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Su videoclub amigo, una especie
que parece en vías de extinción

Una fuerte baja de los alquileres, la irrupción de las cadenas, el aumento impositivo y las nuevas tecnologías son algunos de los problemas de un negocio que cada vez parece menos negocio.

En la actualidad, los videoclubistas deben pagar más de un 35 por ciento de impuestos.
En 1998, los alquileres cayeron cerca de un 30 por ciento con respecto a 1997, que ya venía en baja.

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Por H.B.

cua.gif (4762 bytes)t.gif (67 bytes) El negocio del video parece un reflejo exacto de la actualidad del país: mientras las grandes compañías apuestan todo a la tecnología de punta, dirigida al sector de mayor poder adquisitivo, el viejo videoclub de barrio resiste como puede, o cierra sus puertas frente al avance de las grandes cadenas extranjeras.
Los videoclubistas coinciden en señalar una merma notoria en los alquileres, alrededor de un 20 o 30 por ciento menos con respecto al año pasado (que ya había sido de baja con respecto a 1996). En cuanto a la otra pata del negocio, la venta directa –que permite que, por 15 o 20 pesos, cualquiera pueda comprar un video en un hipermercado o cadena de discos–, todavía no funciona de acuerdo a lo que se esperaba. Aunque ya hay una buena cantidad de títulos a la venta –tanto éxitos recientes como clásicos inoxidables–, la competencia de ciertas videorrevistas como Caras (que ofrece videos al público por 4 pesos, subsidiándolos gracias a los avisos y sin pagar impuestos) sigue resultando difícil de remontar. Para peor, los impuestos se descargan sin piedad sobre el videoclub: entre el IVA (23%), ingresos brutos (3,5%) y lo que se lleva el Instituto de Cine (10%), la actividad soporta un gravamen de más del 35% que hace que el negocio se parezca a una quimera. A todo esto hay que sumarle un mal endémico del video, que aparece como insoluble, y que es el negocio de la piratería. Negocio gigantesco, por cierto: se calcula que por cada copia legal circulan por lo menos dos truchas.
En este panorama, los que más pierden son los más chicos: algunas pequeñas editoras ya cerraron y otras están en virtual estado de parálisis. Sólo una o dos de las editoras chicas –dedicadas mayormente a clásicos y títulos de colección– mantienen un nivel aceptable de producción, sobreviviendo por el momento gracias a algunas grandes cadenas de discos, que aparecen como clientes importantes. En medio de todo esto, aparece la sigla mágica, el DVD. Surgidos hace un año y medio en Estados Unidos, los discos digitales –que tienen óptima calidad de imagen y sonido y están llamados a desterrar al VHS– fueron introducidos en la Argentina a comienzos de este año. Tratándose de un verdadero avance técnico, que es además accesible (alrededor de $40 a la venta, se están empezando a alquilar a $3), el mercado del DVD crece en forma incesante. Se calcula que, en poco tiempo más, lo hará en forma exponencial. Lo cual hace sonreír a los ejecutivos de las firmas líderes y a los felices poseedores de la tecnología, sabedores de que tienen el futuro en la mano. Claro que no a cualquiera le da el bolsillo para invertir 1000 dólares en el equipamiento necesario. La mayor parte de los mortales no tiene más remedio que seguir yendo al videoclub de la esquina, y alquilar ese dinosaurio del mañana que se llama VHS. Siempre y cuando el videoclub de la esquina no haya cerrado, claro.

 

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