Iban a hacer el show en
el célebre Studio 54, la discoteca por
excelencia de los 80, pero les divirtió la
idea de trabajar en el nuevo teatro Daryl Roth,
del Union Square neoyorquino (un antiguo banco
recientemente reciclado en una de las zonas más
típicas de Nueva York), aun cuando fuese mucho
más difícil acomodar un espacio convencional a
sus necesidades. Producía intriga la reacción
que tendría ante el show esta ciudad
hipercrítica, que lo vio y lo ve todo. Lo cierto
es que De La Guarda se ha convertido en una de
las sensaciones de la temporada teatral
veraniega. Una gran cantidad de gente de
diferentes estilos se amontona cada anochecer
ante la entrada del teatro. Al entrar, el
público recorre pasillos rumbo a un subsuelo
decorado con los afiches del grupo y luces de
neón. El techo bajo, la poca luz y la cantidad
de gente que enseguida copa el lugar genera un
estado de exaltación casi claustrofóbica. De
repente, las luces se apagan y empieza el show.
La iluminación muestra que el techo es sólo de
papel, sobre el cual los De La Guarda comienzan a
hamacarse con sus arneses, arrojando humo,
acompañados por una música suave y bellísima.
De repente empiezan a hacer agujeros en el techo,
por donde caen pelotitas fluorescentes y juguetes
sobre el público, que estalla en risas
histéricas cuando varios de los integrantes del
grupo raptan a espectadores a quienes
llevan a volar, sujetándolos a sus arneses. El
pico del show se produce cada noche cuando dos de
las integrantes del grupo comienzan a correr
desaforadamente sobre una de las paredes,
colgados de sus arneses y desafiando todo sentido
de gravedad. La versión neoyorquina de Villa
Villa incluye baile, música en vivo y ovación
final cuando todos los integrantes de De La
Guarda terminan cantando, tocando tambores y
trompetas, como en trance. Por último, el telón
que cubre hasta entonces una de las paredes se
levanta, mostrando las puertas abiertas a la
calle frente a Union Square.
En una ciudad llena de contradicciones
respecto de la violencia y represión, sorprende
y alegra la crítica unánimemente elogiosa
obtenida por Villa Villa: todos coinciden en
afirmar que los De La Guarda muestran sin miedo
ni timidez cómo los diferentes impulsos humanos
(lo chocante, lo violento, lo ritual) pueden
salir al exterior sin ser dañinos sino
estimulantes y catárticos. Sin duda, los De La
Guarda ya han establecido su espacio en la
ciudad, mereciendo comparaciones con el Blue Men
Group, los Stomp, el Cirque du Soleil y Pina
Bausch. Según Time Out, son la fiesta del
año. Según The Village Voice, son
una provocativa cruza entre Stomp, Peter
Pan y Flasdance, que estallará sobre sus cabezas
o los llevará a volar por el aire.
Mientras tanto, tres integrantes de De La Guarda
(Pichón y Gabriela Valdinú, y Diqui James)
charlan con Radar de su experiencia neoyorquina,
de sus expectativas y proyectos futuros.
Teníamos ganas de
venir por varias razones, especialmente porque
estuvimos recorriendo circuitos de festivales por
todo el mundo y queríamos empezar el recorrido
menos protegido, más comercial en esta ciudad
bestial. La gente que viene a vernos acá es el
público común, no el especializado que va a
festivales. Y hemos recibido comentarios
buenísimos, del público, de la crítica y de
otros artistas, dice Pichón. A David
Byrne lo llevamos a volar por el aire, y la otra
noche lo vi a David Copperfield riéndose y
aplaudiendo en el show, acota Gabriela.
Antes de ver Villa Villa, la gente nos
pregunta qué onda de show hacemos, y después
dicen que nada que ver con nada, que no pueden
definirnos. A nosotros nos encanta. Preferimos
que vengan sin preconceptos, dice Diquie.
Es que en Nueva York hay una necesidad
absurda de categorizar. Pero nos sorprende lo
inocente que es el público. En Europa el
público es más fiestero. Acá son más
inocentes: exclaman ¡oooh! ¡guauauu! y se
quedan con la boca abierta, como chicos.
Según los De La Guarda, en esta ciudad la
mayoría de los shows son demasiado
especulados: la gente bien sentadita
en la butaca, mirando al frente, hacia el
escenario, y todo bajo control. Por esa razón,
una de las primeras reacciones que generó el
éxito de ellos fue el de sabihondos tratando de
entender y explicar Villa Villa,
cuando en realidad es una secuencia de temas
distintos, que estimulan de diferentes maneras a
los espectadores y generan reacciones físicas y
sensoriales. Queremos romper la barrera de
la seguridad del público; lo que más nos
interesa es ocupar todo el espacio, no sólo el
espacio físico sino también la cabeza de la
gente, dice Diquie. Agrega Pichón:
Nuestro show es violento, te invade, pero
de una forma no intimidante sino invitadora.
Volamos y armamos las escenas en el aire por
encima de la gente, bajamos, nos tiramos encima
de ellos, los abrazamos, los miramos. El público
se moja con la lluvia en un par de las escenas,
en otras tienen que moverse para que los que
estamos con arneses podamos correr. No se animan
del todo al contacto físico, pero dan tan sólo
un pasito para atrás cuando los acosamos.
En cuanto a los planes para el futuro, dicen:
Si el show prende bien, pensamos contratar
gente que nos reemplace, para que Villa Villa no
muera, y al mismo tiempo para meter gente nueva
en este tipo de espectáculo. Lo que pasa es que
venimos trabajando sin parar hace años y eso nos
permitiría descansar un poco, para crear otro
show ... Y, ya que estamos, ganar algo de
plata, dice Diquie. Por ahora no tienen
mucho tiempo para pasear por Nueva York, entre
los ensayos, las ocho funciones semanales y las
notas periodísticas que les piden. Ya han sido
contratados por los productores de Rent, la
comedia musical moderna que es el
suceso teatral de Broadway y están alcanzando lo
que pocos: romper las reglas obvias y las
encubiertas que abundan en la escena teatral de
esta ciudad, sacando de contexto a público y
crítica, y logrando algo casi olvidado en Nueva
York: sorprender.
Para más
información sobre las críticas
internacionales que recibió De La Guarda,
buscar en Internet: www.delaguarda.com
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