du Temple se multiplican en cada barrio y los cursos de tango son legión en un país que, como en casi toda Europa, descubre los placeres y las dificultades de una danza que se inscribe en una tradición radicalmente opuesta a la del mundo de hoy. Recientemente, el canal dos de la televisión francesa difundió un largo reportaje sobre "esa nueva pasión" que es el tango. El título del programa revela una de las claves de esa pasión: "El cuerpo contra la virtualidad".

El tango es en Francia esa clave: el acercamiento, el contacto, la posibilidad de tocar a alguien con toda libertad. Quienes se inician en los arcanos de la danza de Buenos Aires tropiezan con el primer obstáculo del cuerpo. En Francia, tocarse es casi un pecado. Esas palmadas afectuosas, o esa manera de hablar tocando el brazo del otro tan comunes en América latina, España o Italia pertenecen en París al mundo de lo prohibido. El tango, porque ofrece en seguida las puertas del cuerpo, suscita de inmediato una reacción de profunda incomodidad. Roland, un bailarín francés, cocinero de profesión, que baila tango desde hace un año, cuenta cómo lo resultaba "casi imposible franquear ese paso inscripto en la razón de ser del tango. No era sólo porque había que bailar apretados, sino porque cada movimiento de uno repercute en el cuerpo del otro ... y eso, acá, es nuevo, está en un lugar al que la cultura francesa no llega. Me costaba mucho asumir de esa manera el contacto con alguien desconocido ... Después está el frenesí que sube con la danza, esa intimidad que se va creando y que, aunque después no ocurra nada sexual, te pone ante el otro como si estuvieras desnudo".

Albert y Monique bailan juntos desde hace 5 años, se conocieron en un curso de tango y tardaron tres años en unirse como pareja. Hoy, Monique, que tiene 30 años y es experta en informática, cuenta casi de la misma forma sus primeras experiencias. "Al principio --dice riéndose--, no bailaba bien porque no podía aceptar la intimidad del contacto. Había demasiado erotismo y me sentía violada. El tango es difícil, muy difícil, pero, para nosotros, es mucho más complicado aceptar al otro tan cerca. Además, acá los hombres no tienen registrado como algo natural esa autoridad que exige el tango. Entonces es difícil para todos. Hasta diría que el código cultural del tango es más difícil que la danza en sí misma."

El furor del tango en París tiene una fecha y una protagonista: Michèle Rust y 1990. Ese año, por puro juego y amor del tango, Rust empezó a organizar bailes al aire libre al borde del Sena, frente a la Universidad de Jussieu, en el distrito 5 de París. El lugar, un romántico reducto rodeado de estatuas y sauces que no lloran, se ha convertido en un pasaje histórico del tango. Decenas de bailarines de todas las nacionalidades siguen acudiendo al borde del Sena. Le Palais des Glaces, el baile de Nathalie Clouet, Le Tango, Rue au Maire, el baile de Marc Pianco, en la Rue de Chareton, el baile del sábado en Le Latina o la sala de la Rue du Temple son algunos de los templos parisinos de la música porteña. Lejos de la imagen consagrada, el tango en Francia no es un mundo reservado a la gente adulta sino a los jóvenes.

Augusto, un profesor argentino, cuenta que en sus cursos "la mayoría de la gente es joven, entre los 19 y los 27 años. Todos vienen casi por lo mismo: la búsqueda de una expresión, de un baile apartado de las modas de masa, y de un contacto con los otros". Martina, otra profesora argentina, constata que "mucha gente viene a buscar en el tango lo que le falta en la realidad. París, como sabés, es una ciudad de gente súper sola ... hasta dan pena ... pero con el tango encuentran una pareja, un oído, un erotismo que los códigos súper cerrados y súper previsibles de París terminaron por aplastar. El tango los hace soñar porque, de pronto, se ven en los brazos de otro, con alguien pegado a su cuerpo ...". Martina no exagera. Los testimonios recogidos por Página/12 en muchas noches de París tanguero hablan de la misma soledad.

En la Rue du Temple, el tango sigue más allá de la noche: se forman clubes, se organizan bailes en castillos y excursiones a otros países de Europa. De pronto mucha gente que vivía aislada se encuentra junta en torno de una danza de imperativos eróticos. Martina cuenta que quienes "más sufren son los hombres. Les da mucho trabajo dirigir a la mujer en el baile porque eso va en contra de su cultura, en contra de todas esa tradición del feminismo que viene de los años '60 y que, ahora, se está poniendo en tela de juicio". Marc es un bailarín experimentado. Con apenas 25 años lleva cinco bailando tango y ahora dice que "a su manera, aprender a bailar tango me salvó de la psicosis que hay en esta ciudad. Aprendí muchas cosas: lo primero a no estar solo. Es mejor bailar con alguien que mirar la televisión. Me gusta la filosofía del tango, pero me gusta más el hecho de que a través de esta danza argentina puedo comunicar con mucha gente con más libertad que antes".

Las figuras de los bailongos franceses son forzadas. A la dificultad técnica se le aúna la otra, la cultural. Los franceses le ponen al tango muchos epítetos y los profesores deben primero vencer las ideas consagradas con las que la gente viene a los cursos. "Fijate las cosas que escriben por ahí, comenta Martina, el otro día Le Monde puso que el tango era el signo del posfeminismo." La danza porteña es más que una moda. La historia de Marie resume muchas otras. Tiene 24 años y un programa bien establecido: martes y miércoles va al trabajo con una mochila en la que lleva "todo el equipo tango para ir al curso". Los jueves y los viernes cambia el contenido y pone "el segundo equipo tango. No veo la hora de que termine el trabajo para ponerme los zapatos e ir a bailar". Marie también admite que le costó mucho aceptar la proximidad: "Pero cuando vencí esa fobia no pude separarme más del tango. No creo que bailemos bien, pero estoy segura de que todos sentimos lo mismo: en el tango no se miente, no hay el juego de las apariencias por puro snobismo. El otro está en tus brazos y uno de ahí no se escapa".

La noche tanguera de París está poblada de personajes y de historias sublimes. Entre los franceses que se peinan y visten como Gardel y los argentinos que quieren encarnar Buenos Aires ... la noche da para todo. En el Palais des Glaces, una pareja de cincuentones argentinos miraba un poco extrañada los pasos de un japonés que bailaba con una martiniquesa. "Baila bien el chino", dijo la señora. El señor le contestó: "Un poco rígido el hombre, algo raro tiene". La señora lo pensó un rato y, al fin, un poco resignada, comentó: "Sabés qué, para mí que baila con los palitos". Pablo, que es correntino, vive por y del tango. Anda vestido con traje negro, pañuelo blanco al cuello y un aluvión de gomina en la cabeza. La otra noche entró en la sala de la Rue du Temple, eligió a una mujer joven y le hizo señas para invitarla a bailar. Ella aceptó en seguida. Pablo cruzó la sala y antes de sacarla se acercó a la orquesta y le pidió que le tocarán "despacito" Barrio de tango "porque esa mina no debe saber bailar muy bien". Cuando se puso a bailar la sala se quedó muda. Pablo vuela y la mujer que tenía en sus brazos volaba también, como la orquesta, que empezó a tocar rápido. Entre un firulete y otro, con la joven en sus brazos, desde el medio de la pista, Pablo gritó en dirección de la orquesta: "Che Chacho, te pedí despacio, viejo, pará, pará, me estás hundiendo el programa".

 

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