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Tiene unos 10 años. En el horóscopo chino podría ser tigre, conejo o dragón. Pero como no es china sino rusa, resultó ser una beluga, una especie conocida como ballena blanca que no es ballena pero sí albina, más parecida a un delfín que a otra cosa. Como nombre de pila lleva el nombre genérico de Beluga, aunque en realidad debería ser Belugo porque es un macho que en su país de origen respondía al nombre de Gregory. Desde el 8 de junio pasado, Belugo-Gregory forma parte de los planteles del Mar del Plata Aquarium. Estresado después de haber cambiado la inmensidad del mar Artico por un piletón, y los peces por los pescados como alimento, Belugo-Gregory atrae las miradas de los turistas y las críticas de los especialistas. La historia de Belugo, al menos de la que existe registro, se inició cuando fue atrapado por la empresa moscovita Zoolex, un día sin fecha de diez años a esta parte, mientras coleteaba alegremente en el mar Artico. Inicialmente fue instalado en un brazo de mar separado de su parentela por una red. Mucho tiempo después y tras un viaje aéreo de 48 horas, colgado de una estructura flexible y permanentemente humedecido, el 8 de junio pasado Belugo aterrizó en Ezeiza con todos los papeles en orden, con 4,5 metros de largo, 800 kilos de peso y, según los especialistas, sin apetito: come unos 15 kilos de pescado, 25 menos de los que debería. "Se sabe que un animal en cautiverio debe comer al menos el 5 por ciento de su peso --explica a Página/12 Hugo Castello, biólogo del Museo de Ciencias Naturales Rivadavia--. El viaje en avión, los cambios climáticos, el encierro provocan estrés". "Son animales que están adaptados a ser manejados", responde Alejandro Saubidet, biólogo marino de la Fundación Mar del Plata Aquarium. La sola mención del cautiverio provoca urticarias a las fundaciones proteccionistas de animales. "Sufren mucho por el cambio de dieta y por el viaje", denuncia Juan Lorenzani, de la fundación marplatense Fauna Argentina. El nombre de la especie deriva del ruso, belukha, que quiere decir blanco. Aunque no lo son, las llaman ballenas blancas porque los norteamericanos decidieron nombrarlas como whales (ballenas). También les dicen canarios de mar, y sería un error suponer que es por su cuerpo; en realidad emiten un sonido que en el mar parece resultar un incomparable gorjeo. "Se pueden quedar sin sonido porque tienen un sistema de ecosonar preparado para espacios inmensos. En una pileta el rebote contra las paredes los perjudica", denuncia Lorenzani. En 1996 el Mar del Plata Aquarium había solicitado a la Dirección de Fauna un permiso para obtener una orca. Las protestas de los proteccionistas bloquearon el pedido. Según la Convención Internacional del Tráfico de Especies Silvestres (CITES), las orcas forman parte del grupo al borde de la extinción. El acuario entonces empezó a buscar incluso por Internet hasta dar con los moscovitas de Zoolex y su beluga Gregory. Las belugas figuran dentro del grupo que cuenta con menos restricciones de caza según la CITES. Las direcciones de Fauna y de Recursos Ictícolas autorizaron el viaje de Belugo bajo ciertas condiciones, entre ellas, "mantener el agua a 12 grados y techar el recinto porque nadan en la superficie y el sol de esta región dañaría su piel que es blanca y más sensible", explicó Castello, a quien la secretaría solicitó un informe para autorizar el viaje de Belugo. Belugo-Gregory todavía no está entrenado. En Aquarium le dan un plazo de diez meses para que responda a su coach, el también ruso Serguei Kozhemiakin. "Le sacamos el nombre que traía (a Gregory) porque era difícil y poco marquetinero", explicó Saubidet. Ahora le dicen beluga, así nomás, aunque Gregory se siente más Belugo que otra cosa.
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