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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Multiplicar los peces

Contrato un obrero. Le pago 10 pesos. El ahorra 2 pesos y gasta 8. Su tasa o coeficiente de ahorro es 2/10. Si gasta en almacén, verdulería, etc., sus 8 pesos pasan al almacenero, verdulero, etc., quienes pronto lo transfieren a sus proveedores mayoristas y así sigue la cadena hasta el primer productor de cada cosa. Si mi obrero sigue gastando 8 cada 10, y todos actúan como él, toda la cadena de productores, intermediarios y bocas finales de expendio notarán que la mercadería sale más rápido y pedirán más a sus proveedores y emplearán más gente. Percibir esta cadena y el efecto expansivo de un nuevo gasto es más viejo que el inodoro, pues fue expuesto con todo detalle por Hume en 1752. “Supongamos que haya aquí un grupo de manufactureros o mercaderes, que han recibido pagos de oro y plata por bienes remitidos a Cádiz. Ello les permite emplear más trabajadores que antes, quienes ni por asomo piensan en pedir salario más alto, sino que están felices de emplearse con tan cumplidos pagadores. Si los trabajadores se tornan escasos, el manufacturero les paga salarios mayores, pero antes trata de prolongar el trabajo; a lo que accede gustosamente el artesano, que puede ahora comer y beber mejor, como compensación del esfuerzo y fatiga adicionales. Este lleva su dinero al mercado, donde halla todo al mismo precio que antes, pero regresa con mayor cantidad y de calidad mejor, para uso de su familia. El granjero y el jardinero, al ver que sus mercancías son llevadas, se aplican con presteza a cultivar más; y ellos a su vez pueden permitirse comprar más y mejor ropa a sus tenderos, al mismo precio de antes, y la industria no halla sino estímulo con tanta ganancia nueva.” El efecto fue cuantificado por R. F. Kahn, J. M. Keynes, R. F. Harrod y R. Prebisch en 1931-8. Decía este último: “El aumento de los medios de pago se distribuye primeramente en forma directa por el incremento de la exportación o de la inversión de capitales y acrecienta así en grado equivalente la cantidad de poder adquisitivo de estos sectores. Aumenta pues la demanda general de bienes y servicios”. La cifra -el multiplicador- es la inversa de 0,2, el coeficiente de no-gasto interior (sea ahorro o importación), a saber, 5. El gasto de mi obrero expande 5 veces su valor: otros obreros obtienen empleo y los empresarios incrementan su producción.


Bolitas, paraguas

El trabajo de extranjeros en el país puede contemplarse desde un ángulo normativo o positivo. ¿Debe permitirse que un extranjero ocupe un puesto laboral en vez de un argentino? ¿Qué ocurre cuando un extranjero trabaja y cobra un salario? La ley argentina fija la nacionalidad por el suelo natal, por lo que son extranjeros Cornelio Saavedra (Bolivia), José A. Terry (Brasil), Manuel de Falla (España) y Carlos Gardel (Francia). Si no hubieran podido ocupar los cargos que detentaron, la Primera Junta no habría tenido presidente, Luis Sáenz Peña, Julio A. Roca y Manuel Quintana se habrían quedado sin ministro de Hacienda, La Atlántida tendría que haberla escrito, por ejemplo, Feliciano Brunelli y “Mi Buenos Aires querido” cantada, digamos, por Palito Ortega. El juicio positivo se rige por el multiplicador, una ley científica ampliamente comprobada, cuya operación sólo depende del gasto, no de quien gasta. Para el multiplicador vale lo de “el dinero -según decía César Bruto- no tiene olor”. Bonita ley si queda invalidada porque el gasto lo hace en la Argentina un paraguayo o un boliviano y no un argentino. Sin embargo, prominentes ciudadanos sostienen exactamente eso: que los bolivianos y paraguayos indocumentados les roban el trabajo a los argentinos. Uno tiende a ver el mundo a través de su propio prisma, y sólo en la mente de un ladrón cabe calificar como robo a dar un empleo a un extranjero: un bien que se roba deja de estar ahí desde el momento de la sustracción. Pero en la economía las cosas funcionan de otro modo: la producción fomenta más producción, así como un despido fomenta más despidos. Que me digan cuántos bolivianos y paraguayos ocupan hoy puestos que antes empleaban a argentinos en las industrias textil, electrónica y tantas otras. Ninguno. Simplemente porque esos puestos ya no existen más, para nadie y los productos que consumimos dan empleo a taiwaneses, tailandeses o coreanos, no residentes en el país sino en el exterior. No hay trabajo para todos y nos pone nerviosos la perspectiva de perderlo. Preferimos culpar a los demás y no a nosotros mismos. Día tras día se perdieron puestos, y ello era inevitable con apertura indiscriminada y un tipo de cambio que invita a importar. ¿Son tontos los países extranjeros que cedieron sus puestos de trabajo a argentinos como Mario Bunge, César Milstein, Risieri Frondizi, Alberto Pedro Calderón y otros?