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Panorama Economico
La enfermedad del mercado

Por Julio Nudler

La crisis del hospital oncológico Angel Roffo, asfixiado por las deudas del PAMI y otras obras sociales, que a su vez bordean la quiebra, es en parte la consecuencia del exorbitante precio de los medicamentos en la Argentina. Los laboratorios se cuidan de transparentar su contabilidad, una buena razón para que ninguno de ellos cotice en Bolsa. La amenaza que sin embargo se cierne hoy sobre este sector parece provenir menos de un eventual gobierno aliancista que del avance privado sobre las obras sociales sindicales. Hasta ahora nadie con poder equivalente tuvo la voluntad de sentarse frente a los laboratorios a discutir precios: ni el Estado, ni los sindicatos ni las prepagas, que carecen de masa crítica y no se atreven a saltar el cerco. Excluida la importación por restricciones oficiales y maniobras privadas, los supermercados también fueron apartados del asunto porque los laboratorios se pusieron fácilmente de acuerdo en no proveerle remedios a ese potencial enemigo.
Pero la total privatización de la salud social es una posibilidad cierta, y frente a ésta la estrategia de los laboratorios es adueñarse a tiempo de los canales de distribución, expulsando del negocio a los drogueros, para seguir controlando en el futuro este oscuro circuito, que en la Argentina tiene rasgos atípicos. Por empezar, la participación de la industria farmacéutica local es inusualmente alta, en parte por la piratería de patentes, pero mucho más debido a la prescripción por marcas, que elimina la competencia. El médico no le receta a su paciente una droga, sino una marca de esa droga.
El farmacéutico no puede sustituir esa marca por otra más barata porque la obra social o la prepaga le exigen que abroche a la receta el troquel correspondiente a la prescripción. En muchos casos, el médico receta ésa y no otra marca porque el laboratorio que la explota fue el que mejor supo captarlo con atenciones, favores y prebendas profesionales, o eventualmente algún retorno. El médico es el cliente de los laboratorios: no lo son las droguerías, ni las farmacias, ni las obras sociales ni los pacientes. El laboratorio consuma una venta cada vez que un médico estampa la marca debida en una receta.
La sustitución de marcas (caras por baratas) sólo podría hacerse con los pacientes privados (con o sin receta), pero al farmacéutico tampoco le conviene, ya que su margen de ganancia es una proporción del precio. Al mismo paciente le generaría desconfianza que le cambiasen un remedio por otro, aunque sea para ahorrarle plata, porque no está acostumbrado a esto. En realidad, si no fuera por los obstáculos a la sustitución de marcas (troquel, ganancia del boticario, resistencia del paciente), el reemplazo podría teóricamente generalizarse sin que siquiera hiciese falta que los médicos receten genéricos o drogas básicas. La sustitución podría efectuarla el mismo farmacéutico (lo que exigiría que haya por lo menos uno en cada farmacia, obligación que en la ciudad de Buenos Aires sólo se cumple excepcionalmente).
Teniendo en cuenta que difícilmente la sustitución tenga lugar en la farmacia, las listas comparativas de precios que está lanzando Industria y Comercio deberían pender más en los consultorios que en las farmacias, a diferencia de lo dispuesto por Alieto Guadagni, porque más conducente es inducir al paciente a presionar al médico que enfrentarlo con el farmacéutico. Una vez que el otorrinolaringólogo escribió determinada marca en la receta, ¿qué puede hacer el enfermo?
Aunque drogueros y farmacéuticos llevaron su guerra particular contra el genérico, pensando que les arruinaría el negocio de vender medicamentos de precios siderales, esta estrategia se les volvió en contra por el monto de capital necesario. Lo que tal vez no supieron prever es el salto ornamental descripto por los valores: mientras que al comienzo de la convertibilidad, el precio promedio de las medicinas era de 5 pesos, hoy es de 17. Como a cada droga básica corresponden varias marcas y diferentes presentaciones de cada una de éstas, el stock de productos que cada farmacia debe tener en sus estanterías es artificialmente alto.
La carestía de los remedios pesa también sobre las cuentas de las obras sociales, que a su vez presionan al sector farmacéutico con reclamos de mayores descuentos, ya que nunca pagan el precio pleno (restada la proporción que toma a su cargo el afiliado). Lo notable es que todo el sistema está basado en la prescripción de marcas por parte de los médicos y en la mansa aceptación del precio fijado por los laboratorios. Los beneficios que otorgan obras sociales y prepagas son porcentuales. En lugar de ello podrían establecer el valor en pesos a restituir por cada genérico, con lo que el descuento para el asociado guardaría relación inversa con el precio de la marca recetada. Esto orientaría la demanda hacia las marcas más económicas.
El PAMI celebró en su momento un convenio con las tres organizaciones farmacéuticas, que en ese acuerdo se aseguraron un 12 por ciento de descuento para esas organizaciones. En el sector se sospechaba, sin embargo, que éstas recibían, en realidad, la mitad de ese porcentaje, porque la otra mitad, presuntamente, volvía como retorno a la obra social de los jubilados. A partir de ese momento parecen haberse bifurcado en alguna medida los intereses de las cámaras y de sus representados, porque los dirigentes pasaron a quedar comprendidos en los grandes arreglos. El farmacéutico recibe la devolución del PAMI a través de la asociación a la que pertenece, que por ese “servicio” le cobra hoy un 2 por ciento del monto acreditado.
Aunque los laboratorios argentinos le declararon la guerra al genérico, en realidad lo único que suelen hacer –salvo contadas excepciones– es ensamblar genéricos, ya que carecen de I+D (investigación y desarrollo), y tampoco producen droga base: la reciben en containers, ya sintetizada, y la hacen pasar por sus líneas de blisteadoras, para después envasarla en cajitas o tubos con la marca. Lo que lanzan al mercado es lo que se conoce como branded generics (genéricos de marca).
El gasto de los argentinos en medicamentos está además inflado porque no hay reenvasado de remedios en las farmacias. En otros países, incluso de alto desarrollo, el enfermo obtiene la cantidad de comprimidos o ampollas que necesita, de acuerdo con lo recetado. En la Argentina ello no ocurre. Aunque al paciente le hayan prescripto tomar una pastilla con el desayuno durante una semana, es probable que en lugar de siete deba comprar veinte porque ese medicamento no trae menos. Todas las familias proceden a periódicas limpiezas de sus botiquines, tirando montones de remedios sobrantes que ya ni recuerdan para qué sirvieron.
Hoy los laboratorios están agrupados en tres grandes distribuidoras que ya manejan el 65 por ciento del mercado argentino: Disprofarma, Rofina y Pharmanet, que pertenecen a algunos de ellos pero tomaron la distribución de muchos otros. Las droguerías se ven obligadas a comprarles de todo, a pagarles todo junto y al mismo precio, so pena de quedar desabastecidas. Aunque en las declaraciones se crucen terribles acusaciones, los laboratorios nacionales y los extranjeros están asociados en estas distribuidoras. Los aúna una estrategia común de cara al futuro.
Después de las tremendas discusiones en torno de las patentes, cuesta explicarse por qué los laboratorios internacionales, que defienden la propiedad intelectual, conviven como socios con los laboratorios nacionales que les copian esos medicamentos. Hay casos verdaderamente paradójicos. Un ejemplo es el de Glaxo, que a nivel mundial lanzó el Santac, que es una cimetidina que se convirtió en el remedio más vendido para combatir las úlceras. En la Argentina, al lado del Santac, Roemmers lanzó el Taural, con la misma droga. A pesar de esto, Glaxo firmó un convenio con Roemmers, dándole la distribución de todos sus productos. ¿Fue una decisión del directorio internacional de Glaxo o de su conducción local? En todo caso, los gerentes locales de los laboratorios extranjeros gozan de tal prestigio ante sus matrices, por las abultadas ganancias quelogran las filiales en la Argentina, que pueden permitirse algunos descuidos.

 

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