El dolor fue el principal
combustible de los derechos humanos. Ha sido lo que los mantuvo vivos desde 1983. Esa
vigencia los convirtió en uno de los pocos focos de resistencia ética en democracia
frente al desborde de un sistema desigual y egoísta. Pocas fuerzas son comparables a la
del dolor. El dolor puede ser una fuerza que arremete a ciegas, puede ser suicida y
arbitraria, puede enloquecer o puede ser un cáncer que destruye silenciosamente en un
rincón como la tristeza. Los familiares de desaparecidos durante la dictadura tienen esa
pelea particular.
Pero cuando el dolor pudo ser templado por la razón y la inteligencia, cuando esa fuerza
demoledora tanto para el que la carga como para el que la provocó pudo ser moldeada,
empeñosamente cincelada a fuego y martillo, ese animal interior desbocado se convirtió
en una fuerza más poderosa todavía. Emilio Mignone había trabajado su dolor de esa
manera, que es la más difícil y por lo tanto tan valiosa, y eso lo convirtió en una de
las figuras más importantes del movimiento de defensa de los derechos humanos en
Argentina. Fue un hombre de argumentos consistentes, y desde allí un polemista imbatible
donde rebotaban acusaciones, explicaciones y justificaciones de los genocidas.
En una de sus últimas fotos, aparece sentado junto al retrato de su hija Mónica, que
tenía 24 años cuando fue secuestrada el 14 de mayo de 1976. Era psicopedagoga y
trabajaba con un grupo de religiosos en una villa miseria. Yo le debo mucho a mucha
gente dijo alguna vez, pero fundamentalmente estoy en deuda con Mónica, que
fue la causa para que pusiera mi vida al servicio de los demás.
Mignone, de 75 años, abogado especializado en temas de Educación, Religión y Derechos
Humanos, fue director general de Enseñanza de la provincia de Buenos Aires entre 1948 y
1952; fue subsecretario de Educación en 1969 y luego rector fundador de la Universidad de
Luján. En 1978, en plena dictadura, fue fundador del Centro de Estudios Legales y
Sociales (CELS) y miembro del Instituto Interamericano de Derechos Humanos. En 1996 fue
designado miembro de la Academia Argentina de Educación y era presidente de la Comisión
Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria.
A lo largo de esa vida, muchos de sus amigos alguna vez fueron sus adversarios y su
pensamiento muchas veces no fue compartido por la totalidad del movimiento de derechos
humanos y, sin embargo, ese hombre de hablar pausado, cálido pero firme, siempre supo
ganarse el respeto de todos ellos. Nadie podrá decir que los represores no tuvieron en
él a un acusador formidable.
De formación cristiana, había sido un hombre ligado a la Iglesia. Y como funcionario
había conocido los vericuetos del poder y sus personajes. Las dos cosas le sirvieron en
la búsqueda de su hija Mónica para llegar a coroneles, generales, almirantes y obispos.
Algunas veces lo acompañó en esos encuentros su esposa Chela, o su amigo Augusto Conte.
Pocos testimonios como el suyo han servido para desnudar el cinismo y la locura de los
dictadores y la abyección de algunos prelados. En artículos periodísticos, algunos
publicados en Página/12, pulverizó a Videla y a Massera relatando esos encuentros y
refutó las explicaciones de la Iglesia local y el Vaticano sobre las actitudes de obispos
y del nuncio Pio Laghi. El papel principal de los capellanes bajo las
directivas del vicariato castrense consistió en adormecer y deformar la conciencia
de los represores aceptando la legitimidad de las violaciones que se cometían contra la
dignidad humana, afirmó en su libro Iglesia y dictadura, donde denunció entre
otros a los obispos Adolfo Tortolo, Victorio Bonamin y José Miguel Medina de cómplices
de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.
A Mignone no le gustaba la figuración personal. Pero siempre era la persona a la que
había que recurrir para encontrar una respuesta inteligente y con autoridad a
problemáticas de derechos humanos. Cuando fue incorporado a la Academia Argentina de la
Educación, en 1996, sus amigos le hicieron un homenaje. Reacio, finalmente aceptó decir
unas palabras: Si algo he procurado dijo, ha sido dar mi testimonio
personal, trabajar y no pensar en mí mismo; esto no me ha traído ganancias materiales
pero me permite encontrarme con amigos de tantas luchas.
* Los restos de Emilio Mignone serán velados hoy a partir de las 12 en la esquina de
bulevar Humberto I y 25 de Mayo, en la Cooperativa Eléctrica de la ciudad de Luján, y su
sepelio se realizará el miércoles.
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