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LOS REDONDOS CONVOCARON UNA MULTITUD, Y LA DEFRAUDARON

Las bandas querían rock, no tecno

El coqueteo con la tecnología que define al disco "Ultimo bondi a Finisterre" tuvo una prueba de fuego en el estadio de Racing, al que asistieron cien mil personas en dos noches, y salió mal parado.

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Por Eduardo Fabregat


t.gif (67 bytes)  Por primera vez en su larga historia, los Redondos tropezaron de verdad. No en el aspecto organizativo: esta vez, y gracias a un operativo descomunal --véase aparte--, casi todo se mantuvo en sus carriles, teniendo en cuenta la naturaleza de los dos shows, que convocaron la friolera de cien mil espectadores. Lo que convirtió a este regreso de la banda platense al radio de Capital Federal y Gran Buenos Aires algo verdaderamente histórico fue el notorio cortocircuito que se produjo con su público, algo que no entraba en los cálculos de nadie. Algo que llevó a que, en la lenta desconcentración entre las vallas policiales de Avellaneda, la sensación imperante fuera de perplejidad. Asombro: tras varios minutos, la banda volvía para tocar nada menos que "Un tal Brigitte Bardot", y la gente no se agolpaba en las puertas para volver al campo.

El mejor ejemplo, sin embargo, había sucedido cuarenta y cinco minutos antes. Tras una innumerable serie de problemas, Los Redondos liquidaban el cuerpo central del show con "Es to-to-todo amigos!", tema de cierre de Ultimo bondi a Finisterre en el que el soporte tecnológico se sobrepone a la guitarra rockera. Y entonces sucedió lo increíble: el grupo terminó, se retiró de la escena ... y cincuenta mil personas se quedaron en un sepulcral silencio. No hubo gritos, no hubo aplausos, no hubo pedido de bises. Sólo cuando el quinteto retornó con números indestructibles como "Mi perro dinamita" y "Ñam fri fruli fali fru", la repleta cancha de Racing --una vez comenzado el show dejaron entrar al público que permanecía en las inmediaciones-- volvió a cobrar un aire ricotero. Había que recurrir a la historia para levantar semejante desastre, y por eso "La bestia pop", la referencia al nuevo bombardeo estadounidense sobre Saddam Hussein de "Queso ruso" y otra canción ganadora --"Ji Ji Ji"--, trataron de diluir el mal trago. Pero al cabo sirvieron para profundizar la impresión central de la noche: a pesar de que contiene excelente material, las bandas redondas le dieron la espalda a Finisterre y sus coqueteos con una maquinaria históricamente ajena a Patricio Rey.

La velada comenzó con los ingredientes habituales. La cancha se fue llenando lenta pero sostenidamente, las tribunas lucieron pobladas de banderas, hubo cánticos guerreros, bengalas y euforia. El clip futurista de introducción, los músicos sobre su último bondi, entibió el ambiente para la verdadera explosión, cuando "El pibe de los astilleros" hizo que el estadio se moviera. Un espejismo, al cabo, ya que la primera parte del concierto fue una cadena de desgracias. La respuesta a los nuevos "Scaramanzia" y "Drogocop" empezó a dar la pauta. Cuando la lista indicaba "La pequeña novia del carioca", la percusión disparada desde los teclados se negó a funcionar; al tercer intento, una rápida decisión le dio paso a "Pogo". Cuando finalmente la ya maldita percusión logró dispararse, el sistema completo de luces de escenario se apagó. Apenas ayudados por las luces de bengala, el grupo terminó como pudo, recuperó las luces y se embarcó en su propia debacle. La lógica situación de nervios frente a tanto contratiempo convirtió a "Capitán Buscapina" en un desconcierto general, con los músicos tocando partes diferentes y el Indio entrando al estribillo antes de tiempo. Se imponía algún tipo de rescate para un show que ya era el Titanic: aun en un caos instrumental idéntico y con el saxo definitivamente fuera del sonido, "Vamos las bandas" despertó a la gente. Antes de terminar la canción, un Solari furibundo abandonó la escena.

Los shows en cancha de fútbol siempre llaman a la alegoría futbolera: al irse al descanso, los Redondos perdían por goleada frente a la tecnología. Está claro que llevar a Finisterre tal cual es a ese ámbito implicaba un riesgo considerable, y la escasa experiencia de la banda en la resolución de problemas de esa índole tecnológica hizo el resto. Por eso, la segunda entrada, con pedido de disculpas de Solari incluido, buscó descontar el score con "Nueva Roma" y "Todo un palo". Pero el nuevo disco debía ser presentado, y así los siguientes temas ("Gualicho", "Alien duce" con una nueva y discutible melodía de voz, "El árbol del gran bonete", "Estás frito angelito") llevaron el clima a una atmósfera cero a la que nunca antes el grupo debió enfrentarse.

Por vez primera, los Redondos experimentaron en carne propia el verdadero significado de aquello de llamar a un gato con silbidos. A pesar de que el grupo nunca pregonó una pertenencia dogmática al rock clásico --basta escuchar sus discos con atención--, en Racing quedó claro que su público considera incompatible el espíritu de la banda con cualquier tipo de matiz "moderno". A cada tema de Ultimo bondi correspondió un tímido aplauso de compromiso. Y, para continuar con la alegoría del once contra once, hubo que repatriar a añejos jugadores --un Francescoli, un Maradona o, para darle la derecha a la Academia, un Corbatta-- para que el equipo volviera a ser poderoso. Al cierre de esta edición, los Redonditos llevaban a cabo su segundo show, para el cual, seguramente, implementaron algunos cambios estratégicos. Pero será muy difícil borrar de la mente del grupo ese doloroso silencio del viernes: esta vez, la bestia pop no fueron los otros sino los Redondos. Y la bestia sufrió un golpe de proporciones.

 

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