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Córdoba
Por José Pablo Feinmann

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t.gif (862 bytes) Córdoba es tan importante como para haber merecido algunos de los textos más brillantes del Facundo. A Sarmiento no le gustaba Córdoba: la encontraba demasiado hispana y católica. “En cada cuadra (escribe) hay un soberbio convento, un monasterio o una casa de beatas o de ejercicios. Cada familia tenía entonces un clérigo, un fraile, una monja o un corista.” Le respeta, Sarmiento, la creación temprana de la Universidad, “la célebre Universidad de Córdoba, fundada nada menos que en el año 1613”. No obstante, de ella han salido abogados y no literatos. Y todos quienes desearon “rehacer su educación” (alejándose de la sofocación de los latinajos jesuíticos) debieron viajar a Buenos Aires en busca de “los libros modernos”. Así, la ciudad “es un claustro encerrado entre Barrancas”. ¿Cómo no habría de oponerse a la Revolución de Mayo, que era hija dilecta de los nuevos libros, de los nuevos tiempos, del espíritu insurgente y antidogmático de los roussonianos de la Junta? “La revolución de 1810 (sigue Sarmiento) encontró en Córdoba un oído cerrado (...). En Córdoba empezó Liniers a levantar ejércitos para que fuesen a Buenos Aires a ajusticiar a la revolución; a Córdoba mandó la Junta uno de los suyos (...) a decapitar a la España.” Lo hace Castelli, quien ordena fusilar a Liniers y los suyos. “Córdoba, en fin, ofendida del ultraje, escribió con la mano docta de la Universidad aquel célebre anagrama que señalaba al pasajero la tumba de los primeros realistas sacrificados en los altares de la patria: Concha Liniers Allende Moreno Orellana Rodríguez.” La palabra clamor saca ciudadanía cordobesa. En principio significa “grito”. Pero este grito tiene dos modalidades: 1) se entiende como lamento, gemido, queja, lloriqueo; 2) se entiende como vocerío, estruendo, fragor. Córdoba, entonces, es una ciudad clamorosa que se desliza entre la queja y el fragor. Si con Liniers y sus sacrificados compadres ensayó la palabra clamor en la modalidad del quejido, futuras generaciones habrían de encarnarla en la modalidad del fragor. Me refiero a un hecho que Sarmiento no pudo, por razones obvias, historiar: el Cordobazo.
Aquí, Córdoba olvida a los jesuitas, a los latinajos y los claustros para lanzarse hacia el lenguaje fragoroso del sindicalismo combativo, de las multitudes, de la izquierda peronista, de la guerrilla urbana. Luego los militares procesistas le harían pagar caro estos aires insurgentes. Pero su clase media habría de recibirlos con calidez, encontrando en ellos la mano dura, el orden que por fin calmaría los bríos de la provincia rebelde. Amaron más a Menéndez que a Agustín Tosco. Dijeron: “Si Menéndez va a Italia en dos días termina con las Brigadas Rojas”. Dijeron: “Si fuera por Menéndez, ya le habría hecho la guerra a Chile, ya estaría sentado en el sillón de Pinochet”. Conozco a esa clase media cordobesa: durante esos años tenía un trabajo por el que estaba tres días al mes en la ciudad mediterránea. Admiraban a Menéndez. Le endilgaban todas las “grandes” virtudes del macho argentino, duro hasta la crueldad.
Ahora, luego de décadas de gobiernos radicales, le dieron el triunfo al peronismo. Le dieron el triunfo a Menem. Al sueño dorado de Menem: la rereelección, que es, para el caudillo riojano (por decirle así), lo que fue la ley de autoamnistía para los militares. Es decir, el modo de cubrir todas las trapisondas que él y los suyos (entendiendo por “los suyos”, ante todo, a sus familiares, ya que Menem ha sido notoriamente nepotista), que él y los suyos, decía, realizaron durante una década.
¿Bajo qué modalidad del “clamor” cordobés debe ubicarse el triunfo del justicialismo menemista? ¿Cómo entenderlo: cómo “quejido” o como “fragor”? Que nadie lo dude: esta elección es apenas un quejido mediterráneo. No significará mucho. No le permitirá a Menem la re-re. Si Menem quiere la re-re (supongo que debe saberlo) tiene que recurrir al golpe institucionaly disolver el Congreso a la Fujimori. Cosa que no hará. Porque es muchas cosas, pero no es tonto.

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