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POR SEBASTIAN NARDI |
Su padre, alemán y nazi, trajo el plástico a la Argentina. También lo trajo a él, de infante. Estudió en vano canto lírico y, no tan en vano, arte dramático. Su legendaria participación en el Di Tella se reduce a barro, un traje de vinilo blanco y unos almohadones. Con la herencia familiar (treinta millones de dólares) pavimentó su ascenso al parnaso artístico, que alcanzó el cenit cuando Menem lo consagró oficialmente como uno de los grandes artistas que nuestro país ha ofrendado al mundo.
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