Por M. W.
Tal como
prenunciaban las encuestas y el desempeño previo de los candidatos, el peronista José
Manuel de la Sota se alzó con la gobernación de Córdoba, tronchando el sueño
reeleccionista del gobernador radical Ramón Mestre. La elección fue perdida por el
radicalismo, ya que Mestre, acérrimo opositor a la Alianza nacional, no quiso formar la
coalición con el Frepaso en su provincia. Pero la Alianza pagará un caro precio por esa
derrota: a Fernando de la Rúa se le agravará el de por sí arduo panorama institucional
que le espera si gana las elecciones presidenciales del año que viene. El único saldo
positivo para la oposición es la disuasión para potenciales imitadores del aislacionismo
de Mestre, cuya proyección nacional fue tronchada súbitamente. De la Sota, en cambio, se
fue para arriba: se catapultó como una figura nacional, un dato que regocijará y
revitalizará al presidente Carlos Menem y será un nuevo grano para el gobernador Eduardo
Duhalde. La interna peronista se complejiza aún más: suma un nuevo protagonista al que
ayer toda la plana mayor del PJ acompañó en el festejo.
Ya a mediodía se conocía la irremediable tendencia que al cierre de esta edición se
plasmaba en una victoria del PJ por más de diez puntos porcentuales contra la UCR. El
candidato del Frepaso, Humberto Volando, que mantuvo su candidatura contra los reclamos de
los líderes de su partido Carlos Chacho Alvarez y Graciela Fernández
Meijide, no llegaba al 3 por ciento de los sufragios y quedaba cuarto detrás del
cavallista Guillermo Johnson, que arañaba un cinco por ciento.
Todos los caminos condujeron a Córdoba. Eduardo Duhalde se había instalado el sábado.
Carlos Reutemann puso primera a su auto y enfiló para allá. Menem se subió a su avión.
Ramón Palito Ortega dijo presente. A la hora del jolgorio, el
peronismo demostró lo que le sobra, vitalidad, y camufló la unidad que le falta. Todos
unidos festejaron (ver página 5). Pero la lucha continúa. De la Sota empezará a terciar
(y a ser una herramienta) en la madre de todas las batallas, la interna del PJ.
Partido de gobierno, fuerza formada a partir y en torno del poder, el peronismo ama a los
ganadores. De la Sota batió a la Alianza y ostenta un galardón que no le cabe ni a
Duhalde, ni a Menem, ni a la mayoría de los actuales gobernadores del PJ. A diferencia de
ellos, no tendrá desgaste de gestión en los próximos meses, ya que asumirá recién el
12 de julio. El senador santafesino Carlos Alberto Reutemann tiene buenas posibilidades de
lograr lo mismo, de ganar el año próximo en Santa Fe, pero por ahora lo suyo es una
hipótesis y no una realidad. Con ese bagaje, menor al de De la Sota, el Lole Reutemann
era, hasta ayer, la figura mejor posicionada después de Duhalde y Menem. Ahora De la Sota
puede disputarle ese lugar. Ya se zarandea su posible precandidatura a presidente para el
99 (ver página 6), lo que genera una nueva jaqueca para Duhalde y abre a Menem
amplias posibilidades creativas para complicarle la vida.
Desarchivando la re-re
Cada avance del PJ, y éste no será la excepción, renueva la fascinación mediática y
menemista por la re-reelección del Presidente. No faltarán operadores para mover
expedientes judiciales, ni espontáneos que peguen carteles, ni columnistas de las radios
de Daniel Hadad para inflar globos de ensayo. El Presidente, que es un hombre de infinita
ambición y voluntad, no ha renunciado a esa posibilidad definitivamente. Pero como es, al
unísono, un hombre que sabe leer la realidad y medir relaciones de fuerzas entiende que
eso es casi imposible, más un espantajo para mortificar a la oposición y a Duhalde que
una posibilidad concreta. Menem percibe que su imagen sigue en picada, que la intención
de voto nacional de la Alianza se mantiene más de 15 puntos por encima de la del PJ. Y
que una de lassagacidades de De la Sota fue evitar tenerlo al lado en la campaña. Menem
sabe, no puede no saber, que la diferencia obtenida por De la Sota sobre Mestre no implica
un resultado análogo en la presidencial de 1999, ya que es obvio que Fernando de la Rúa
y Chacho Alvarez con el sello Alianza son un hueso más duro de roer que Mestre con la
bandera de la UCR.
Terceros abstenerse
La polarización entre PJ y UCR dejó muy relegados a los dos partidos alternativos, el
cavallismo y el Frepaso. Para Domingo Cavallo, que aspira a ser árbitro en los comicios
del año próximo, es un toque de atención. Es cierto que las elecciones nacionales se
rigen con el sistema de ballottage que supuestamente alienta una primera vuelta más
expresiva (en la que cada votante elige al partido de su preferencia, aunque
no sea un potencial ganador) y una segunda pragmática (entre las dos fuerzas más
votadas), pero es también verdad, como suele señalar el politicólogo Guillermo
ODonnell, que en toda América latina (y la Argentina no es excepción) el
electorado vota en la primera vuelta como si fuera la segunda, esto es,
polariza. Esa tendencia, sin duda agriará la lectura del ex ministro de Economía acerca
de sus reales posibilidades en 1999.
La Alianza olvidó su sabiduría esencial que es su unidad. El peronismo tuvo la sagacidad
de no enturbiar con su interna la hábil campaña de su candidato, un abogado que perdió
dos elecciones a gobernador contra Eduardo Angeloz y que también mordió el polvo en 1988
en la interna del PJ, cuando integró con Antonio Cafiero la fórmula que fue arrasada por
Menem y Duhalde. Un buen ejemplo para demostrar que la política democrática siempre
permite revancha. El PJ tuvo ya la suya ayer tras un año de sinsabores. La Alianza
conserva la oportunidad de tenerla el año próximo, sobre todo si sus integrantes
aprenden las lecciones de la paradójica contienda de ayer en la que perdió feo sin
haberse presentado, pagando un alto precio por su internismo.
Claves El
peronismo ganó la gobernación de Córdoba, tras 15 años de derrotas en la provincia.
Toda la plana mayor del oficialismo fue a festejar el triunfo.
Entre ellos, el presidente Menem, el gobernador Duhalde, Palito Ortega, Carlos
Reutemann, Alberto Pierri, Carlos Corach, Hugo Anzorreguy, y Adolfo Rodríguez Saa.
De la Sota pasa a ser una figura nacional del PJ y puede ser
precandidato a presidente, lo que beneficia al menemismo y complica la posición de
Duhalde.
La elección fue un fiasco para la UCR, que perdió la gobernación,
y para el Frepaso que sumó menos del 3 por ciento de los votos.
La Alianza sufrió un duro revés. Todo indica que, si De la Rúa
gana en el 99, dos de las tres
provincias más grandes del país (Santa Fe y Córdoba) serán gobernadas por el PJ.
Menem negó que, tras este resultado, vaya a intentar la re re:
cuando termine mi mandato me iré. |
OPINION
Un juego de suma cero
Por Mario Wainfeld |
Ramón Mestre hizo todo mal. Se opuso a la conformación nacional de
la Alianza y se negó cerrilmente a ceder algo al Frepaso cordobés para plasmarla en su
provincia. Adelantó las elecciones mucho antes de lo que lo obligaba la ley, fantaseando
varios escenarios alternativos que no se concretaron. El primero era la disolución de la
Alianza. El segundo, una victoria de Graciela Fernández Meijide en la interna. El
tercero, una ajustada victoria de De la Rúa, debida en buena medida al voto cordobés. En
cualquiera de esas situaciones, un Mestre triunfante era una figura determinante en la
interna radical. En alguna, un posible candidato a presidente. En otra, un virtual aliado
del menemismo. Pero ocurrió que su partido ganó la interna por paliza, sin que Córdoba
fuese entonces esencial. Se abroqueló en su
provincia, en su partido, en su ambición reeleccionista. Obró a contramano de lo que
expresaban a gritos la interna aliancista del 29 de noviembre y el voto nacional de
octubre del '97. El pagará un duro precio, que será menor al daño que sufrió la
Alianza del que es, de lejos, el principal responsable.
El candidato del Frepaso, Humberto Volando, también la pasará mal.
Su desempeño electoral fue flojo y no sólo como consecuencia de la desautorización que
le propinaron sus jefes partidarios horas antes de la elección. Su intención de voto
venía en picada desde antes: cuando el Frepaso cordobés fue barrido por la UCR en la
interna ya no sumaba, según las encuestas, ni el 5 por ciento del padrón. El Frepaso no
podía decidir la elección. No contaba con votos suficientes para restárselos a Mestre
ni podía imponer a sus votantes disciplina partidaria a favor de la UCR. Con esos datos,
su posibilidad real era optar entre dos actitudes de valor simbólico, inocuas para el
resultado electoral: a) hacer un gesto de desprendimiento en favor de la Alianza nacional
(lo que le pedían, de malos modos, Chacho Alvarez y Fernández Meijide) o b) hacer un
gesto de reafirmación del Frepaso cordobés contra el radicalismo de la misma provincia
(lo que privilegió Volando).
Una de las consecuencias del Pacto de Olivos fue el crecimiento
exponencial del Frepaso, en un juego de suma cero con la UCR. Los dos principales partidos
opositores restaron votos al peronismo y se los disputaban (con una tendencia dominante
del Frepaso). Hasta que la Alianza logró quebrar esa situación. El radicalismo y el
Frepaso cordobeses volvieron al útero, actuaron con lógica local, enfrentaron a sus
conducciones nacionales e hicieron sapo electoral, cada uno en relación a sus
posibilidades y expectativas: ni la UCR ganó ni el Frepaso fue alternativa. Se movieron
como si nada hubiera ocurrido desde que se plasmó la Alianza, jugando el juego de suma
cero parido en Olivos, el clásico de barrio entre UCR y Frepaso. Y el sagaz pescador que
es el peronismo sacó partido del río revuelto de los opositores. |
OPINION
Nada es gratis
Por J. M. Pasquini Durán |
El
significado de las elecciones cordobesas tiene tantas lecturas, muchas de ellas
contradictorias entre sí, que no deja lugar para conclusiones definitivas. El menemismo
celebra la victoria del senador José Manuel de la Sota como si fuera propio. Sin embargo,
el Gallego, como lo llaman sus amigos, hizo todo lo posible durante la campaña para
desmarcarse de la influencia nacional y prometió una gestión de gobierno que contradice
las pautas de la economía oficial. Tampoco le faltan razones a la Casa Rosada para
considerarlo uno de los suyos. En 1989, De la Sota, hasta entonces referente de la
renovación peronista, le abrió las puertas a Domingo Cavallo, ahora fue en yunta con
Germán Kammerath, funcionario nacional, del mismo palo que los Alsogaray, y se pronunció
a favor del tercer mandato para Carlos Menem. Con todos los antecedentes a mano, ¿quién
podría cerrar una definición ideológica del ganador? Sólo se puede decir que se trata
de un veterano político que consiguió la gobernación al tercer intento, después de un
cuarto de siglo sin victorias justicialistas.
No se trata de minimizar el resultado de las urnas, sino de encontrar los motivos por los
cuales esta vez consiguió aumentar 58 por ciento los votos que había conseguido en las
legislativas de octubre del año pasado (28 % contra 48 %, según encuestas a boca
de urna). Para conseguir esa diferencia de veinte puntos, De la Sota hizo hincapié
en dedicar el discurso electoral a los temas provinciales, sin invitar a la tribuna a
ninguno de los jefes menemistas que anoche lo festejaban como un milagro. El menemismo
está tan ávido de éxito que De la Sota logró, sin pedirlo, que se congregaran a su
alrededor desde el Presidente y sus operadores, hasta los precandidatos Eduardo Duhalde y
Ramón Ortega. El cordobés sabrá sacar provecho de esa convocatoria que, un día antes,
no tuvo Alberto Pierri en Buenos Aires.
Con una elección tan polarizada (la coalición Unión por Córdoba y la UCR sumaron
alrededor del 90 por ciento de los votos), De la Sota consiguió la mayoría con votos
prestados, muchos de ellos desertores del radicalismo, que mantuvo la hegemonía en las
urnas durante quince años. Desde hace décadas, la provincia, cuna de la
revolución libertadora en 1955, era emblemática del antiperonismo, más aún
que la Capital Federal. La votación de ayer tal vez sea otra prueba de la debilidad de
esa vieja antinomia (peronistas vs. antiperonistas), a lo mejor porque ambos bandos
cambiaron sus tradicionales identidades o porque cada vez más los ciudadanos hacen sus
opciones sin disciplinas partidarias. En esta razón, aparte de las eventuales promesas
del ganador, habría que contabilizar el hartazgo profundo de muchos cordobeses con la
gestión provincial de la UCR.
El gobernador Ramón Mestre, un ajustador autoritario, al parecer estaba tan
desconectado del estado de ánimo de sus comprovincianos que recién tuvo noción de la
derrota con las encuestas de los últimos días anteriores a los comicios. A pesar de ese
anticipo, se negó a pedir en público el voto del Frepaso, terco en su activa oposición
a la Alianza nacional, o convencido de que los demás se asustarían ante la posibilidad
de favorecer a Menem. Aunque la fórmula frentista de Humberto Volando obtuvo el tres por
ciento de los votos, aplanado por la polarización y por el pedido de última hora de
Chacho Alvarez para que volcaran los votos a favor del gobernador, nadie sabrá nunca
cuánto hubiera obtenido una coalición provincial de centroizquierda, opuesta a la de
centroderecha que se alzó con el triunfo. Esta es una ocasión para que reflexionen los
radicales hegemonistas sobre el valor de las minorías.
Así como el menemismo encontró una ocasión para el brindis, minimizando el factor local
en la decisión de los votantes, Raúl Alfonsín lo interpretó al revés, como si Mestre
fuera el único culpable, cuando la dirección política nacional de la UCR jamás
criticó la gestión del gobernador y recibió con alborozo a Eduardo Angeloz en el Senado
y en elpartido después del juicio por enriquecimiento ilícito, donde fue sobreseído por
pruebas insuficientes más que por inocencia plena, como si la impunidad sólo sirviera
para juzgar al gobierno nacional. Nada es gratis en política.
La conducción nacional del Frepaso, después de que la mayoría de sus partidarios en
Córdoba se negaron a retirarse de la competencia, sólo transmitió malestar por la
desobediencia. Después del escrutinio, alguna de sus voces más altas habló sobre lo que
antes había callado acerca de la responsabilidad del radicalismo cordobés, en la misma
línea de razonamiento que Alfonsín. Aparte del ajuste interno de cuentas, puede ser que
otra lectura posible sea que ya no basta con oponerse a Menem para ganar automáticamente.
Los ciudadanos también juzgan por los resultados y no por las teologías, sobre todo los
que han sido estimulados por los dirigentes a un pragmatismo exacerbado, al que sólo le
importa el día por día, sin ninguna línea de horizonte. |
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