|
Por Fabián Lebenglik Cualquier balance que se haga en el campo de la cultura tiene una alta dosis de arbitrariedad porque intenta condensar en muy poco tiempo y, especialmente, en muy poco espacio, la actividad que se desarrolló en muchos espacios, a lo largo de un tiempo considerable. El balance, en ese gesto de condensación brutal, y por una cuestión metodológica, borra la noción de transcurso -que suele ser esencial para la comprensión de cualquier fenómeno-- y construye una ficción de recorrido invertido, porque no es el espectador el que se desplaza frente a las obras para observarlas desde distintos ángulos, sino que una suma de obras y de muestras se mueven ante los ojos de un espectador/lector inmóvil. El balance perfecto sería aquel que durara lo mismo que la unidad de tiempo que se pretende evaluar: por lo tanto un buen balance del '98 debería tomar un año. A su vez todo balance produce un efecto de túnel porque comprime brutalmente el espacio y el tiempo. Pero... ¿qué pasa cuando el eje central de gran parte de las buenas exposiciones del año ha sido, precisamente, la idea de balance? Si se recorre el calendario de las muestras del año '98 salta a la vista la evidencia: el común denominador de las principales exposiciones proponía un trabajo con la Historia y con la historia de los géneros y la técnicas. Hay toda una larga serie de exhibiciones cuya organización partió de la idea de balance y eso viene a saldar, para el público argentino, algunas cuestiones relativas a las artes plásticas del siglo que se va. La idea más básica de balance es la que está implícita en las exposiciones retrospectivas, donde la mirada es necesariamente histórica y crítica -aunque no necesariamente cronológica-- porque se resume la obra de una vida en dos horas de amable atención de los visitantes. Bajo la perspectiva de la obra cerrada (o de un ciclo concluido) se establece un punto sobre el que se gira retrospectivamente y se describe un dominio. Lo dicho, el tiempo se acelera y se condensa. En el plano de las muestras retrospectivas, el Museo Nacional de Bellas Artes está a la cabeza. El año '98 comenzó en este Museo con una retrospectiva -inaugurada a fines del '98-- del joven artista argentino residente en España Fernando Canovas y durante el año se exhibieron las retrospectivas de otros argentinos: Mildred Burton, Nicolás García Uriburu, Juan Carlos Distéfano, Xul Solar y Guillermo Roux. También se deben contar las muestras de este tipo organizadas en el MNBA con la obra del uruguayo Ignacio Iturria, del venezolano Jesús Soto, del italiano Valerio Adami y del español Manolo Valdés. Y aunque se trata de otra operación cultural, la gran exhibición antológica de Bourdelle y la panorámica de arte austríaco contemporáneo constituyen visiones donde también, como en las retrospectivas, el componente histórico se conjuga con el crítico de un modo explícito. Casi todas ellas fueron exposiciones de gran calidad, salvo deficiencias de montaje en las de Burton y Xul. En el Centro Borges hubo dos grandes retrospectivas: la de Ernesto Deira --en donde se ampliaba su imagen más conocida, cuando integró el grupo de la Nueva Figuración--, y la del chileno del mundo Roberto Matta (muy amontonada), cuya obra fue tildada cínicamente por el crítico norteamericano Robert Hughes como "el cómic del más allá". En el mismo Centro, la muestra de la argentina Cristina Piffer propuso una secuencia muy inteligente y bien resuelta alrededor de la violenta historia nacional, entre el mármol y la carne. En la galería Ruth Benzacar se presentó una breve retrospectiva de la obra del uruguayo Carmelo Arden Quin, uno de los iniciadores del arte Madi. En la Fotogalería del Centro Cultural San Martín la muestra de la pionera británica de la fotografía color, Madame Ievonde, mostró hasta qué punto su obra generó innumerable descendencia en todo el mundo. Siguiendo con el relevamiento de las muestras históricas, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires se preocupó especialmente por darle a la mirada histórica un lugar central: tanto en la reconstrucción de dos muestras de Oscar Bony de hace tres décadas en el Di Tella, "Fuera de las formas del cine" y "60 m2 de alambre y su información", como en la muestra antológica de Horacio Zabala y la retrospectiva de Alberto Heredia (que sigue hasta fin de enero) y así como en "La tradición constructiva", una exposición que establecía un guión inteligente para organizar la mirada con parte del patrimonio del propio Museo. En el Museo de Arte Decorativo, la breve retrospectiva de la artista alemana Hanna Höch, organizada por el Instituto Goethe, tuvo el clima pionero e irreverente del auténtico dadaísmo que se hacía en la caldera berlinesa de los años veinte y treinta, a contrapelo del ascenso y apogeo del régimen nazi. En el Centro Cultural Recoleta se presentaron varias muestras retrospectiva, como las de Raquel Forner, Juan del Prete y Manuel Alvarez, conjugando tres formas de pensar el arte moderno a través de tres artistas argentinos fundamentales. Todas estas exposiciones sirvieron para reestablecer el mapa estético, ideológico e histórico de las artes plásticas argentinas del siglo XX, en relación con la producción local e internacional, así como permitieron completar ese mapa con ciertos artistas internacionales de relevancia. Asimismo, la muestra "Identidad", organizada en el Centro Recoleta por las Abuelas de Plaza de Mayo y los artistas plásticos Carlos Alonso, Nora Aslán, Mireya Baglietto, Remo Bianchedi, Diana Dowek, León Ferrari, Rosana Fuertes, Carlos Gorriarena, Adolfo Nigro, Luis Felipe Noé, Daniel Ontiveros, Juan Carlos Romero y Marcia Schvartz, es una bella y lúcida reflexión que se pregunta por el destino de los niños -hoy jóvenes-- secuestrados durante la última dictadura y que funciona como un intento más en la lucha por lograr su recuperación. Esta muestra se puede ver hasta fines de enero. La gestión que se destaca especialmente en el sentido de la mirada histórica y retrospectiva es la de la Fundación Proa, que orientó la casi totalidad de sus muestras del '98 a este propósito. Desde la exposición de Mario Sironi -que en realidad comenzó a fines del '97, pero se extendió durante todo enero de este año-- y los cruces interesantes entre estética e ideología en unos de los pocos artistas importantes comprometidos con la causa fascista, pasando por las muestras de Arte y Arquitectura italiana en la Argentina (siglos XVIII y XIX), así como por la antología del alemán Anselm Kiefer -un artista central de los ochenta--, la reconstrucción de las célebres Experiencias '68 del Instituto Di Tella, y la exposición de las obras hechas con tubos de neón, del norteamericano Dan Flavin. Tal ha sido el tono de la gestión respecto de la conciencia histórica como leit motiv del año que hasta fin de enero la Fundación Proa presenta Balance 98, en donde se combinan grandes paneles fotográficos con textos y fotos de los balances particulares hechos por veinte personalidades de las artes plásticas argentinas (pintores, críticos, periodistas especializados, coleccionistas), con un video que muestra el punto de vista de la cultura oficial y todo esto se integra con una muestra de obras de 18 artistas seleccionados por los entrevistados. Resulta evidente que se trató de un año en que, más que nunca, las mejores exposiciones ejercieron una visión crítica e incluyeron un balance propio y esto es, en parte, porque se empieza a valorar la función del curador.
|