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Vale decir


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Un mercenario argentino en Europa

Cuando cumplió catorce años su padre le regaló la primera pistola. A los veinte dejó Lanús rumbo a Malvinas, donde tuvo su bautismo de fuego. No pudo adaptarse a la vida civil como ex combatiente y partió a España, con el dinero del único robo en el que participó. Allá empezó trabajando como guardaespaldas y terminó como mercenario, peleando primero en Turquía contra los kurdos y después en Yugoslavia, a sueldo de los croatas. Hoy vive en París, clandestino, rechazando ofertas para ir a pelear al Africa pero abierto a “lo que ofrezcan los amigos, que están muy organizados”.

Desayuno en el
supermercado
de la muerte

Por Oscar Guisoni, desde París

Son las cinco de la madrugada de un lunes y afuera, en las calles de París, la temperatura llega a los ocho grados bajo cero. Suena el teléfono y una voz opaca, hablando como de muy lejos, pregunta si se puede hacer la entrevista a las seis, en el Pont de Asnières-sur-Seine. “Y sin fotógrafo”, aclara JM, un argentino ex combatiente de Malvinas, que fue mercenario en Turquía y que, en la guerra civil yugoslava, peleó a sueldo para el ejército croata.

EL PRIMER FIERRO Antes de que el viejo Opel rojo aparezca en el puente transcurren veinte interminables minutos que hacen pensar que el encuentro volverá a frustrarse, como los dos anteriores durante el último mes. Las tres veces, y esgrimiendo “razones de seguridad”, JM pide que haya un testigo durante el encuentro. Pero esta vez sí aparece. El tipo que viaja en el asiento del conductor pregunta en francés si somos “los del diario”. JM trae también su testigo. Y ahora agrega: “Me imagino que no hace falta que los revise. Cámaras ocultas, ustedes no, ¿verdad?”. Le indica una dirección a su compañero y se acomoda en el asiento. Es un hombre fornido, que mueve las mandíbulas como si estuviera masticando chicle constantemente. Una boina vasca y un sobretodo negro con las solapas subidas completan su atuendo. Mientras nos mira deja que transcurra un silencio largo como la espera que soportamos en el puente. “Si no fuera por el amigo común que tenemos, yo no hago esta entrevista. No gano nada con esto. Y no necesito marketing”. El coche se sumerge en los arrabales del noroeste de París, rumbo a una dirección que desconocemos. “Vos pensá que hace como quince años que me fui del país y que a la gente para la que yo trabajo este tipo de cosas no le gusta un carajo... Y disculpen los plantones de la otra vez, pero uno tiene que cuidarse un poco, viste.”

JM tuvo su primer contacto con las armas “cuando era pibe, en Lanús, mi viejo vino un día cuando cumplí los catorce y me dijo: Mirá, yo no te voy a engañar, vivimos en un mundo de mierda y lo único que podés hacer para que la mierda no te tape es aprender a manejar esto. Y sacó un paquete envuelto en papel de regalo, y adentro había una matagatos... Hoy me acuerdo y me da risa. Pobre viejo, si supiera los cacharros que tuve en las manos después, se muere... Por supuesto, la matagatos sirvió para que mis amigos del barrio me cargaran un mes entero”. Pero es una anécdota sin importancia, aclara JM enseguida: “No vayan a pensar que me volví mercenario porque mi viejo me regaló una pistolita para el cumpleaños. No, qué va... No supe lo que era la violencia en serio hasta que llegó la guerra”.

BAUTISMO EN MALVINAS Para JM, la primera guerra fue en 1982, cuando lo enviaron a combatir en las islas contra los ingleses. “En la guerra todo lo que vos pensás que aprendiste en la calle del rioba, de repente te das cuenta de que no sirve para una mierda... A lo mejor en las guerras de antes, qué sé yo, cuando eran más humanas, digamos, servía tener un poco de lealtad, ser un caballero, que es lo que uno aprende en el rioba... Pero ahora no. De eso me di cuenta en Malvinas. Ahí no había caballeros ni lealtad ni un carajo. A los ingleses ni siquiera los veías cuando te venían a matar y tus generales estaban cagados en las patas adentro del cuartel, viendo cuándo iban a sacar el trapo blanco. Un quilombo, pibe, un quilombo y una vergüenza, además.” Malvinas parece sumir a JM en un terreno pantanoso del que surge después de otro silencio prolongado. Mientras dura nos mira fijamente. No se siente a gusto con su acompañante, porque no va por donde él quiere. Y se lo dice en un francés pésimo, antes de continuar con su monólogo. “Una noche, cuando los ingleses ya habían desembarcado y nos volvían locos con esos aparatitos que tenían para mirar de noche y las balas trazadoras que salían de todos lados, vino un milico de rango medio, que no me acuerdo ni cómo se llamaba, y nos dijo que había que salir a romperse el orto por la patria, como Dios manda. Eso dijo. La mitad de los pibes que estaban conmigo desde el principio o se habían muerto o estaban heridos en el hospital, así que imaginate lo que significaba que te dijeran eso... Igual salimos. Estábamos en medio del campo, sin ver ni a dos metros, cuando uno de los pibes dice: Che, ¿y el sargentito dónde está? Mucho discurso para que nosotros nos rompiéramos el orto y el guacho lo tenía fruncido... del cagazo. No lo volví a ver; si no, lo mato con mis propias manos. Por supuesto, los ingleses nos dieron una paliza y unos días después se terminó todo. No se podía ganar. Nadie ganó nunca una guerra así. ¿Dónde se ha visto?”

LA PRIMERA MUERTE En Malvinas, JM supo por primera vez que había matado. “Te agarra un saque en el balero que ni te cuento, parece que la cabeza te va a estallar y el corazón te late como si fuera a reventar en cualquier momento. Es como si el que estuviera por morirse en ese momento fueras vos y no el otro. Encima, al tipo ni lo ves: es una sombra a cuarenta metros, vos pensás que es un enemigo porque alguien te dijo que el enemigo estaba ahí, y vos tiras al tuntún, casi como un autómata... Y de repente sentís el grito y estás seguro, pero requeteseguro, de que fue tu bala. No sé cómo explicártelo, pero vos sabés que fue la tuya y no la del flaco que está a tu lado con un arma igual... Antes de que pienses todas estas boludeces, el otro ya cayó y capaz que ya se fue para el otro lado, viste... Encima, después del shock, viene lo peor, que es cuando te sentís bien... Y, carajo, se la pusiste a un enemigo. A partir de ahí ya no te importa tanto. La segunda ya ni me la acuerdo y después perdí la cuenta. Es como los jueguitos electrónicos: una sombra que pasa por delante y que, si no reaccionás rápido, no creo que tengas oportunidad de volver a comprar otra fichita... porque el tipo te cocinó a vos, ¿entendés?”

VOLVER Cuando terminó la guerra y JM volvió al continente, empezaron los problemas. “Drogas, mierdas de farmacia y qué sé yo. Si eras ex combatiente, la gente en la calle te miraba como si te tuviera lástima... ¿Lástima de qué, me querés decir? Encima que te jugaste el pellejo por todos ellos, después sos un bicho raro, como si tuvieras sarna te miran.” Lanús ya no volvería a ser el rioba y JM no tardó en comprenderlo. “Encima te pasa algo muy raro: medio como que le tomaste el gustito... a matar, se entiende. Es casi como una droga: cuando no la tenés algo te falta y no lo podés reemplazar con nada. Una noche casi le meto un chumbazo a un tipo en un boliche de Avellaneda. Porque se me quedó la manía de ir calzado, viste: después de dormir con un FAL, no podés salir un sábado sin nada en el sobaco, te sentís una mierda. Así que yo siempre que iba de boliches con los gomías llevaba un chumbo, por las dudas, viste... Y ese hijo de puta esa noche me dijo que a las Malvinas las habíamos perdido porque éramos todos una manga de cobardes... Cobarde será tu abuela, le dije y le tiré unos tiros en las patas. Como para asustarlo, nomás, porque algo como un clic adentro del balero me dijo que si lo liquidaba me enterraba para siempre, ¿entendés?.” Esa noche JM decidió que la Argentina ya no era su lugar. Que necesitaba seguir “conectado con el ambiente, como le decimos en joda con los amigos”. Tomó un avión a España con el dinero de un pequeño atraco. “La única vez en mi vida que robé, te lo juro por la vieja, flaco... Porque mi familia no tenía un peso, ¿y de dónde iba a sacar yo un mango para venir acá, me querés decir? El viejo se rompió el culo toda la vida en un matadero y después en una fábrica, ¿y todo para qué? Para que el turco este que tenemos ahora en la Rosada le pague 150 pesos al mes de jubilación... Se lo dije al viejo por teléfono, una vez, es como si te escupieran la jeta una vez cada treinta días, le dije.”

EL PRIMER MUNDO JM le indica a su amigo que frene al doblar una esquina. El Opel se detiene en la puerta de lo que parece ser una fábrica abandonada y el amigo chofer apaga el motor.”Ustedes díganme si me voy al carajo”, comenta JM en un gesto inusitado, “miren que yo me copo hablando y no me paran más”. El frío no mengua y somos los únicos en la calle. El amigo de JM golpea una pequeña puerta al lado del portón principal del lugar, que no muestra ninguna identificación. “Vos imaginate el mismo frío que tenés acá multiplicado por tres... así estábamos en las islas”, dice, mientras se frota las manos. Alguien pregunta del otro lado algo que no comprendemos y luego la puerta se abre. Adentro de una pequeña oficina, un grupo de hombres desayuna al lado de una estufa eléctrica. “Vamos a hacer unos mates, no quiero que éstos se enteren de que ando con periodistas... Se me pudre todo, viste, y no es cuestión.” Pasamos a otra oficina repleta de muebles raídos. Un pequeño anafe y una garrafa son el único mobiliario utilizable del lugar. JM de repente parece feliz con lo que está haciendo. “En España empecé a ir a los locales nocturnos, por donde pasa la cosa, ofreciéndome como hombre de seguridad. Los gallegos enseguida me tiraron unas changuitas. Así estuve un tiempo viviendo en un hotel de Puerta del Sol, en Madrid, haciendo algún cargamento de algo que no sabía muy bien qué es pero había que proteger, fatos medio raros, pero yo nunca pregunto mucho... Que me digan lo que hay que hacer y me paguen la mitad por adelantado, con eso me alcanza. Así hasta que entré a trabajar de guardaespaldas de un político. No te voy a decir quién, porque no creo que haya muchos argentinos que hagan lo que yo hago acá en Europa, viste. Un tipo grosso.”

SEGUNDO BAUTISMO Fue por entonces que se le presentó la oportunidad que estaba esperando. “Irme a una guerra, flaco. Es lo que estaba extrañando desde que salí de allá. Porque, con los gallegos, mucho cargamento raro, mucho cuidar gente, pero nunca pasaba nada. Son lo más aburrido que hay.” Gracias a sus contactos políticos, JM llegó a Turquía en el verano de 1992, poco después que terminara la guerra del Golfo. “Los turcos estaban como locos tratando de frenar a los kurdos esos que Saddam les estaba echando encima a los empujones”. Fiel a su costumbre de no preguntar demasiado y cobrar por adelantado, JM llegó a Ankara. “Aproveché para conocer, viste, no te olvides que yo soy de abajo. En mi puta vida pensé que iba a tener oportunidad de viajar así. Mi vieja casi se muere cuando le mandé una postal desde allá”. Los militares turcos lo llevaron en camión hacia el sur, “junto con otros pibes, había de todo el mundo en ese camión, te lo juro”. La orden era muy concreta: “Había que hacer tipo como hizo el Che en Bolivia, quince o veinte tipos con provisiones, buenas comunicaciones y armamento, con la consigna de matar a la mayor cantidad de kurdos posibles. Imaginate: yo no sabía ni lo que era un kurdo en ese momento”. JM se enfervoriza cuando el relato llega a este punto y se olvida del mate que tiene entre las manos. Cuando se da cuenta pide disculpas por el atraso. “Al segundo día de estar en la montaña, en un campamentito que habíamos armado, encontramos a los kurdos y se armó la que te jedi, viste. Los fuimos a buscar nosotros a un pueblo de unos quinientos habitantes, que estaba bajo dominio de ellos y había que reconquistarlo. Resulta que para estos hijos de puta reconquistarlo significaba cargarse el pueblo entero. Me fui de Turquía después de un mes, medio con asco... Una cosa es matar ingleses en combate y otra es andar tirándole a pibes y a mujeres que no sabés ni por qué los están queriendo liquidar. También tuvimos unos enfrentamientos, así medio como al pasar, con la guerrilla. Nada del otro mundo”.

SOLDADO DE FORTUNA El episodio le dio la entrada en el ambientey lo llevó a lo que sería su experiencia de guerra más prolongada y feroz, en la ex Yugoslavia. “Cuando vos estás en este tipo de movida, lo importante son los conectes, como dicen los mexicanos. Porque casi siempre son los políticos los que te contratan, primero para cuidarlos a ellos. Te estoy hablando de peces gordos, no te vayas a creer que esto te lo conseguís siendo guardaespaldas de un intendente. Pero una vez que les entraste, les decís que a vos te gustaría pelear por dinero, ser mercenario digamos, y ellos saben adónde mandarte... Siempre saben.Pero esto es un laburo duro, la gente para la que trabajás jamás reconoce que son ellos los que te mandaron. Y no tenés aportes jubilatorios, aunque labures para los reyes. Si te pasa algo nadie va a responder por vos. Por eso te pagan lo que te pagan... Porque de la misma manera que vos se la ponés a otro, un buen día te la ponen a vos. Por las dudas, yo no me casé: entre los muchachos, los casados son los menos”.

En Turquía JM conoció unos alemanes que andaban haciendo laburo de inteligencia: “No sé si para la OTAN o para quién, y me tiraron el dato. Era un negoción, y encima te pagaba Alemania. Llegué a ganar más de dos mil dólares limpios por mes y sin gastos... La cosa es que necesitaban gente que diera una mano a los croatas. Me quedé como dos años laburando para ellos. A veces hacía de francotirador, pero no me gustaba demasiado, no tiene gracia... Te pasabas días adentro, en algún lugar bien elegido, esperando que pasaran los otros, que encima casi siempre andaban de a dos o tres, y los tiroteabas desde ahí. Pero yo soy de Lanús, me gusta que el otro tenga al menos una oportunidad. Y en esa guerra no había nada que se le pareciera a lo que yo había vivido en Malvinas. Era un quilombo impresionante. Nunca sabías dónde estaba el enemigo, a veces ni siquiera sabías quién era el enemigo.”

JM hace uno de sus silencios mientras ofrece un mate que ya se ha lavado. Sus mandíbulas siguen mascando el chicle imaginario y las manos se frotan cada vez con más fuerza encima del anafe. “Vi cada cosa ahí, ser francotirador era lo de menos... Había gente que laburaba por un ojo de la cara, con eso te digo todo.” No comprendemos la expresión y le pedimos que nos la aclare: “Por un ojo de la cara, nunca mejor dicho. Los croatas tenían un sistema increíble, que consistía en cobrar al final del día por cada ojo de enemigo muerto que les llevaras a la base... Yo lo hice una vez, nada más, porque necesitaba guita para ayudar a mi vieja que estaba enferma. Cuando llegabas, un oficialito croata te recibía con su mejor cara de infeliz, contaba los ojos y los iba metiendo en un tambor de veinte litros que tenía a un costado... Tenían los tambores llenos de ojos, los hijos de puta, nunca había visto algo así. Creo que ahí me curé para toda la vida de algunas cosas y en el ‘94 me vine a París”.

EL REPOSO DEL GUERRERO Desde ese momento JM ya no volvió a partir hacia ningún frente de batalla. “Porque tampoco me volvió el mono ese que me agarraba antes.Y eso que estoy en Francia, y acá están muy organizados para el laburo: tienen como cooperativas de gente como uno y, de vez en cuando, los gomías te tiran algún anzuelo. El año pasado me propusieron ir a Africa, pero no quise saber nada. Estoy tranquilo acá en París, de vez en cuando pinta algún fato, alguna que otra minita... Y uno se va quedando. Aparte, el cuerpo ya no da, ya no tenés veinte años.” Antes de despedirnos nos muestra la fábrica, que resulta no estar tan abandonada. “Esto es una especie de bar para nosotros, los clandestinos. Si se pudiera sacar fotos, sería como mostrar un poco el ambiente, digamos... Por París pasan tipos de todo el mundo que necesitan gente como nosotros para todo tipo de changas. Y el que está bien informado sabe que nos juntamos acá y nos viene a buscar. Supuestamente nos encargamos de distribuir vinos... Voilà le supermarché de la mort, como decía un amigo que era medio poeta”.

La entrevista ha terminado. El que hizo de chofer nos obliga a subirnos al viejo Opel y nos vuelve a perder por los suburbios de París antes de dejarnos en el puente de Asnières-sur-Seine, donde comenzó todo. Son las nueve y media de la mañana en París... y hace tanto frío como antes del amanecer.

Producción: Natalia Abraham