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Clara de noche
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Convivir con Virus

Si los busco, es fácil encontrar rastros. En los pies alojo una colonia de hongos. No se si es que no di con el tratamiento adecuado, pero encontrarlo me llevaría dos o tres veces al hospital ¿Quién no ha tenido hongos en los pies? Es algo con lo que puedo vivir. Bajo mi ombligo se escucha la caja acústica de una orquesta de efectos especiales: cascadas, explosiones, atolladeros, emergencias. Ya no recuerdo el último día entero en que no me dolió la panza (difícil irse a dormir con alguien de esa manera, alguien que por ejemplo apoye su cabeza sobre tu vientre para que vos le desordenes el pelo y adivine entonces lo que sentirá en el aire pocos segundos después). Alguna gente bien intencionada me mira con recelo cada vez que prendo un cigarrillo o tomo alcohol, de la misma forma en que mirarían a una embarazada fumando. Cuando conozco a alguien yo misma no puedo evitar el pensamiento: ¿Se animará a coger conmigo? ¿Estará pensando que tengo hiv? En la vagina tengo marcas. Antiguas cicatrices, dice mi ginecóloga, nada grave para cualquier mujer salvo que yo estoy inmunodeprimida, agrega ella. ¿Debería recordarlo más seguido? El otro día vi en la televisión a un nadador argentino que iba a competir por un título mundial. Era hermoso, una espalda perfecta. Le faltaba una pierna. “Yo no me siento discapacitado, no me margino”, decía. ¿Debería sentirse discapacitado? Cuando él dice discapacitado dice millones de cosas más que habitan en la imaginación de todos: paralítico, tullido, deforme. El no se margina pero necesita otra palabra para no marginar al resto. Mi vida es completamente normal, no hay ninguna diferencia. Pero tal vez sí la haya, y de esa diferencia no me puedo apropiar. No es algo que vaya a cambiar sustancialmente nada pero cada vez que se presenta la conciencia, quedo detenida entre la impotencia y el miedo. Miedo de sentir el rechazo. ¿Qué hago entonces? ¿Me tomo mis pastillas a escondidas? ¿Lo digo apurada para que no se note? Supongo que tanto para el nadador como para mí el momento más difícil es cuando tenemos que desnudarnos delante de otra persona. Cuando tenemos que reconocer las diferencias para poder recibir a otra persona. Cuando me encuentro en esas situaciones complicadas pienso que me faltan palabras, alguna que sirva para decir diferente pero no tanto. Después me doy cuenta que palabras tenemos suficientes, lo que de verdad nos falta es un poco de ejercicio en la convivencia. Y que las diferencias recuperen su geografía de aventura en las que poder sumergirse en busca de nuevas emociones.

Marta Dillon