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Raúl Perrone, cineasta de garage

El auténtico self-made man del cine nacional alterna su trabajo semanal de dibujante en un diario con su carrera de cineasta sabatino que ya lleva casi diez años. Con 5 pal’peso (actualmente en el Cine Cosmos), Perrone concluye su trilogía juvenil que comenzó con Labios de churrasco y Graciadió, todos éxitos más que respetables de taquilla para un video independiente. Mientras prepara su incursión en el fílmico con una comedia beat, el Perro confesó a Radar por qué no hace cine, sino sólo películas.

Por DOLORES GRAÑA

Raúl Perrone conversa con la fotógrafa, intentando convencerla para que acepte un papel en su próxima película. Nora Lezano (la futura diva en cuestión) dice que no durmió, que es por eso que parece una chica Perrone. El director arriesga entonces una oferta que supone irresistible: “Con Carca. Vos y Carca. ¿Cómo lo ves?”. Norita sigue sin deslumbrarse por la oferta, así que el director continúa el entre desde otro ángulo: “Te entiendo. Cuando yo lo vi por primera vez me asusté bastante. Mete miedo. En realidad, más que miedo, impresión. Es como un Edmundo Rivero más joven. Rivero tenía elefantiasis, le crecían las manos, y siempre contaba la anécdota de cuando le pedía a la madre que le comprara trencitos para jugar, y ella lo mandaba a Retiro. Cuando hice mi primer libro de dibujos sobre él, lo fui a conocer al Viejo Almacén y lo tuve como dos horas posando mientras lo dibujaba. Y terminó regalándome una guitarra. Todo muy raro”. Bienvenidos al mundo Perrone, en donde las cosas suceden siguiendo un plan muy específico diseñado al azar. Una forma de hacer cine que es consecuencia de una manera de ver la vida, y no al revés.

LA HISTORIA SIGUE SIENDO LA MISMA El origen de la trilogía juvenil de Perrone que concluye con 5 pal’peso está en la inquietud del director de buscar una y otra vez formas de contar las cosas como son. Esto es: cómo son para quienes las viven. “Contar a los jóvenes desde la perspectiva de un adulto es repetir la historia de siempre, y yo quise mostrar algo que no tenía ningún lugar en su momento. Lo de trilogía se me ocurrió cuando hice Labios de churrasco (1994) y pensé en hacer una serie de televisión que fuese la contracara argentina de Beverly Hills 90210. No seas cruel (la serie en cuestión, que sigue sin estrenarse) fue tanto quilombo que me superó y por eso me puse a hacer otra cosa: un documental sobre James Dean (Jimidin, el corto que rodó en 1995). Cuando buscaba material me reía solo, porque siempre es lo mismo para todos: no importa lo que hagas, siempre te van a comparar con alguien. El periodismo siempre busca el nuevo... en vez de encontrar a alguien original. La gente necesita encasillar, buscar referentes: te preguntan qué director te gusta, vos decís Nicholas Ray, y ahí empiezan con el discípulo de Nick Ray. ¿Sabés cuántos nuevos James Dean hubo en estos últimos diez años? River Phoenix, Leonardo Di Caprio y miles más. Y lo peor es que cuando salió James Dean, todos decían que era el nuevo Montgomery Clift”.

Después del desgaste de la serie No seas cruel, Perrone trató de convencer a todo el mundo de que no iba a rodar más películas, “pero la idea de la trilogía me obligaba, así que seguí”. Graciadió (1997) fue un fenómeno para el que Perrone no estaba preparado, llenando funciones todos los fines de semana en los cines Lorca y Cosmos. Según el director, el público lo felicitaba por captar postales auténticas de esas vidas que rara vez son material cinematográfico o televisivo en la Argentina, a no ser que uno tenga la suerte de ser adolescente en Verano del ‘98. Las expectativas, sin embargo, parecen tener un aura de cruzada quijotesca y caritativa que a Perrone lo tiene sin cuidado: “En la época de Labios de churrasco siempre me repetían ‘ojalá que nunca te prostituyas’. Creo ser coherente con lo que digo y lo que hago, pero hay que abrir el juego: yo no soy uno más de la barra, no voy a tomar cerveza en el cordón. Necesariamente tengo que tomar cierta distancia, porque no soy un asistente social, sino que muestro una parte de la realidad que me interesa”.

En 5 pal’peso hay varias escenas memorables, como aquella en que una señora que cura el empacho y una pariente mayor comentan las desventajas de manejar una ambulancia (léase: llevarse el trabajo a casa). Pero la que se lleva las palmas es la escena final, la que queda más firme en el inconsciente cuando se comenta la película: Rolo (Campi) y Mendo (Mauro Alchuler) cuelgan por enésima vez la pelota en el patio de al lado, donde vive una anciana bastante siniestra, y cuando Mendo baja a buscarla todo termina mal. No se puede decir cuán mal porque arruinaría el efecto, pero Perrone está orgulloso del resultado emocional de la escena: “La vieja no es actriz, tiene un kiosco en el barrio, y un día me contó que tuvo que mudarse por los pibes y la pelota, a los que había denunciado a la policía. Así nació el personaje. Un día, viendo Crónica TV se me ocurrió el final de la película, pero ya cuando le expliqué a ella y al marido lo que quería, el viejo se puso como loco. Y cuando filmamos pensé que se morían de un ataque, porque perdieron el sentido de la realidad. Tanto que tenía miedo de que el gordo Campi (que es un bruto y no sabe manejar su cuerpo), se le cayera encima al viejo y lo aplastara. Cuando paré la escena, nadie se pudo reponer. El rechazo de mucha gente a este final se debe a que es muy parecido a la vida. Pero, cuando filmo, yo quiero olvidarme de que estoy haciendo una película. Todo tiene que ver con el documental, con la foto sin posar. En la vida no te avisan cuando te pegan un cuetazo. No hay mejor documental que la ficción, como decía Godard”.

SABADOS DE SUPERACCION Uno de los detalles radiográficos de la carrera de Perrone es que sus rodajes se realizan invariablemente los sábados. No tiene que ver con una pose, ni con falsas intenciones bucólicas, dice el director: “Lo de los sábados no es casual, porque así sé que puedo hacer un transfer el lunes, y después tengo tres días para reescribir y pensar bien qué hacer. Pero no es cuestión de guita. Plata no tenemos, pero si la tuviéramos haríamos las cosas igual. Tengo las bolas muy infladas de que me digan que hago un tipo determinado de cine porque no tengo guita. Esto es una estética elegida. La idea es que todo sea como una banda de rock que toca en un garage. Yo quiero que tenga ese sonido: que no se entienda bien lo que se dice, que la gente se esfuerce por escuchar”.

Y esa intención de tratar de reflejar la realidad o, mejor dicho, una versión cinematográfica de la realidad, es el motivo de los célebres planos secuencia con los que Perrone siempre cuenta sus películas. Y también para eso tiene una explicación: “El público ve lo que quiere ver, y a veces no ve nada. Es mentira lo de que el ojo del espectador es el ojo de la cámara. Resolver en seis minutos una escena sin mover la cámara es mi forma de tratar de que el público pueda ver todo. A mí no me gusta el cine de montaje. Un actor no tiene por qué ser salvado por una moviola. Además, mover la cámara me hace perder mucho tiempo y me aburro. Si hay una equivocación, se repite. Pero, si no, siempre prefiero la primera toma. Es una elección, quizás porque soy bastante fóbico y más de tres personas me parecen una multitud. Por eso no trabajo mucho en la calle: me molesta la gente. Trato de tener todo programado para que sea lo más rápido posible. Pero no para batir un récord, ni para hacerme el canchero. Es porque soy un tarado mental y no conozco otra manera de laburar”.

EL METODO PERRONE Su única manera de laburar también se aplica a la elección de los actores (Perrone reniega de la palabra casting) y en sus marcaciones privilegia la confianza y la espontaneidad sobre esas cosas de la memoria emotiva y la preparación eterna para la escena consagratoria. “Trabajar con actores que confían en vos aporta mucho a una película: Micaela Arbidor y Valentina Bassi se conocieron en el remise un par de horas antes de rodar la escena en la que hablan de la masturbación, y pareciera que se conocen de toda la vida. Otra persona las juntaría durante dos meses; yo prefiero lavarles el cerebro en el momento. Hay toda una cosa adrenalínica, kamikaze, que a mí me gusta mucho. Es un riesgo permanente. Pero si yo quedo conforme, creo que la gente también queda contenta. Lo importante es que me conmueva. Si la gente dice ¡ah, mirá qué lindo! es que no sirve para nada”.

EL ROCK ES MI FORMA DE SER Además de rodearse de actores que se repiten de obra a obra (Violeta Naón, Micaela Arbidor, Mauro Alchuler y Campi), Perrone siempre tuvo algo con los músicos: “Desde mi primer corto, Bangbang, que hice con Piero, siempre laburé con ellos... será de tanto mirar películas con Lou Reed y Tom Waits. Los músicos tienen una virginidad que los actores no tienen, y a mí me gusta el rocanrol. Pero la idea de incluir músicos es que hagan cosas diferentes a su personaje normal. Me enfurece cuando la gente ve una película y dice ‘el tipo hizo de él, qué bárbaro’: nada de bárbaro, es una cagada. ¿Cuál es la gracia? Andrés Calamaro me decía que no quería hacer Buenos Aires-Esquina (1990), que lo hacía sólo porque yo le hinchaba las pelotas y hasta se enojó porque lo hice laburar, y ahora lo ves actuando en todos sus videos. Cuando estaba haciendo Graciadió, quería conseguir al doble de Sandro, pero el tipo estaba en Mar del Plata, así que se lo propuse a Adrián Otero y fue muy gracioso. Y, mirá vos, ahora está en ‘La Nocturna’. Ahora están de moda los músicos en TV”.

ESPERANDO A GODOTTI Contra la energía inagotable de su filmografía, el director dice que no tiene ganas de hacer otra película después de 5 pal’ peso, que está podrido de todo. Pero un instante después, fiel a las contradicciones que son su mejor forma de probar que es honesto, agrega: “La próxima se va a llamar Zapada (una comedia beat) y ya están hablados Diego Capuzotto, Campi y Carca, haciendo una participación especial. Es difícil explicar de qué trata, la estoy pensando en voz alta”. La pregunta es, entonces, cuándo empieza a escribirla. “No, ya la terminé, con la colaboración de Sergio Wolf. En realidad, lo que terminamos es una especie de esqueleto que puede variar, según los días y lo que vaya pasando. Quiero rodar la película en muy poco tiempo, porque transcurre de la madrugada de un sábado a madrugada de un domingo y quiero que conserve esa frescura. Me encantaría hacerla en un día, pero eso requiere de mucha agilidad y de tener todo muy programado. La gente piensa que menos días significa menos dinero y es mentira. Posiblemente la hagamos en tres días, en blanco y negro, pero en 16mm, porque quiero que tenga un registro que no sepas si está hecho ahora o en el ‘60. Va a ser todo muy gracioso y muy patético”.

Podría pensarse entonces que los adorables personajes de su trilogía de Ituzaingó (Labios de churrasco, Graciadió y la recientemente estrenada 5 pal’peso) se volverán a reunir en clave beatnik conurbana, pero nada más lejos de las intenciones de Perrone: “Me voy a bajar de la historia de los pibes porque creo que esta película tiene más que ver con otras edades, con tiempos muertos, aunque los tipos siempre terminan haciendo lo mismo que los pibes. Es difícil de explicar porque es cíclica, empieza en una estación de servicio y termina en esta misma estación de servicio, con unos tipos que esperan a un tal Godotti, que les debe una guita de un laburo. Así que se pasan toda la película esperando a Godotti”.

EL ROCK NO ES MI FORMA DE SER Dentro de esa entelequia llamada cine nacional, Perrone es un movimiento de un solo hombre, haciendo las cosas a su manera, lo que ya es decir bastante por estos lares. Por eso es que, en este momento económicamente desastroso, el director puede pensar alegremente en filmar otra película más en sucesivos sábados, y en familia. “Es bastante odioso hablar mal de los jóvenes realizadores, pero cuando escucho a los chicos hablar de su futura primera película, me dan ganas de decirles ‘muchachos, pongansé a trabajar’. Porque si vas a esperar que llegue la guita, no hacés películas. Por eso no tengo un mango: porque mostrar lo que hago es más importante. Pero no sé cuántos estarán dispuestos a relegar cosas por filmar. Siempre hay formas de mostrar tus obras, si tenés ganas. Esta es la primera vez que yo tengo un estreno comercial, después de ocho años de hacer películas, y sé que no van a venir un millón de personas a verla, pero tampoco me gustan las palabritas de culto, porque si eso significa que estás en la marginalidad, se pueden ir todos a la mierda. No puede ser que todo el tiempo te comparen con una bandita de rock que algún día, con suerte, hará un Obras”.

EL METODO PERRONE, PARTE 2 Las películas de Perrone son como momentos Kodak de vidas sin revelar. Es quizá por eso que sus historias parecen no terminar nunca, aunque lleguen los títulos. Y es por eso también que los personajes reaparecen constantemente: ningún seguidor de Perrone se sorprende por los cameos estelares que se suceden de película a película. Los actores tienen un lugar de privilegio y, hasta cierto punto, se inventan a sí mismos, o a sus personajes. Pero Perrone aclara los tantos: “Los actores se producen solos. No hay maquillaje ni trailer en la puerta. Las actrices vienen a verme con bolsos llenos de ropa y me muestran cientos de cosas y de ahí elegimos el vestuario. Es por eso que me causa mucha gracia cuando me preguntan si las paredes amarillas están pensadas para resonar con el vestuario: ¡esto no es Los paraguas de Cherburgo! Hay ciertas cosas que salen al azar, pero otras no: el tipo tiene que usar zapatillas rojas porque a mí me gustan, así como la chica tiene que masticar chicle precisamente porque a mí no me gusta. Las cosas están pensadas, pero les doy la oportunidad de elegir, de aportar: a veces me terminan abrumando, pero el entusiasmo lo transforma en una familia. Eso significa para mí hacer películas: los actores que elegís, la música, los afiches, el corte final. El cine, en cambio, es tener productores corriendo por todas partes y terminar entregando todo a una agencia de publicidad. Por eso es que yo hago películas, no cine. Porque uno es un enfermo, en definitiva”.