Por JUAN FORN
La construcción de un estilo consiste, entre otras cosas, en la repetición empecinada de ciertas taras. Lo que se llama ganar por cansancio. Quizá se deba al vicio de estar todos juntos, todos los días, adentro de la redacción; pero después de ciento cuatro semanas, después de dos años de hacer Radar, hay momentos en que sospechamos -los que hacemos estas páginas- que existe una manera Radar de mirar el mundo cultural. O el mundo que nos interesa a secas, para decirlo con más sinceridad.
Hace un año reivindicábamos empecinadamente el hecho de no ser periodistas: la incomodidad que nos producía la palabra difundir y la preferencia que manifestábamos por la palabra contagiar. A la hora de hacer estas páginas seguimos reivindicando el rol de bacilo infeccioso a inocular semanalmente en los lectores, pero hoy sería más complicado afirmar que no somos en absoluto periodistas. Con el tiempo y el trabajo cotidiano en este diario hemos ido sufriendo una inquietante mutación, que se manifiesta cuando estamos distraídos o descansando (sic): nos descubrimos súbitamente pendientes de cosas que puedan desembocar en las páginas de Radar. Algo que había profetizado Ernesto Tiffenberg, director de este diario, cuando nos convocó a hacer esto hace dos años y tres meses (y que a nosotros nos parecía literalmente imposible).
El objetivo de Radar es fácil de definir, a esta altura. Lo que sigue siendo difícil es hacerlo: lograr que por estas páginas circulen las ideas que están implícitas en los fenómenos culturales que nos rodean. Poder captar esas ideas y ponerlas por escrito, no como desvaídos informes o despachos impersonales sino con el caprichoso encanto de un relato, generando empatía, en lo posible beligerante, con el lector. Pensando -o discutiendo- juntos, tratando de develar aquello que late por debajo de la oferta cultural más bien abrumadora e indiferenciada de estos tiempos abrumadores e indiferenciados.
El elenco ha ido cambiando. La nueva generación -aquello que, entrecasa, llamamos el arenero de Radar- ha ido adquiriendo más responsabilidades y animándose a correr más riesgos, escribiendo, opinando y armando el menú semanal que ofrecen estas páginas: Juan Ignacio Boido, Dolores Graña, Esteban y Santiago Rial, Pablo Mendívil, Laura Isola, Florencia Helguera en diagramación y Nora Lezano en fotografía. Es un poco impresionante ver cómo los chicos crecen, cómo hacen cada vez más propio este raro artefacto que, a su aparición, fue considerado el hijo goy de Página/12 por su inquietante carencia de culpa y crispación, por su arbitrariedad y desparpajo infantiloide. Vino Daniel Link a Radar Libros. Siguen estando el gran Alejandro Ros en el diseño, Rodrigo Fresán, Miguelito Rep, Claudio Zeiger y Alan Pauls, la colaboración de Alfredo Grieco y Bavio, María Moreno, Claudio Uriarte, Diego Fischerman, Miguel Bonasso, José Pablo Feinmann, Osvaldo Bayer, el negro Pasquini Durán, Carlos Polimeni y tantos otros dentro del diario. Y el aporte desde afuera de todos esos dementes colaboradores habituales, conocidos como los sospechosos de siempre en nuestra belicosa jerga.
Es probable que el elenco siga variando: así es el periodismo. Y también es probable, mal que nos pese, que Radar deje en algún momento de ser el niño terrible de los suplementos culturales. Eso significará una de dos cosas: que nos achanchamos o que pudimos contagiar lo que queríamos, esa manera apasionada de estimular a los lectores a apropiarse ellos mismos de los libros, las películas, los discos, shows, muestras, programas de TV y radio o tendencias que fueron apareciendo en estas páginas. Estas líneas deberían cerrar con un chiste, como el primer editorial de Radar. Pero en estos días no circula ninguno medianamente decente. Así que tendrán que conformarse con esto: en una de sus películas, el italiano Roberto Begnigni llega al cielo, ve a un señor de barba y pelo largo, lacio, y le dice: ¡Jesús! Pero el barbado le contesta: ¡Ma qué Jesús! Manitú, mellamo. En cierta manera, las pequeñas revelaciones suscitadas por esa clase de equívocos son la materia prima de Radar.