La militancia horizontal
¿Cómo era la sexualidad entre los militantes de izquierda? ¿En qué momento se produjo la separación de facto entre la palabra revolución y la palabra sexual? ¿Qué pasaba con los homosexuales? ¿Había doble moral también entre los revolucionarios? Radar investiga una de las facetas menos frecuentadas a la hora de hablar de la militancia política de los acostados años 70.
Por MARIA MORENO
Una vez una feminista, ex militante de la revolución sexual, le preguntó incrédula a otra: Pero ¿vos realmente gozabas por aquellos días?. La otra respondió con sinceridad: No sé, estaba muy ocupada gritando. El chiste alude a la subida de las acciones del sexo en los 70, a su politización acompañada de sucesivos modelos doctrinarios, todos ellos imperativos, aunque incorporaran palabras habitualmente utilizadas en los chistes verdes y los insultos de barrio. Claro que esta subida no fue igual en todas partes. En los partidos de izquierda, se oscilaba entre la captura de toda actividad privada (que debía exponerse ante un tribunal enjuiciador), la relativa socialización del sexo y la vieja y modesta aceptación del camino trazado por la burguesía: la doble moral. Pero una pregunta continúa en pie: ¿cuándo se separaron de facto la palabra revolución y la palabra sexual?
Horacio Tarkus, un investigador de los meandros de las corrientes del marxismo en la Argentina, aventura: La izquierda no tiene una política para el deseo. En los orígenes del socialismo moderno existieron los que después despectiva y subrepticiamente se llamaron utópicos, que realizaron su crítica a la sociedad existente, a sus valores e instituciones, a la vida cotidiana y la sexualidad. Estos autores serían tomados en su momento por los surrealistas, los situacionistas y el movimiento hippie. Pero cuando se instituyó el socialismo científico, el de Marx y Engels, se dio un corte con el modelo anterior (de ahí que pasaran a denominarlos utópicos). Parte de aquella crítica (que proponía la emancipación de la mujer y de la sexualidad, la liberación del deseo como rechazo del trabajo y como reivindicación de la creatividad) quedó en algunos sectores asimilada pero al mismo tiempo fuertemente contrapesada por un socialismo que se define en términos de objetividad, fuerza productiva y organización racional de esa producción.
En el árbol genealógico rojo de la Argentina no era lo mismo descender de Trotski, autor de Literatura y revolución y Problemas de la vida cotidiana, que de Stalin y su purga de homosexuales. No era lo mismo recibir la hostia doctrinaria de Nahuel Moreno (trotskista y líder del PST), de Victorio Codovila (comunista asimilable a un cura rojo) o ser regulado en la vida de pareja por J. Posadas, aquel líder del PORT que era capaz de discutir en una reunión la superioridad revolucionaria de los marcianos para, acto seguido, sancionar con furores de Torquemada un besito fuera de casa. Existía un Nicolás Repetto austero y un Palacios romántico. Tarkus reconoce que, entre los diversos brotes del árbol de las izquierdas, había apolíneos y dionisíacos. Y que en la década del 20 llegó una corriente de aire fresco: el movimiento estudiantil en torno a la reforma del 18 y el nacimiento de una cultura antiimperialista que se cruzó con la comunista cuando ésta aún no estaba demasiado cristalizada en el marxismo-leninismo.
Aquel acercamiento entre vanguardias políticas y estéticas se secó en la hiperpolitización y la militarización de algunos descendientes. La historia de esa pérdida excede las intenciones de seriedad de esta nota. Tampoco se pretende dar cuenta aquí de las políticas de los diversos partidos respecto a la vida cotidiana de sus militantes sino, más bien, registrar impresiones, iluminar algunos documentos, abrir una discusión que siempre pareció silenciada por la cantilena de las prioridades o por no quedar bajo la sospecha de que la política podía ser divertida (lo cual para la mayoría de las izquierdas constituye aún hoy un sacrilegio). Los testimonios se anclan en la experiencia de los años 70, cuando muchos se empezaban a preguntar qué hacía el poder en sus camas.
LA EYACULACION BOBA En el verano de 1986 apareció en los circuitos de izquierda el número 5 de la revista Praxis, dedicado a la militancia y la vida cotidiana. La ilustración de tapa mostraba a una pareja desnuda en una cama instalada junto a un enorme retrato de Marx (ella tenía cara de insomnio insatisfecho y pechos bizcos como las chicas de Flores de Oliverio Girondo; él leía con el ceño fruncido el Qué hacer de Lenin). En uno de los artículos del libelo, encuadernado con un papel fucsia feminista, el poeta y ex director de la revista combativa La rosa blindada Carlos Alberto Brocato hacía literalmente polvo el narcisismo erótico de los militantes de izquierda acusando, fundamentalmente a los varones, de no haber superado siquiera el preescolar del ars amandi. El artículo se llamaba Crisis de la militancia (notas sobre la sexualidad). Brocato empezaba por decir que, tal como había demostrado la historia de las religiones, cuanto más pequeñas son las iglesias, más ortodoxas son sus prácticas. Por lo tanto, se puede pellizcar con menos culpa a una catequista católica que a una adventista o anglicana. Todo para hablar de la ultraortodoxia del trotskismo (o su frailerío, tal como lo llama Brocato), que permaneció más o menos intocable debido a que en nuestro país apenas se desarrolló la crítica cultural desatada por las revueltas de mayo del 68. La sexualidad nunca habría generado un debate en los partidos de izquierda al estilo preconizado por el psicoanalista Wilhem Reich, autor de La revolución sexual. En todo caso, funcionaba como un mero principio aglutinador y de identidad bajo la forma del trueque sexual. El militantismo tendía a quitarle todo misterio a la práctica sexual, a través de una visión científica que revelaba lo erótico como una ilusión o falsa conciencia.
LA TEORIA DEL VASO DE AGUA Para Brocato, los militantes de izquierda sostenían la teoría del vaso de agua: Coger es tan simple y transparente como tomar un vaso de agua. Esto los convertía en activistas monotemáticos del decatlón sexual con el primero que se pusiera a tiro, ya que el militante se consideraba liberado per se. Otra causa de empobrecimiento erótico era la de asociar los llamados juegos preliminares a la hipocresía burguesa: se los veía como un rodeo puritano que encubría la franca materialidad del sexo (es decir, su carácter objetivo de al pan, pan y al vino, vino). También los coitos fraternos, provocados por una suerte de solidaridad fisiológica, eran rituales destinados a confirmar la pertenencia al mismo núcleo, en una suerte de club de la cópula. Brocato habla de productivismo al aludir a ciertas corrientes que, embarcadas en una supuesta liberación sexual de superficie, lo hacían porque el sexo mejoraría la militancia, como ciertos jabones de tocador el cutis. Con encantadora maldad, sugiere que podría acuñarse la consigna: Compañero, adquiera el hábito de fornicar. Militará con menos nerviosismo y venderá más periódicos. A esas prácticas eróticas Brocato las bautiza eyaculación boba y su versión femenina serían aquellas cabalgantes de alcoba, insatisfechas y oprimidas aunque no usaran corpiño.
LA EXPERIENCIA TOTAL La interpretación más literal de la revolución sexual hecha por algunos sectores de la militancia trotskista parece haber sido la de concebir a toda pareja como una unidad pequeñoburguesa que debía ser socavada, favoreciéndose los encuentros fugaces pero, valga la expresión, minantes. Brocato transcribe testimonios de mujeres que fueron burlonamente criticadas por negarse a socializar durante las noches en las clásicas jornadas colectivas de discusión de fin de semana. También cita casos de parejas satirizadas cruelmente por no haberse dejado socavar de acuerdo a las necesidades de algún líder o su protegido. Eduardo Grüner, ex militante del PRT y crítico cultural siempre interesado en filosofar sobre aquello que escapa al ascetismo rojo (o sea, las pasiones), dice: El trotskismo fue uno de los pocos sectores donde, quizá por influencia del feminismo, se empezó a legitimar una política donde las mujeres tomaran la iniciativa si estaban calientes con algún compañero. Y es obvio que los líderes hacían uso de su derecho de pernada. Y Sara Torres, ex militante del PST y actual miembro de la Asamblea Raquel Liberman que trabaja por la despenalización de la prostitución, evoca los tiempos en que la revolución sexual había llegado al partido de la mano del Informe Hite: Cada compañero se abocaba a cada parte de la dama con un rigor y una meticulosidad científicos, que a veces nos daba la impresión de que estaban haciendo cuerpo a tierra. Los triángulos y los cuadriláteros se argumentaban con razones de doctrina. Me acuerdo que yo tenía un compañero cuya mujer era abogada de obreros. Entonces, en determinados días, ella se iba a vivir una experiencia total con alguno de ellos, mientras yo me quedaba haciéndole compañía a su marido.
LOS INTERESES DE LA REVOLUCION Estas prácticas, que bien podrían definirse como tragicómicas, no existieron (y mucho menos en voz alta) en el interior de las organizaciones comprometidas en la lucha armada. Daniel de Santis, un investigador de la historia del PRT/ERP, ha permitido la difusión del documento Sobre moral y proletarización, redactado por un compañero bajo el seudónimo de Julio Parra y escrito en el penal de Rawson poco antes del intento de fuga y los fusilamientos. Según De Santis, Sobre moral... fue publicado por primera vez en una revista de los presos del PRT, llamada La gaviota blindada: El hecho de haber sido escrito en la cárcel le daba una visión un poco rígida de los problemas abordados. Por ese motivo, ya en el año 1974 la dirección partidaria desaconsejaba su lectura, aunque se volvió a reimprimir y era un verdadero best seller entre la militancia del partido, sobre todo en la de origen universitario. El documento critica la revolución sexual interpretándola como una unilateralización del amor y una animalización del sexo. Haciendo gala de cierto feminismo en la prescripción de conductas a las parejas militantes (se adopta especial firmeza en la socialización del cuidado de los hijos), el documento en verdad no habla del deseo en ningún momento y rezuma el mismo productivismo en función de la militancia del que hablaba Brocato. Por ejemplo, en su caracterización del adulterio establece: Otra falta de respeto por la pareja se manifiesta cuando se produce una separación temporaria por las tareas o porque uno de los compañeros, o ambos, caen en manos del enemigo. En este caso es frecuente que los compañeros tiendan a iniciar nuevas relaciones. Es una manera cómoda de resolver las carencias propias inmediatas y constituye una muestra de fuerte individualismo, al no ponerse en el lugar del otro y no mirar las cosas de conjunto, partiendo del punto de vista de los intereses superiores de la revolución.
LA INFIDELIDAD Y LA MILITANCIA La esencial inutilidad del deseo, más allá de su búsqueda de realización, solía evidenciarse en la conducta de los militantes rompiendo las cuadrículas doctrinarias. Una militante del ERP que aparece en el libro Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, cuenta la sorpresa que se llevó un día en que encontró entre las ropas de su marido una carta de amor que le había enviado una compañera. La cosa no era así de simple: Peti era responsable de la otra, quien a su vez solía ayudarla en calidad de baby-sitter. Así que planteó el conflicto a la célula. La otra se explicó, dijo que se había tratado de un affaire y que, para ese momento, ya era asunto terminado. Peti siguió trabajando como profesora en las escuelas que el partido tenía en Buenos Aires hasta que una nueva revelación la puso a prueba: Un día me enteré de que mi marido viajaba de Córdoba a Rosario para seguir viendo a la otra compañera. Esta vez llevé el asunto a la estructura nacional. Mi compañero, que formaba parte del Buró Político, fue sancionado y separado de su cargo. Como todo asunto de la vida interna, el tema fue publicado en los boletines, cuya lectura era habitual en la rutina de la militancia. Para completar el cuadro, la compañera en cuestión fue enviada a estudiar a la escuela donde yo estaba, de modo que la tenía de alumna. Con ella en la clase, debía leer los boletines donde yo y el marido éramos los engañados de la historia. Cabe preguntarse si lo que sucede en el interior de las izquierdas se diferencia del habitual malentendido entre los sexos. Y cabe también conservar la esperanza: nunca hubo un correlato entre la ideología y las pasiones.
LA HOZ, EL MARTILLO Y EL TRIANGULO ROSA La cuestión homosexual, o el viraje del rojo al rosa, no tuvo la misma respuesta en los distintos partidos de izquierda. Pero en todos ellos la homosexualidad sólo era considerada en cuanto problema de seguridad interna. El nomadismo gay, sus nocturnidades confidenciales y el gusto por el chongo (léase lumpen) hacían que promiscuidad y delación se hicieran uno y convierten al Molina de El beso de la mujer araña de Manuel Puig en una figura redentora, al pasar de soplón a militante. El poeta Carlos Moreira ha estudiado la fuerza con que se descargó la represión de la dirigencia sobre los homosexuales desde la Revolución Cubana en adelante: Quizás el meollo de toda la problemática a la que se entregaron los dirigentes no recaiga demasiado en las prácticas homosexuales sino en el terror al hombre femenino, que bien podría constituir un mito de los tiempos modernos. En una sociedad militarizada y con un solo fin, el homosexual simboliza una opción insoportable, la de alguien que desprecia el espíritu castrense castrista y el legado de la paternidad, evidenciando que la sexualidad es un fin en sí misma (y, por lo tanto, una afirmación de individualidad). Sentimentalizar la relación entre varones enternece al soldado, sabotea el deber del centinela, ridiculiza la virilidad asumiendo supuestos valores femeninos antisociales: frivolidad, inconstancia, falta de espíritu de sacrificio, búsqueda de placer, irresponsabilidad. Y la tendencia al cosmopolitismo lo hace sospechoso de quintacolumnista. Es entonces cuando un gesto, un mero contacto, son desfigurados hasta el delito de Estado. Alguien aludió a una involuntaria humorada de Fidel que me parece que ilustra esta faceta programática: La revolución no necesita peluqueros.
EN EL PUEBLO NO HAY HOMOSEXUALES Un integrante del FLH llamado Martín, entrevistado en 1986 por Gerardo Yomal en el mismo número de Praxis donde figura el texto de Brocato, testimonia: Cuando yo estaba todavía en la periferia del partido se planteó qué pasaba con el tema de la homosexualidad en relación al partido. Se me respondió que el homosexual sufre una doble represión si es revolucionario: como revolucionario y como homosexual. Y el problema que podía tener el partido es que ésa era una puerta abierta más para que entrara la represión. Tu vida privada puede ser un obstáculo para la seguridad del partido. Cuando me dijeron Tenés que tener más recaudo que cualquier otra persona, yo lo acepté como una descripción, no como un imperativo. Porque, dada la manera como yo planteaba mi vida, era prácticamente imposible que yo llevara extraños a casa. Ellos podían ir a un hotel alojamiento, en cambio mis relaciones sexuales yo las tenía que mantener en mi departamento o en el del otro. Yomal le pregunta entonces si el partido se hacía eco de la moral burguesa, pero Martín de algún modo justifica a su organización alegando que no estaba en condiciones de hacerse cargo de ese problema, material e ideológicamente: De pronto, aparecía ese problema y tenían que dar una respuesta práctica. Esto me lo dijeron a mí, pero lo mismo podrían haber dicho a un drogadicto o cualquier marginal. Lo importante es que no había una marginación del marginal. En el mismo artículo, otro militante del FLH y ex PCR cuenta: No había una posición formada sobre el tema, pero el argumento era táctico: un comunista debe ser como es el pueblo, para poder dirigirlo, para que el pueblo pueda sentirse representado, y liberarlo. Y aparentemente, en el pueblo no hay homosexuales. Y agrega en tono picaresco que, entre los montoneros, había un capo al que se mantenía en la clandestinidad no por su función sino porque era reloca. Durante un encuentro nacional, el compañero debía representar a Buenos Aires y para que los del interior no se escandalizaran con ese porteño de muñeca quebrada, la conducción lo adiestró convenientemente hasta conseguir un ejemplar de vestuario neutro y agudos atemperados.
LA CURA La regeneración es la otra oferta que algunas izquierdas han ofrecido al militante que no ha aceptado las glorias de la compañera-nido loada por el Eros telúrico de Armando Tejada Gómez y que prefiere, a cambio, al camarada de pelo en pecho. Eduardo Grüner recuerda con cólera caballeresca: Yo tenía una pareja en lo que todavía era el PRT-La Verdad. Una compañera, como se decía entonces. Y teníamos en el mismo grupo a un amigo que era homosexual. La dirección del partido estaba muy preocupada porque lo consideraba una desviación decadente, pequeñoburguesa. Entonces me proponen a mí que mi chica lo iniciara en los placeres de la heterosexualidad, bajo mi consentimiento. Allí comencé a abrirme el camino a la expulsión, porque fui hasta el Comité Central y armé un escándalo mayúsculo. Este tipo de actitud suponía un doble vínculo ideológico: por un lado eran lo suficientemente liberales como para suponer que yo podía tolerarlo y, por el otro, eran tan conservadores que creían que había que corregir a la homosexualidad en cuanto desviación.
En Historia secreta de los homosexuales en Buenos Aires Sebreli cita a la periodista Silvina Walger diciendo que los montoneros ejecutaron a dos compañeros por considerar que todos los homosexuales eran apretables. En cuanto al PC, siempre hizo la vista gorda ante el hecho de que un militante de sus filas y del Sindicato de Correos fuera fundador del Frente de Liberación Homosexual (aun hoy su nombre es secreto de unos pocos). El ERP alguna vez protestó porque sus militantes eran recluidos en las mismas celdas que los gays levantados de levante por Lavalle o en las razzias realizadas en los baños de Retiro por la tía Margarita (el comisario Margaride), aquel servidor de los gobiernos de Frondizi, Onganía y Cámpora.
El peronismo nunca debatió sobre sexualidad pero en algún momento la reglamentó dentro de Montoneros a través de un código, sobre todo en cuanto aldulterio. Flavio Rapisardi, integrante del área de Estudios Queer de la Universidad de Buenos Aires aventura: La homosexualidad en el peronismo es como en los países musulmanes, algo que se da pero que no se nombra. Si tomamos al menemismo, por ejemplo, yo tengo un amigo gay que trabaja en un órgano del gobierno y para la fiesta de fin de año es Dios. Se disfraza de mujer y hasta el capo baila con él. Y La Pepona, un travesti de Jujuy, decidió hacer su baile de debutante a los 38 años, se compró un gran vestido, se sacó fotos en la gobernación, el gobernador le dio permiso y la fiesta fue apoteótica. Pero cuando decidió fundar la Comunidad Homosexual en Jujuy, la sede fue allanada por la policía.
LA ROSA ESPARTAQUISTA En 1972, cuando tenía veintidós años, Néstor Perlongher había llegado a encabezar la fracción de Política Obrera en la Facultad de Derecho, adonde estudiaba, pero pretendía que el partido reconociera su condición de homosexual. Como no lo logró, comunicó su ruptura y fue a pararse en Callao y Corrientes vestido de blanco y con capelina. Desde 1969, un grupo de disidentes sexuales de extracción gremial e intelectual había comenzado a reunirse con el propósito de fundar el Frente de Liberación Homosexual de la Argentina. Perlongher representó su ala ultra. La incorporación a las movilizaciones del triángulo rosa invertido (que los nazis utilizaban para marcar a los homosexuales) no se hizo sin desconcierto. Los apoyos de los revolucionarios sexuales, fueran los agrupados en la organización Política Sexual (que nucleaba disidentes eróticos, pedagogos piageteanos y feministas) o los del Frente de Liberación Homosexual, eran igualmente resistidos. Cuenta Sara Torres que el PST intentó hacer una utilización electoralista de la cuestión homosexual: En 1974 hicimos una campaña organizada por las feministas, el PST y el FLH por la derogación del decreto que prohibía la información y difusión de métodos anticonceptivos, a partir de lo cual se habían cerrado todos los centros asistenciales gratuitos de los hospitales. Perlongher y yo fuimos a hablar con Nahuel Moreno y el tema fue tomado por el PST, si bien de manera muy marginal. Moreno destinó una habitación de un local en el Once para que se reuniera el Frente. En la puerta había un cartel que decía Prohibida la entrada.
Muchos trotskistas fueron seducidos (la expresión es de Sebreli) por el peronismo en su ilusión de fundirse con las luchas sociales colectivas. Durante los festejos luego del ascenso de Cámpora al poder, cien miembros del Frente marcharon codo a codo con la JP. El romance que nunca fue tal terminó cuando los montoneros, presionados por la derecha, acuñaron la célebre consigna: No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de Perón y Montoneros.
LA CIUDAD LIBERADA Perlongher fue quizás el único intelectual crítico que intentó reflexionar provocadoramente en ese cruce entre trama política y deseo, alguien que se dejó interrogar por el feminismo naciente y utilizó el psicoanálisis sin convertirlo en un instrumento puramente centrado en las desigualdades de clase. Pero el quiebre que bifurca a la izquierda entre los que combaten por la igualdad social, económica y política y los que combaten por el reconocimiento cultural continúa. Los primeros acusan a los segundos de despolitizarse y de que sus reivindicaciones no pueden diferenciarse de la política de mercado. Los segundos, como Flavio Rapisardi, responden que descreen del antagonismo: Tanto el género, como la raza y la orientación sexual constituyen modos de distinción cultural que forman parte de la estructura económico-política: mujeres, gays, lesbianas y minorías étnicas ocupan generalmente los puestos de trabajo peor remunerados, y se convierten en las variables de ajuste de las reestructuras empresarias. Si bien ambos modos de injusticia son inseparables, esto implica que la solución que deba darse sea mixta y no global. El comandante Marcos pareció comprender muy bien la irrupción de estos nuevos sujetos sociales cuando encabezó uno de sus discursos autodenominándose mujer, homosexual, anciano, negro. Las luchas en las calles de los 90 por la visibilización de los travestis, gays y lesbianas, y las querellas legales en torno al aborto confluyen con las formas de la política tradicional. La izquierda Cicciolina y la izquierda Cary Grant (por usar las dos imágenes preferidas por Néstor Perlongher) se cruzan en su consigna para vivir y amar en una ciudad liberada.
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