Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


“Para entender una revolución
hay que conocer sus intimidades”

La investigadora Lucía Gálvez propone un paseo por el otro lado de la vida de los héroes, en “Historias de amor de la historia argentina”.

Lucía Gálvez aplica una mirada femenina sobre eso llamado realidad.
“Somos las grandes ignoradas por la historia oficial”, diagnostica.

na26fo01.jpg (9491 bytes)

Por Verónica Abdala

t.gif (67 bytes) “Me propuse abordar la historia argentina desde un enfoque distinto. Estamos acostumbrados a poner el ojo en guerras y batallas y yo, parándome en el otro extremo, decidí hacerlo poniendo el acento en las historias de amor. Que no sólo acompañan los hechos, sino que de algún modo los crean.” Lucía Gálvez define así las motivaciones que la empujaron a escribir, en sólo cuatro meses, Historias de amor de la historia argentina (Grupo Editorial Norma), un curioso libro en cuyo centro están las desventuras amorosas de Manuel Belgrano, Mariano Moreno, el general José María Paz, Martín Miguel de Güemes, Hipólito Yrigoyen, Julio Argentino Roca, Juan Bautista Alberdi, Mariquita Sánchez de Thompson, Camila O’Gorman y Manuelita Rosas.
Historias... es una suerte de mapa de las pasiones argentinas originarias, que abarca el período comprendido entre mediados del siglo XVI y comienzos del XX. El recorrido permite conocer el trasfondo sexual de algunos de los momentos claves de la historia argentina. Y sobre todo, la psicología de aquellos que la forjaron, sin imaginar que alguna vez serían víctimas del acartonamiento típico de los manuales escolares o nombres de calles, bibliotecas, escuelas, paseos y bulevares. La obra puede verse asimismo, pero desde otro punto de vista, como una reflexión sobre los roles que ocuparon las mujeres en la historia argentina. “Las mujeres somos las grandes ignoradas por la historia oficial, pese a que está claro que tuvimos importancia fundamental en las vidas y las decisiones de los hombres”, explica la historiadora, que se licenció en la UBA en 1990 con diploma de honor y lleva escritos seis ensayos, entre ellos Mujeres de la conquista, Guaraníes y jesuitas y Las mil y una historias de América. Actualmente, la autora –nieta del escritor Manuel Gálvez, autor de La ciudad pintada de rojo, Nacha Regules y La maestra normal, entre otras obras– se desempeña como directora ejecutiva del Centro Cultural San Martín.
–¿En algún momento pensó que como historiadora estaba abordando un tema menor, al fijar su atención en las historias de amor?
–Sí, pero no me interesan los que piensen de ese modo. Este es un estudio serio y no por eso deja de ser entretenido. Yo no escribí este libro porque me interesaba espiar por el ojo de la cerradura de la historia al punto de llegar a invitar al lector a meterse en la cama de estos hombres y mujeres, porque eso sería una falta de respeto. A mí no me interesan los chismes. Lo que en cambio me propuse hacer, porque me parece más que útil y hasta necesario, es echar luz sobre estas historias que, además de emocionarnos y probarnos que en toda época y lugar las idas y vueltas del amor se asemejan, nos permiten comprender con más lucidez los procesos sociales que se desarrollaban en su derredor.
–¿En qué se basa esa idea de que este tipo de investigaciones son menos serias que las que se centran en los procesos políticos, por ejemplo?
–Precisamente, en la falsa concepción de que la historia es solamente lo que ocurre en torno a la política, los hombres y las cuestiones del poder. Afortunadamente, desde hace unos años se han revalorizado los enfoques que plantean la necesidad de investigar los hechos de la cotidianidad micro para comprender los grandes procesos. No es casual que Herodoto, el padre de la Historia, acompañara sus relatos de las guerras con otros en los que especificaba las costumbres de vida de los hombres que batallaban.
–Este enfoque, si bien posibilita la difusión de temas históricos, ¿permite profundizar en aspectos que de otro modo resultarían inaccesibles?
–Creo que favorece las dos cosas simultáneamente. Por un lado, es cierto que la gente que se interesa por las historias de amor, por ejemplo, recibe indirectamente un importante cúmulo de información que amplía sus conocimientos históricos generales. Pero por otro lado, cuando uno investiga, cae en la cuenta de que es muy difícil entender el sentidode una revolución u otro gran suceso si no conoce la intimidad de la vida de los hombres que las concretaron.
–¿Cuál fue el criterio en base al cual seleccionó las historias?
–El primer criterio fue la simpatía que me provocaban unos u otros personajes. El segundo fue el horizonte poético y/o dramático que prometía cada historia. Debo admitir también que otro de los condicionamientos que me limitaban como escritora-historiadora era el acceso a las fuentes. Es decir, las posibilidades que tenía de conseguir documentos escritos o personas que me informaran acerca de las respectivas historias.
–¿Cómo se completan los vacíos históricos que no alcanza a cubrir una investigación de este tipo?
–Ese es un trabajo que yo le dejo al lector, porque estoy convencida de que la imaginación de cada uno es más fiel a la verdad que la del autor, que de otro modo impone autoritariamente su punto de vista sobre las cosas. No invento nada: me baso en documentos existentes y corroborables. Los que hacen lo contrario son en todo caso novelistas, pero desde ningún punto de vista pueden ser llamados historiadores.
–Una de las conclusiones a las que el lector arriba tras completar la lectura del libro es que el sometimiento de la mujer no es progresivo a lo largo de la historia, sino que disminuye en las épocas de crisis...
–Sí, ésa es una de las hipótesis más fuertes del libro. Si uno recorre la historia de las mujeres de los últimos cuatro o cinco siglos, cae en la cuenta de que en épocas de prosperidad el grado de sojuzgamiento aumenta, y que en épocas de crisis sistemáticamente declina, porque la sociedad necesita que las esposas abnegadas y las amas de casas sumisas busquen y concreten junto a los hombres las posibles soluciones a los problemas. En las guerras de Independencia, por ejemplo, se le permitía a la mujer salirse de su rol para luchar, mientras que la realidad de las mujeres de principios de este siglo era mucho más represiva que la de aquéllas.
–¿Cuánto más difícil es para el investigador el rastreo de las historias de mujeres, en relación a las de los hombres?
–Es muchísimo más complicado. Sencillamente, porque no hay registro de lo que les pasaba a ellas. Es difícil imaginar, por ejemplo, lo complejo que es rastrearlas en el estudio de la época de la Conquista. Después, aparecen recurrentemente, en documentos, fotos y testimonios de todo tipo. Pero muchas más veces bordando o donando sus joyas que haciendo cosas útiles o diciendo cosas inteligentes.

 

PRINCIPAL