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Por M. C. Mi patología es grossa. Tengo pesadillas, adormecimiento emocional, evitación, se sincera Marcelo Sánchez, y enumera los síntomas del estrés postraumático como un especialista. Es el presidente de la Federación de Centros de Ex Combatientes de Malvinas de la provincia de Buenos Aires y uno de los coordinadores técnicos del programa de salud mental para ex soldados. Sin embargo, a pesar de que ahora conoce al pie de la letra las características del PTSD todavía le cuesta hablar en los grupos terapéuticos. Siempre cuando le ofrecieron la palabra, dice paso. Pero el sábado 19 de diciembre, cuando fueron al municipio de Necochea a presentar las características del programa y se formó un grupo de veteranos, Marcelo rompió el silencio. Por primera vez hablé sobre lo que viví en Malvinas, cuenta a Página/12. Y se anima a exponer los recuerdos que lo atormentan. Defendió las islas con el Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de General Viamonte de Mercedes, provincia de Buenos Aires. Tenía 19 años. Le llegó la convocatoria cinco meses después de la baja del Ejército, exactamente el 8 de abril del 82. Llegué a Malvinas el 13 de abril al mediodía. Pasamos de un abril caluroso en Luján de donde es oriundo a sufrir un frío penetrante, viento y lluvia, dice. Marcelo estaba en la defensa de Puerto Argentino. Tenía a su cargo un cañón de 105 milímetros, pero los proyectiles que le habían dado no entraban. Su única defensa fue un pistola 9 milímetros. Además del hambre y el frío, uno convivía con la muerte todo el día. Los bombardeos ingleses no cesaron nunca en casi 50 días: de día los aviones, de noche las fragatas. En una oportunidad, un proyectil cayó a unos 30 metros de donde estaba yo, y le pegó al batán de agua. El ruido fue ensordecedor. El cráter que quedó fue enorme. Por la onda expansiva nuestros cascos rebotaban en el tanque de agua de 200 litros del batán, relata en tono monocorde. Muchas veces sentís culpa por los compañeros que se mueren. Si hay alguien que no tiene miedo en la guerra es porque perdió el control de sus actos, señala. Hoy Marcelo cierra los ojos y escucha el ruido de la artillería naval: Eran dos tipos de zumbidos y cuando los escuchábamos la desesperación era total: no sabíamos qué nos podía pasar. Marcelo tiene 36 años, tres hijos de 11, 5 y 2 años y dos divorcios encima. Uno de los síntomas del PTSD es el adormecimiento emocional, es decir, no registrar las emociones. Este año fundió una empresa que tenía y me importó poco. Hace poco, pude llorar después de muchos años, con la muerte de un tío que era como un padre. Pero enseguida me puse de nuevo a trabajar. Mi cable a tierra es la Federación.
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