Houston, estamos en problemas. Los análisis delatan algunas fallas en el sistema de defensas. El virus ha recuperado algo de su vigor y es necesario rectificar el rumbo. El miedo inicia otra vez su espiral ascendente. Se reciben recomendaciones de distinta índole: caminar treinta cuadras todos los días, no comer grasas, tomarse las pastillas sin excusas ni demoras, no fumar. Ninguna sugerencia implica cambios imposibles pero es necesario ajustar detalles para asegurarnos que la marcha no se detenga. Sin embargo, el alerta es tan estridente que lloro durante un día entero. Ya no quería pensar más en VIH. No quería sentirme otra vez vulnerable. Y lo peor es que es así como me siento, otra vez en manos del azar, inmóvil mientras mi cuerpo sigue con su reflejo indiferente. Cierta tendencia a la autodestrucción alimenta el impulso del hombre y mi goce queda atrapado en esas cosas que no puedo. No puedo. Cuánto me tienta lo que no puedo. ¿Es verdad que tu deseo es más fuerte que el miedo? ¿Qué te hace sentir a salvo? ¿Obedecer a tu miedo sirve para que desaparezca? ¿Darle una autoridad lo hace crecer? ¿Ojos que no ven, corazón que no duda? ¿Soy yo o son los análisis? ¿Monica Lewinsky sabrá lo que es un orgasmo? ¿Le habrán puesto preservativo al habano? ¿Mi deseo de fumar es más fuerte que el miedo a enfermarme? La brújula, ¿es el deseo o el miedo? ¿Sabría Monica que el sexo oral es sexo seguro? Tomo jugo de zanahoria todas las noches. Jugo de naranja por las mañanas. Voy al gimnasio, la semana que viene empiezo la dieta. La acción reemplaza al temor, de eso estoy segura. Entonces empiezo a caminar. Mi deseo se empaña con el miedo pero no desaparece, el pulso de mis venas tiene buen ritmo. Escucho de nuevo la llamada de atención y cuando empiezo a habituarme al sonido de la alarma, me gustan los cuidados de madre que lentamente empiezo a prodigarme. Entro en mí y quiero abrir los ojos. No me pregunto para qué, solamente me acaricio las partes dañadas. Sigo la trama de los hilos que me atan al mundo. Aun cuando no me quede nada me va a quedar algo. Alguien por ahí está en la misma encrucijada. Aquí y ahora no siempre me alcanza y por eso me empeño en anotar palabras. Escribo mi rutina para no perderme. La voluntad se me escapa y la persigo. El eterno juego del gato y el ratón. Hoy empiezo de nuevo. Y mañana otra vez. Ojos que no ven, corazón perdido. Ojos abiertos, corazón abierto, voluntad esquiva que voy a atrapar. marta dillon Marta Dillon |