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UN REPASO DEL AÑO DESNUDA LA INTENSIDAD DE LA CRISIS QUE
VIVE LA INDUSTRIA LOCAL
Las aguas bajan turbias para el cine argentino

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“Un argentino en Nueva York”, un éxito dirigido por Juan José Jusid.
Las más taquilleras de este año tuvieron fuertes nexos con la TV.

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Con el único sustento de la crítica, “Pizza, birra, faso” obtuvo cien mil espectadores en pleno verano.
El film de Bruno Stagnaro y Adrián Caetano, realizado con escasos recursos, fue una rara avis del ‘98.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (67 bytes) El panorama del cine argentino en el fin de año recuerda aquello de que las aguas bajan turbias. El balance de la temporada no hace sino confirmar que 1998 fue un año particularmente conflictivo, en el que finalmente quedaron al desnudo las relaciones entre la gente de cine –directores, productores, técnicos, actores– y el director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, Julio Mahárbiz. El comunicado en el que la totalidad de las entidades del sector le solicitaron a Mahárbiz, en noviembre pasado, la renuncia a su cargo, puso en un grito lo que durante casi tres años habían sido solamente susurros de pasillo: allí quedaba bien claro que para los cineastas locales el director del INCAA no sólo era “generador y responsable” de la crisis, sino también “el mayor obstáculo para encontrar soluciones”. Que Mahárbiz siga en el cargo cuando ya no tiene en su área el más mínimo consenso (como lo demostró el último Festival de Mar del Plata, en el que quedó completamente aislado, después de que la mayoría de los artistas locales decidieran quedarse en Buenos Aires), solamente puede entenderse a partir de la política oficial del presidente Menem: cuanto más cuestionados están sus ministros y colaboradores cercanos, más se empeña en respaldarlos, ignorando incluso investigaciones parlamentarias y denuncias judiciales como las que tiene pendientes el propio Mahárbiz.
El Poder Ejecutivo, por su parte, fue el primero en ahondar la crisis cuando, invocando una situación de emergencia nacional, vulneró la Ley de Cine y se apropió de fondos generados por el cine mismo (el 10% de la recaudación de las entradas vendidas), que el INCAA debe administrar para el financiamiento y promoción de las películas nacionales. Fue así como, además de los siempre misteriosos gastos operativos del organismo –que llegaron a trepar a los 16 millones de pesos anuales– el INCAA entró en un rojo profundo y en una cesación de pagos de créditos y subsidios similar a la de 1997, cuando solamente pudo cerrar su año fiscal con un giro de último momento por parte del Ejecutivo. Este fin de año sucedió exactamente lo mismo: en medio del huracán de impugnaciones y críticas a la gestión de Mahárbiz –por su autoritarismo, sus arbitrariedades en las asignaciones de fondos y su falta de transparencia administrativa–, Menem volvió a echarle una mano y sacó por decreto presidencial una partida adicional de 11.600.000 pesos para saldar deudas y acallar voces. Esta irregularidad, sin embargo, no llegó a esconder el hecho de que durante la segunda mitad de 1998 los rodajes fueron prácticamente inexistentes –lo que determinó una baja significativa en la cantidad de estrenos nacionales para la próxima temporada– y que la Cámara de Diputados, siguiendo instrucciones del Ejecutivo, aprobó, en el marco del presupuesto nacional, un recorte del 42 por ciento sobre los fondos del cine. De esta manera, los recursos del INCAA para 1999 solamente llegarán a 37 millones de pesos, contra los 64 millones que le corresponderían si no se atropellara la Ley de Cine que hace cuatro años votaron los mismos legisladores.
Con el Instituto prácticamente paralizado, sin diálogo con sus interlocutores naturales (a quienes hoy considera directamente sus enemigos) y sin los recursos económicos de años anteriores, es muy probable que la cantidad de estrenos que puedan esperarse para el año próximo no llegue siquiera a la mitad de los 37 lanzamientos que se verificaron este año. Estos 37 títulos –entre los que hay varias realizaciones en video y otras largamente rezagadas, como el caso extremo de Los ratones, filmada en 1964– reunieron poco más de 4 millones de espectadores, lo que significa un 12 por ciento del total de público que asistió al cine durante 1998. Aunque a primera vista las cifras no parezcan particularmente negativas, hay que tener en cuenta varios factores a la hora de analizarlas. En primer lugar, debe saberse que en 1997, con ocho estrenos menos, el cine argentino sumó 5.229.674 espectadores, quedándose con el 21,74 de la torta, por lo que 1998 marcó un descenso notorio de la relación del público con el cine local. Pero esa relación también merece ser motivo de análisis.
Si se tiene en cuenta que las tres películas de mayor repercusión en boletería durante el ‘98 (ver recuadro) fueron Un argentino en Nueva York, Cohen vs. Rosi y Dibu 2: la venganza de Nasty, que reunieron casi 3 millones de espectadores solamente entre ellas, bien cabe preguntarse dónde están realmente los espectadores del cine argentino. Allí no, porque pareciera que el público que acompañó estas películas es esencialmente público de televisión, que por una vez se dio el lujo de ver a Guillermo Francella, Adrián Suar y al dibujo animado de Telefé en pantalla grande. Así como un balance teatral no puede contabilizar la versión “en vivo” de Chiquititas como un hecho teatral ni a sus miles de espectadores como público de teatro, tampoco parece que el éxito de Un argentino en Nueva York tenga algo que ver con el campo del cine, sino más bien con el de la TV, con el impresionante poder de convocatoria de figuras como Francella y Natalia Oreiro. Pero también con todo el inmenso aparato publicitario que los multimedios ponen a disposición de sus productos.
Ese fue también un poco el caso de El faro, de Eduardo Mignogna, una película que no apelaba a fórmulas televisivas (salvo aquellas que tienen que ver con la irritación de los lacrimales del público), pero que gracias al impresionante despliegue publicitario que previó a su alrededor el grupo Clarín llegó a los 445.000 espectadores. Hasta una película como El desvío, que no contó con respaldo de la TV y superó la barrera de los 100.000 espectadores, parece haberlo conseguido por la sola astucia de poner a Gastón Pauls, Pablo Echarri y Nancy Dupláa –la joven guardia de la pantalla chica local– al frente del elenco.
En el extremo opuesto de esta tendencia, la única película argentina que parece haber sido capaz de valerse por sí misma fue Pizza, birra, faso, de los debutantes Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, dos egresados de la primera promoción de Historias breves. Realizada con escasísimos recursos, con actores no profesionales y sin otro respaldo que el de la crítica, que destacó unánimemente la verdad sin compromisos de la película, Pizza... llegó a sumar en pleno verano porteño 100.000 espectadores. Muy lejos de esa cifras estuvieron otras películas valiosas de realizadores debutantes, como Picado fino de Esteban Sapir, La sonámbula de Fernando Spiner o Un crisantemo estalla en Cinco Esquinas, de Daniel Burman. Pero cineastas consagrados como Fernando “Pino” Solanas con La nube y Héctor Babenco con Corazón iluminado, que colocaron sus películas en los festivales de Venecia y de Cannes, tampoco tuvieron mejor suerte, en un año en el que el público pareció alejarse del cine argentino –sobre todo en la segunda mitad del año– como quien toma distancia de un cuerpo enfermo.

 


 

EL INCIERTO PANORAMA DEL ‘99
Más preguntas que estrenos

t.gif (862 bytes) Para el cine argentino, la temporada 1999 se abre el mismísimo 1º de enero, con dos estrenos simultáneos, Mala época, el film en cuatro episodios producido por la Fundación Universidad del Cine, que viene de ganar el premio de la crítica (Fipresci) en el reciente Festival de Mar del Plata, y Música de Laura, un telefilm santafesino rodado en 1993 por Juan Carlos Arch. Pero de allí en más, resulta difícil predecir qué se verá durante un año que se presenta ciertamente incierto. En principio, puede inferirse que llegará a las carteleras locales El viento se llevó lo que, la película de Alejandro Agresti que ganó la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastián. También están terminadas y en condiciones de ver la luz ¿Sabés nadar?, la ópera prima de Diego Kaplan, protagonizada por Leticia Brédice y Juan Cruz Bordeu, que acaba de presentarse en el Festival de Huelva, y El nadador inmóvil, de Fernán Rudnik, un film experimental, en blanco y negro, sin diálogos, que tuvo su bautismo de fuego en Mar del Plata. Pero otros proyectos valiosos, realizados al margen de los canales oficiales y de las compañías productoras, como Mundo grúa, una opera prima de Pablo Trapero que dará que hablar, y Bolivia, de Adrián Caetano, el correalizador de Pizza, birra, faso, tienen serias dificultades para concluir su posproducción en fílmico, por falta de fondos.
No es el caso de El visitante, el debut en el largometraje de Javier Olivera, que gracias a la experiencia de su padre, el productor y director Héctor Olivera, ya tiene en laboratorios esta película protagonizada por Julio Chávez y Valentina Bassi. Por su parte, el cineasta argentino Juan José Campanella (radicado en Estados Unidos) volvió al país para iniciar el lunes 4 de enero el rodaje de Allá en el cielo, una producción de José Estrada Mora, con Ricardo Darín y Soledad Villamil al frente del elenco. Y en febrero, Juan Carlos Desanzo tiene previsto largar las primeras tomas de La venganza, un thriller urbano que vuelve a reunir a la pareja protagónica de La furia, Diego Torres y Laura Novoa.

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