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LITERATURA en Página/12 - 16 de agosto de 1998

 

Meiras-Migdal

por Marcelo Birmajer


“¿Se le abre el cráneo a un hombre para robarle la razón?” Georges Simenon, 1931

 

El estaba seguro de que había sido Patricia Highsmith quien dijo que, dada la cantidad de amantes y de novelas escritas por Simenon, necesariamente tendría que haber superpuesto por lo menos dos actividades en algunas ocasiones. Estaba seguro, también, de que lo había dicho con motivo de la muerte de Simenon, en la necrológica que publicó este diario, el 7 de setiembre de 1989. Pero los archivos de los diarios son los peores enemigos de la memoria individual: dicen la verdad. Highsmith había escrito sobre Simenon, pero unos cuantos años antes, con motivo de la aparición de las Memorias íntimas del escritor francés. Y, siempre según los archivos, la muerte de Simenon se había producido en una fecha incierta, distinta del día en que se hizo pública.

En Las Memorias de Maigret, narradas por el comisario en primera persona, el personaje cuenta al lector su teoría de la “verdad”. Son los días en que el joven Simenon le explica al ya experimentado Maigret cómo debe falsear y simplificar las circunstancias verdaderas en sus novelas para que el lector las crea.

No se trata de una teoría sobre la “verdad”, como el joven Simenon (una caricaturización de sí mismo) insiste machaconamente en ese relato, sino sobre la verosimilitud. Pero mientras pensaba las primeras líneas sobre este autor tan parco como impudoroso y casi opaco de tan transparente, me pregunté si no debía hacerle caso al joven Simenon y adjudicarle sin más a la Highsmith esa divertida frase (que, en definitiva, ella no escribió y cuyo autor no logro recordar) acerca de la simultaneidad de las amantes y las novelas, y mencionar de un solo paso la muerte de Simenon, sin dividirla entre muerte real y muerte pública.

Cómo decir la verdad

Pero una novela es una novela, no un ensayo. Los ensayos, en su compromiso con la verdad, deben incluso resignarse, si es preciso, a ser inverosímiles. Pero vamos a lo que Simenon le dice a Maigret: “Sé perfectamente que estos libros están llenos de inexactitudes técnicas. Sería tarea inútil intentar contarlas. Sepa usted que todas son intencionadas, y voy a decirle por qué (...). La verdad nunca parece verdadera. No me refiero sólo a la literatura o a la pintura. No es preciso mencionar lo que ocurre con las columnas dóricas, cuyas líneas nos parecen completamente perpendiculares y dan esa impresión precisamente porque son ligeramente curvas. Si fueran rectas, las veríamos curvadas, ¿comprende? Cuéntele cualquier cosa a alguien. Si no la arregla, les parecerá a todos, siempre, increíble y artificial. Arréglela usted y parecerá más auténtica que la verdad misma”. Y concluye el vanidoso y joven Simenon, espetándole a un Maigret entre fastidiado y divertido: “Yo lo he convertido a usted en alguien más real que usted mismo”.

De todos modos, como ahora veremos, en las tramas de Simenon la verosimilitud no lleva a la “verdad”. La verdad, en las novelas de Simenon con o sin Maigret, es una pregunta sin respuesta: ¿por qué las personas asesinan? Somerset Maugham escribió en La luna y seis peniques: “Era un enigma que compartía con el universo el mérito de no tener respuesta”. Simenon, como otros autores de policiales, resuelve el enigma ante nuestros ojos; pero ni él ni los lectores alcanzan la respuesta verdadera.