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Por Luciano Monteagudo ![]() El Poder Ejecutivo, por su parte, fue el primero en ahondar la crisis cuando, invocando una situación de emergencia nacional, vulneró la Ley de Cine y se apropió de fondos generados por el cine mismo (el 10% de la recaudación de las entradas vendidas), que el INCAA debe administrar para el financiamiento y promoción de las películas nacionales. Fue así como, además de los siempre misteriosos gastos operativos del organismo que llegaron a trepar a los 16 millones de pesos anuales el INCAA entró en un rojo profundo y en una cesación de pagos de créditos y subsidios similar a la de 1997, cuando solamente pudo cerrar su año fiscal con un giro de último momento por parte del Ejecutivo. Este fin de año sucedió exactamente lo mismo: en medio del huracán de impugnaciones y críticas a la gestión de Mahárbiz por su autoritarismo, sus arbitrariedades en las asignaciones de fondos y su falta de transparencia administrativa, Menem volvió a echarle una mano y sacó por decreto presidencial una partida adicional de 11.600.000 pesos para saldar deudas y acallar voces. Esta irregularidad, sin embargo, no llegó a esconder el hecho de que durante la segunda mitad de 1998 los rodajes fueron prácticamente inexistentes lo que determinó una baja significativa en la cantidad de estrenos nacionales para la próxima temporada y que la Cámara de Diputados, siguiendo instrucciones del Ejecutivo, aprobó, en el marco del presupuesto nacional, un recorte del 42 por ciento sobre los fondos del cine. De esta manera, los recursos del INCAA para 1999 solamente llegarán a 37 millones de pesos, contra los 64 millones que le corresponderían si no se atropellara la Ley de Cine que hace cuatro años votaron los mismos legisladores. Con el Instituto prácticamente paralizado, sin diálogo con sus interlocutores naturales (a quienes hoy considera directamente sus enemigos) y sin los recursos económicos de años anteriores, es muy probable que la cantidad de estrenos que puedan esperarse para el año próximo no llegue siquiera a la mitad de los 37 lanzamientos que se verificaron este año. Estos 37 títulos entre los que hay varias realizaciones en video y otras largamente rezagadas, como el caso extremo de Los ratones, filmada en 1964 reunieron poco más de 4 millones de espectadores, lo que significa un 12 por ciento del total de público que asistió al cine durante 1998. Aunque a primera vista las cifras no parezcan particularmente negativas, hay que tener en cuenta varios factores a la hora de analizarlas. En primer lugar, debe saberse que en 1997, con ocho estrenos menos, el cine argentino sumó 5.229.674 espectadores, quedándose con el 21,74 de la torta, por lo que 1998 marcó un descenso notorio de la relación del público con el cine local. Pero esa relación también merece ser motivo de análisis. Si se tiene en cuenta que las tres películas de mayor repercusión en boletería durante el 98 (ver recuadro) fueron Un argentino en Nueva York, Cohen vs. Rosi y Dibu 2: la venganza de Nasty, que reunieron casi 3 millones de espectadores solamente entre ellas, bien cabe preguntarse dónde están realmente los espectadores del cine argentino. Allí no, porque pareciera que el público que acompañó estas películas es esencialmente público de televisión, que por una vez se dio el lujo de ver a Guillermo Francella, Adrián Suar y al dibujo animado de Telefé en pantalla grande. Así como un balance teatral no puede contabilizar la versión en vivo de Chiquititas como un hecho teatral ni a sus miles de espectadores como público de teatro, tampoco parece que el éxito de Un argentino en Nueva York tenga algo que ver con el campo del cine, sino más bien con el de la TV, con el impresionante poder de convocatoria de figuras como Francella y Natalia Oreiro. Pero también con todo el inmenso aparato publicitario que los multimedios ponen a disposición de sus productos. Ese fue también un poco el caso de El faro, de Eduardo Mignogna, una película que no apelaba a fórmulas televisivas (salvo aquellas que tienen que ver con la irritación de los lacrimales del público), pero que gracias al impresionante despliegue publicitario que previó a su alrededor el grupo Clarín llegó a los 445.000 espectadores. Hasta una película como El desvío, que no contó con respaldo de la TV y superó la barrera de los 100.000 espectadores, parece haberlo conseguido por la sola astucia de poner a Gastón Pauls, Pablo Echarri y Nancy Dupláa la joven guardia de la pantalla chica local al frente del elenco. En el extremo opuesto de esta tendencia, la única película argentina que parece haber sido capaz de valerse por sí misma fue Pizza, birra, faso, de los debutantes Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, dos egresados de la primera promoción de Historias breves. Realizada con escasísimos recursos, con actores no profesionales y sin otro respaldo que el de la crítica, que destacó unánimemente la verdad sin compromisos de la película, Pizza... llegó a sumar en pleno verano porteño 100.000 espectadores. Muy lejos de esa cifras estuvieron otras películas valiosas de realizadores debutantes, como Picado fino de Esteban Sapir, La sonámbula de Fernando Spiner o Un crisantemo estalla en Cinco Esquinas, de Daniel Burman. Pero cineastas consagrados como Fernando Pino Solanas con La nube y Héctor Babenco con Corazón iluminado, que colocaron sus películas en los festivales de Venecia y de Cannes, tampoco tuvieron mejor suerte, en un año en el que el público pareció alejarse del cine argentino sobre todo en la segunda mitad del año como quien toma distancia de un cuerpo enfermo.
EL INCIERTO PANORAMA DEL 99
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