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Por M. Fernández López
¿Quién tocó mi 7?
En la economía se celebran transacciones: los bienes se negocian por un precio; los servicios se contratan por una retribución. Lo que uno cobra, el otro lo paga. La alegría del primero es el sufrimiento del segundo. Decía Ricardo que los terratenientes tenían intereses opuestos al resto de la sociedad: nunca estaban tan felices como cuando vendían el trigo caro, lo cual reducía el nivel de vida obrero y el beneficio empresario. Cuando se dice: los precios de la hacienda en Liniers fueron buenos, firmes o sostenidos, tiemblan los consumidores, porque saben que el bife lo pagarán más caro. Según datos oficiales (elaborados por el sociólogo Artemio López), el diez por ciento más pobre del país percibía 3,1 por ciento del producto nacional en 1975 y 1,5 en el año corriente. El diez por ciento más rico percibía 24,6 por ciento del producto en 1975, y en el año actual 36,7 por ciento. Esto significa que en el estrato más pobre, en algunas provincias, la gente dispone hoy en promedio de un peso por día para atender a sus necesidades de todo tipo, y en 1975 disponía (en cifras aproximadas) de dos pesos por día, y en algún momento uno de sus dos pesos fue tomado por un miembro del estrato más rico. Podría decirse que lo que deja de disfrutar uno lo pasa a disfrutar otro, y está todo bien. Pero no es así. Está ampliamente aceptado que la utilidad de los bienes -y del dinero, en cuanto medio para adquirir bienes- decrece con su cantidad. Un peso menos, para un pobre, puede representar una comida menos en el día. Un peso más, para el rico, es difícil imaginar en qué le puede mejorar su situación. Se contesta que el año pasado la Argentina fue el país que más creció en el mundo después de China: un 7 por ciento. ¿Dónde está mí 7?, pregunta el pobre. Le dicen que lo tiene uno a quien no le hace falta ni lo pone más feliz. Stuart Mill proponía abandonar el falso ideal de sociedad humana que atribuye una importancia inmoderada al mero aumento de producción, y fijar la atención en la mejor distribución y en la mayor remuneración del trabajo, como dos objetivos. Que el producto total aumente en forma absoluta o no es algo que, superado cierto límite, no debe interesar al legislador, pero sí que aumente en términos relativos al número de quienes participan de él; y esto debe depender de las opiniones y hábitos de la clase más numerosa, la clase de los trabajadores manuales.
El club del trueque
El intercambio fue una vía primera para reunir a personas y familias distintas. Mientras su objeto fue la entrega y recepción de objetos curiosos -una suerte de regalos recíprocos- bastó el simple trueque. Cuando se llegó al intercambio de producciones, comenzó la discrepancia entre el momento de maduración del producto y el momento de la necesidad del mismo por el consumidor, rarísima vez coincidentes. Fue necesarioorganizar el comercio y crear un artificio intermediario: el dinero. El medio general de cambio cumplía la tarea de llevar los productos desde el establecimiento productor a la casa de los consumidores, en el tiempo justo y las cantidades precisas. Por eso se lo comparó con un vehículo: era el carruaje del valor de los productos, decía Say; dijo Wicksell: era la locomotora auxiliar de una estación terminal, que constantemente se está moviendo de un lugar a otro, acomodando a los trenes en los lugares precisos, pero que nunca sale de la estación. Stuart Mill, más austero y racional, fue más drástico. Para él, nunca había desaparecido el trueque; en último término, si pasamos por alto las piruetas intermedias a que da lugar el uso de dinero, todo era trueque: Todo comercio es en realidad un trueque, y el dinero es un mero instrumento para intercambiar una cosa por otra. Uno aporta a una AFJP a lo largo de una serie de años, la entidad financiera opera en inversiones con ese depósito de uno, las bolsas suben y bajan, unas AFJP cierran, otras abren, otras se fusionan; uno lee todos los meses los informes financieros; al cabo, uno cambió parte de su trabajo de hoy por un (incierto) puñado de bienes en el futuro. Pero el trueque no limita su radio de acción a las necesidades y transacciones individuales o empresarias, también alcanza a megatransacciones que acarrean cambios de sistemas económicos. Véase esta noticia, que involucra a la mayor empresa del país: El viceministro de Economía adelantó que se utilizarán los dólares de la venta de YPF y del Hipotecario para cancelar deuda. Las promesas de entonces hoy se ven como instrumentos para ese fin anunciado. Es legítimo parafrasear así a Stuart Mill: toda privatización es en realidad un trueque, y las promesas de destinos solidarios de tales fondos (seguridad social, educación, salud), un mero instrumento para intercambiar empresas del Estado por deuda externa.
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