Por Fernando Sánchez
En 1983, cuando
Virus llegó por primera vez al estadio de Obras Sanitarias para adelantar las canciones
de su tercer disco, Agujero interior, en su lista temas estaba Tengo, de
Sandro. Era un homenaje. Federico Moura fue el primer rockero que se animó a decir
públicamente: Nos gusta la primera época de Sandro, cuando estaba con Los de
Fuego. Creemos que Sandro, junto con algunos más, fue el precursor del rock en la
Argentina. Muchas veces se habla de Litto Nebbia o de Tanguito, pero Sandro ya tenía ocho
años de rock and roll encima. ¿Por qué borrarlo como si no existiera?. Quince
años después de aquel tributo a alguien que en este momento está reventando el Gran Rex
con su leyenda a cuestas, está casi listo y a la espera de ser editado un espectacular
disco-homenaje a Sandro en el que participan algunos de los más importantes grupos de
rock latino del momento: Divididos, los Fabulosos Cadillacs, Los Visitantes,
Aterciopelados, Molotov y La Ley, entre otros.
Hoy, 15 años después, Virus y Federico Moura siguen siendo sinónimos de vanguardia.
Los grupos más pretendidamente modernos de fines de los 90 declaman su intención
de rescatar las canciones pop de la oscuridad en la que fueron sumergidas luego de que la
corriente del llamado rock chabón copara las orejas a finales de la década
del 80. Y citan como principales influencias a Soda Stereo y a Virus. Federico Moura
era el cantante de Virus, y fue también el productor artístico del primer disco de Soda
Stereo.
No sería alocado decir que ni Soda Stereo, ni Los Auténticos Decadentes, ni
Babasónicos, ni Charly García, ni Los Brujos, ni Avant Press, ni San Martín Vampires
.-por citar sólo algunos ejemplos azarosos-. habrían sido como son y fueron, si no
hubieran existido Virus y Federico Moura. Y tampoco es descabellado decir que aún hoy .-o
mejor: más aún hoy-. ciertos gestos, ciertas actitudes y propuestas del Virus de los
80 resultan modernos y desafiantes.
Federico Moura se tomó 30 años antes de decidirse definitivamente por ser cantante.
Antes que músico de rock, Federico fue un artista. Estudió arquitectura en La Plata y
militó en el siloísmo, corriente político filosófica fundada por Mario Rodríguez
Cobo, alias Silo, origen de lo que hoy es el Partido Humanista. Seducido por las grandes
capitales culturales, viajó por el mundo y se enamoró de Nueva York, Londres, París y
Río de Janeiro. Diseñó ropa y tuvo sus propios locales de venta. Finalmente,
enriquecido por sus experiencias y atento a las últimas corrientes artísticas, se puso a
cantar, componer, escribir y montar los shows de una banda de rock. Se rodeó de gente
talentosa, como el sociólogo, letrista y artista plástico Roberto Jacoby; se empeñó en
desarrollar una carrera profesional seria, sólida tanto en lo musical como en lo
estético y político. Y supo soportar los prejuicios y la perezosa mirada del medio pelo
argentino, que primero descalificó a Virus por frívolo y superficial .-alcanza con
escuchar las canciones y mirar los videos para descubrir lo estrecho y absurdo de
semejante exabrupto-. y luego lo rechazó por frío, hiperprofesional y exageradamente
refinado.
La historia de Virus .-que hoy sigue, sin Federico, en manos de Julio y Marcelo Moura,
Quique Mugetti y Daniel Sbarra-. puede rastrearse a través de sus discos. Pasó de la
ironía y el sarcasmo de sus primeras dos producciones (Wadu Wadu, de 1981, y Recrudece,
de 1982), al rock and roll directo de Agujero interior (1983). El pop pegadizo de teclados
y baterías digitales de Relax (1984) y Locura (1985) coincidió con su momento de mayor
popularidad. El álbum grabado en vivo (Virus Vivo, 1986) y el excelente Superficies de
placer (1987), en tanto, parecieron el reflejo de una etapa de madurez artística que la
muerte de Federico interrumpió, un punto en el que convivían la provocación y la
ambigüedad -.dos de lasherramientas rockeras más valoradas y explotadas sabiamente por
Federico-. con una personalidad musical y poética claramente identificables.
De la mano de Federico Moura, Virus fue una banda pionera. Fue una de los primeras que se
preocupó por vestir los conciertos con una cuidada puesta de luces y escenografía. Fue
de las primeras en exportar el rock argentino hacia Latinoamérica; de las primeras en
llevar a bailar al rock nacional a las discotecas; en escribir letras osadas en su
contenido y con múltiples lecturas; en caricaturizar y criticar desde adentro al rock
porteño; en dotarlo de glamour y sexualidad; en adaptar la cultura punk y new wave de
Londres y los Estados Unidos a la Argentina; en hablar de los desaparecidos y de la
dictadura sin panfletos, con vuelo y belleza...
Federico nació el 23 de octubre de 1951 y tenía la coqueta costumbre de quitarse años.
Murió a los 37, a causa del virus del sida, y su muerte fue un símbolo. Era el segundo
hijo varón de una familia platense de clase media. Su hermano mayor, Jorge, fue
desaparecido durante la dictadura militar. Dos muertes propias de una generación que
parece condenada a no morirse de viejo, como escribió en Página/12 la
periodista Gabriela Borgna en el obituario del 22 de diciembre de 1988.
Este año, Virus venció todos los prejuicios y temores y volvió con 9, su noveno disco.
Con algunos músicos nuevos y con Marcelo Moura en el lugar de frontman .-papel que ocupó
también en 1989, cuando tomó la valiente decisión de abandonar los teclados para
reemplazar a su hermano Federico y grabar Tierra del Fuego, este remozado Virus dio
un decoroso y prudente primer paso en su intento por recuperar el espacio perdido. Habrá
que darle tiempo. Hoy, mientras tanto, a 10 años de la muerte de FedericoMoura, sin Soda
Stereo y con el rocanrol futbolero llenando los estadios de Buenos Aires, el arte del rock
refinado, moderno, desafiante y a la vez popular todavía extraña a Federico.
SUBRAYADO
El ángel extraviado
Por Carlos Polimeni |
Parecía levitar de pie, más que caminar. En
la película de aquella ciudad que también se llamaba Buenos Aires (en la evocación es
muda, en blanco y negro y bastante acelerada) se ve como un ángel extraviado, con un
gesto levemente divertido y siempre irónico en la boca. Sobre escena, era lo más
parecido a David Bowie que podía ofrecer el rock & pop argentino de los 80. No
es que lo imitase tanto, que también había visto mucho a David Byrne, y no lo ocultaba.
Es que allá arriba tenía la valentía de dejar hacer a su costado femenino, casi una
provocación para la historia de machos argentinos a que estaban obligados entonces los
cantantes de rock. Claro, Moura no era un cantante: era un líder escénico, que no es lo
mismo. Un escultor que trabajaba en vivo sobre su cuerpo. Un escenógrafo. Era un artista,
no un fucking rock star. La magia extraña de Virus no se entiende demasiado en los discos
que lo sobreviven, que a veces parecen amores descartables. Esa banda era esa banda
maquillada, en escena, nerviosa, con Federico transportándose de aquí y allá, como a
dos centímetros del piso, excitado con la sensación de jugar a Peter Pan entre los
lobos. Histérico y al tiempo aplomado, como el mejor alumno de una promoción bizarra.
Disfrutándolo, en la nación del psicoanálisis.
De los tres grandes ausentes de la música joven de la década de la cocaína y el juicio
a los comandantes, de Alfonsín y Menem, del optimismo democrático y la hiperinflación,
de Malvinas y el final de la dictadura -los otros son Miguel Abuelo y Luca Prodan,
Federico Moura es el más sutilmente olvidado, el más detenido en el tiempo. Acaso le
hubiese gustado la sensación de quedarse flotando allí, en el humo blanco y sutil de un
tiempo que sería olvido, de una década que pasó como un exabrupto. Federico era
sexualmente ambiguo en una época en que la corrección política no había sido inventada
y eso dominó toda la estética de Virus, mucho más madura de lo que entonces casi todos
suponían. Hoy es un día como para escuchar una y otra vez Imágenes paganas
incluso en la emocionada versión-homenaje del compact solista de Diego
Frenkel pensándola como una despedida. Ahí está resumida la psiquis del hombre
que afrontaba con valor monumental la enfermedad que lo consumía, pero aun así sentía
pena por lo que no vería, por la lluvia del día después. Federico como el androide que
al finalizar Blade Runner llora, sobre todo, por la belleza posible que se esfuma con su
vida.
Llegó algo grande a una fama que no disfrutaba del todo, porque lo exponía demasiado.
Por momentos lo rebasó, y buscó resguardo viajando o jugando a ser clandestino por las
noches. Había vivido afuera durante una parte de los años de plomo, tenía un hermano
desaparecido en La Plata, y sabía que cuando invitaba a salir del agujero interior no
estaba haciendo un panegírico del des-compromiso, como algunos interpretaban. Le pesaba
la sangre del hermano muerto: por eso esa mirada triste, además de pícara, por eso su
grupo con los otros dos hermanos. Por eso un código de silencios y complicidades que lo
precedía, y en buena medida redefinía sus palabras, sus letras, sus ideas. Escuchar a
Virus desde los 90 es encontrarse con un grupo cambiante, del rock duro a la
canción de amor, lúdico, escondedor, ciertamente burlón. Con un esteta al frente que
imaginaba un tema a partir de una idea de James Joyce sobre la masturbación y la
transformaba en canción ¿se acuerdan de Luna de miel en la mano?
pero no estaba dispuesto a hacer prensa de eso. O que sampleaba a Oliverio Girondo
Bandas chantas arañan la nada acaso para coquetar con la
posibilidad de que el homenaje pasara desapercibido.
Federico era una teoría en pie sobre el arte popular: no le gustaba que lo encasillaran
en el rock o el pop, pero a la vez se atrincheraba en sus límites. Estuvo siempre como
preparándose para lo que nunca haría. Utilizaba recursos cursis con aires de duque.
Hacía de la ausencia una estética, de la sustracción de elementos una declaración de
principios y de la ambivalencia un mérito. Creía más en la teatralidad que en la
autenticidad. Ninguna de sus canciones buenas puede entenderse del todo con una sola
lectura, aunque parezcan fáciles y la memoria las retenga.Mucho tuvo que ver con eso el
trabajo de Roberto Jacoby en las letras. El chiste de hacer un disco llamado Superficies
de placer y ponerle un culo de varón en la tapa fue lo más rotundo que se permitió en
público. Para negarlo cada vez que le preguntaran al respecto, claro. ¿Quién dijo
que ese culo sea de hombre o de mujer?, contestaba, esforzándose por parecer serio,
cuando el fin de siglo quedaba lejos y una buena estrella iluminaba todavía sus pasos.
Murió cantando un tango, despacito, flaco como Discépolo, en una casa pintada de blanco
en San Telmo, un día como hoy, al concluir la primavera. De existir, estaría en el cielo
de los sutiles. |
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