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EL PARTIDO ANTIINMIGRANTES DE LE PEN ENTRO EN CRISIS
El racista bruto vs. el racista fino

Jean Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional, y Bruno Mègret, su más civilizado seguidor, dividieron a la ultraderecha francesa, que irá a las elecciones con listas separadas. Hay alivio en la derecha clásica.

Tecnócrata: Le Pen podría ser el Saddam de la extrema derecha; Mégret, el tecnócrata limpio y eficaz que ejecuta sus proyectos con metódica precisión.

El racista Jean Marie le Pen, ahora partido al medio.
Expulsó a su rival Mègret, que prepara un contracongreso.

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Por Eduardo Febbro desde París

t.gif (67 bytes) Lo que no pudieron años de combate político y pactos republicanos contra la extrema derecha del Frente Nacional se logró en escasos días con una “explosión interior” del movimiento dirigido por Jean Marie Le Pen que quedó dividido en dos: por un lado los fieles al líder histórico de la extrema derecha, por el otro los partidarios de la nueva encarnación de la autollamada “derecha nacional”, Bruno Mégret, el ahora ex delegado general del FN. Lepenistas y megretistas protagonizan desde hace dos semanas una batalla sin cuartel por el control del partido cuyo capítulo final transcurrió esta semana con la expulsión oficial de Mégret y sus partidarios de las instancias dirigentes del Frente Nacional. El resultado de la contienda se traduce en que, para las elecciones europeas de junio de 1999, habrá dos listas de la extrema derecha. Más profundamente, tras 15 años de calvario, la derecha francesa tradicional, es decir gaullistas y liberales, puede empezar a soñar con recuperar parte del electorado que a partir de mediados de los años 80 empezó a emigrar hacia las urnas de un partido como el Frente Nacional, que hoy representa el 15 por ciento de los votos.
La crisis de la extrema derecha encierra más que una mera disputa de liderazgo. Las dos líneas que se enfrentaron hasta la escisión representan dos culturas políticas diferentes en el seno de la extrema derecha europea. Jean Marie Le Pen es el “refundador” de una corriente política que hasta 1980 no era más que una minoría nostálgica y moribunda. Con un discurso violento, de un racismo repugnante, lleno de cortes antiliberales y antieuropeos y marcado por el ataque frontal a la clase política tradicional, Le Pen consiguió izar al Frente Nacional a un rango de influencia insospechado. El peso electoral del 15 por ciento no es todo: Le Pen y su discurso contra los inmigrados contagió a todos los partidos franceses, incluido el socialista. Sus electores hacen y deshacen mayorías en las asambleas regionales y hasta modifican con su voto la composición de la Asamblea Nacional. Junto a la sombra del gran líder fue creciendo la de su ex aliado. Así como Le Pen es corpulento, bruto, agresivo, capaz de defender públicamente la “desigualdad de las razas” y golpear a trompadas a una diputada, Bruno Mégret es discreto, pequeño de estatura, casi retraído, modesto en sus propósitos. Le Pen encarna la extrema derecha de campera negra y puños largos. Mégret reina en el sector educado, con saco, corbata, camisas blancas y un lenguaje pulcro que evita suscitar la repulsión. Le Pen podría ser el Saddam Hussein de la extrema derecha mientras que Mégret es el tecnócrata limpio, atento y eficaz que lleva a cabo sus proyectos con metódica precisión.
Estas dos culturas difieren muy poco en su ideología final. Si se los compara, el contenido de ambos discursos sólo se diferencia por el envoltorio en que vienen presentados. Cuando Le Pen propone charters para expulsar a los inmigrados de Francia, Bruno Mégret dice: “¿Para qué luchar por la preservación de las especies animales y aceptar, al mismo tiempo, el principio de la desaparición de las razas humanas a través del mestizaje generalizado?”. Un poco más comprometido: “Nuestro modelo de civilización es muy superior al de esos puebluchos que quieren colonizarnos”. Le Pen nunca diría frases tan delicadas y armadas. En la práctica política, lo brutal y lo elaborado también aparecen antagónicos y ése es el motivo central de la escisión de hoy. El jefe histórico del Frente Nacional está comprometido en una conquista del poder mediante el golpe ciego, el zarpazo, los insultos y la violencia verbal como instrumento del desprecio a los partidos políticos tradicionales. Bruno Mégret piensa, al igual que muchos líderes conservadores, que la derecha y su versión más extrema “forman una misma familia de pensamiento”. Por ello propone un pacto de unión al que se opone Le Pen.
La guerra interna que libraron lepenistas y megretistas no escamoteó ni insultos, ni golpes, ni acusaciones bajas, ni amenazas estruendosas. En plena batalla el partido sacó al sol los trapos sucios con acusaciones de nepotismo, desvío de fondos y espionaje. Fiel a su paciente método, Bruno Mégret respondió como un burócrata: no reconoció la expulsión de la cúpula dirigente y juntó 14.000 firmas entre los adherentes al Frente Nacional a favor de un congreso extraordinario convocado para el próximo mes de enero. “Congreso ilegal”, arguyen los lepenistas, “congreso pirata”, agregan amenazando con excluir del partido a quien acuda a la cita de los megretistas. Le Pen inició esta semana la otra gran limpieza erradicando del movimiento a los secretarios regionales y departamentales fieles a Mégret. Queda, sin embargo, una incógnita pendiente. La contraofensiva de la extrema derecha tradicional es sólo interna. La aparición de dos listas extremistas deja en manos de los electores la decisión final. En el medio de esta tormenta también empieza a verse el bosquejo de la recomposición de la derecha francesa. Con la extrema derecha dividida, el presidente Jacques Chirac tiene las manos libres y un campo más amplio para “restaurar” las fuerzas de la derecha clásica que navegaba en los barcos del Frente Nacional. La escisión no podía ser más oportuna para un presidente que aún sigue convencido en convocar elecciones anticipadas para borrar así el error de 1997, cuando adelantó el escrutinio y perdió la mayoría parlamentaria. Muchos electores del Frente Nacional son hoy electrones sueltos que, antes que el proyecto del secesionista Bruno Mégret, podrían servir en los aún hipotéticos ejércitos de Jacques Chirac.

 

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