El debate sobre la violencia política sigue pendiente en la sociedad argentina. En menos de un año, José Pablo Feinmann ha entregado dos textos de admirable densidad y coraje intelectual al respecto. Primero fue la obra de teatro Cuestiones con Ernesto Che Guevara. Ahora es un ensayo sobre la violencia política titulado La sangre derramada, que abre un espacio enorme para la discusión, generado por ideas que no piden ser suscriptas pasivamente sino discutidas con todo el acaloramiento y la beligerancia argumental que despierte en cada lector, pero con la infrecuente fundamentación que Feinmann le impuso a cada página de su libro.
Hubo un tiempo en la Argentina en que un libro de ensayo aspiraba a incluir entre sus páginas lo máximo posible y no lo mínimo indispensable en el terreno de las ideas. Un tiempo en que los ensayistas eran algo más que meros opinators de revistas y programas de radio y TV. Algo pasó, después. El pragmatismo, lo fragmentario, el uso del prefijo post, se fueron convirtiendo en coartadas perfectas para no profundizar en lo que podría llamarse los Grandes Dilemas. Muchos incluían a José Pablo Feinmann en esta tendencia: el filósofo que se puso a escribir novelitas policiales, guiones de cine y columnas periodísticas. Error. En el curso del último año, Feinmann ha entregado dos textos de admirable densidad y coraje intelectual. Primero fue la obra de teatro Cuestiones con Ernesto Guevara (ambientada en la última noche del Che en La Higuera, retratando un escalofriante diálogo entre el revolucionario a punto de morir y un intelectual progresista de los 90, formado en las consignas revolucionarias de los 70, que está allí para escribir una tesis sobre el Che subvencionada por una fundación norteamericana). Ahora es un ensayo sobre la violencia política titulado La sangre derramada (publicado en estos días por Planeta), que empieza con polémica potencia y no da respiro hasta el final.
El siglo XX es el siglo de los fracasos, dice Feinmann al comienzo. Y acto seguido pulveriza uno de los equívocos que caracteriza al creciente pensamiento neoconservador de esta época, aquel que dice que el sistema de libre mercado terminó siendo la superación del fascismo y del comunismo, ambos inevitablemente violentos. Aquel que dice: Los protagonistas de este siglo de horrores fueron ellos. A diferencia de casi todos los libros que tratan de una u otra manera el tema de la violencia política en nuestro país (desde el siglo pasado hasta estos días, haciendo foco en los 70), Feinmann hace una lectura cuidadosa de las fuentes ideológicas que alimentaron cada época. No sólo Kant, Hegel y Marx, sino también Moreno, Sarmiento y Alberdi. Luego de ofrecer una suerte de historia del siglo XIX argentino tomando como eje la violencia política (desde Liniers hasta el Chacho Peñaloza), se sumerge en este siglo. Y, punto por punto, recupera el contexto de ciertas frases de elocuencia fetiche, para analizarlas con tremenda lucidez, en una especie de montaña rusa dialéctica. Porque a cada frase-fetiche le sucede el vértigo: de su contexto, de sus consecuencias y, especialmente, de los malentendidos. Desde Marx (La violencia es la partera de la historia) a Von der Goltz (Los pueblos que quieren prepararse para la paz tienen que prepararse para la guerra); desde Von Clausewitz (La guerra es la continuación de la política por otros medios); a Frantz Fanon interpretado por Sartre (Matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro: quedan un hombre muerto y un hombre libre); desde la opinión de Perón sobre Montoneros a la opinión de los Montoneros sobre Perón; desde el mito que sostiene que el capitalismo apunta a la igualdad entre los hombres al uso de la palabra inhumano cuando se habla de tortura (Cuando el torturador ejerce su infame oficio, no está hundido en la inhumanidad sino exhibiendo una de las facetas de la condición del hombre: los animales no torturan); desde el inquietante peso que tuvieron, en los años posteriores al retorno de la democracia, la palabra justa de dos paladines de la opinión pública (Ernesto Sabato y María Elena Walsh) a la violencia actual de los excluidos por el sistema y el desencanto resignado ante el fin de las ideologías.
Se ha dicho muchas veces que el tema de la violencia política es un debate pendiente en la sociedad argentina. Pues bien: el gran mérito de La sangre derramada radica en el espacio que abre para la discusión. Un espacio enorme, generado por las ideas, que no piden ser suscriptas pasivamente por el lector, sino discutidas, cuestionadas, con todo el acaloramiento y la beligerancia argumental que despierte en cada lector, pero con la fundamentación dialéctica que Feinmann imprime a sus palabras.
¿Por qué define el siglo XX como el siglo de los fracasos?
-En el libro es permanente la crítica a las teorías que enuncian el esquema victorioso neoliberal. Analizo básicamente el libro de Ernst Nolte, que dice: Fracasó el comunismo, fracasó el nacionalsocialismo, triunfó el capitalismo de mercado. No es así: por un lado, el capitalismo de mercado exhibe un fracaso irresoluble. Ha generado una sociedad de exclusión que, a su vez, genera violencia creciente. Por el otro, el esquema victorioso niega un hecho absolutamente incómodo: que el nacionalsocialismo fue un fenómeno capitalista.
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