Debutar de a cuatro
Revelación en Mar del Plata, invitada a los festivales de Torino y Gotemburgo, elogiada por la revista Variety, en unos días más llegará a las salas Mala época, una película hecha por jóvenes sin ninguno de los tics del cine de jóvenes. La película de los debutantes Saad, De Rosa, Roselli y Moreno puede leerse como una novela en episodios: en una Buenos Aires que se va armando en pedazos, cuatro perdedores intentan sobrevivir en tiempos de menemismo y exclusión social.
Por HORACIO BERNADES
Se llaman Oscar, Omar, Santiago y Antonio, y algo tienen en común: a todos les tocó vivir en una mala época. Oscar hace el clásico trayecto del campo a Buenos Aires para probar fortuna. Pero las cosas no le salen como esperaba: los acreedores no se le despegan y un paquete de dinero sucio lo perderá. Omar, un albañil paraguayo, sigue un día a una chica, que resulta ser -o él cree que es- la Virgen de Caacupé. La Santísima le transmite un mensaje de liberación; Omar lo comunica a sus compañeros, y entre todos paran el trabajo, enfrentándose con la patronal y el sindicato. A Santiago, adolescente de clase media baja, sus padres lo pusieron en un high-school de San Isidro, confiando en que el chico logrará pegar el gran salto social. Pero cuando intente intimar con una linda compañerita, Santiago experimentará en carne propia el sentido de la palabra exclusión. Antonio, que trabaja como sonidista, es contratado para un acto en una unidad básica y termina enrollándose peligrosamente con la amante de un jurásico puntero de barrio.
Oscar, Omar, Santiago y Antonio son los protagonistas de Mala época, film en episodios pensado y rodado por Nicolás Saad, Mariano de Rosa, Salvador Roselli y Rodrigo Moreno. Amigos entre sí, graduados todos en la Universidad del Cine, ninguno tiene más de 28 años y compartieron tareas y responsabilidades, desde la etapa de guión hasta la de montaje. Atípico en su gestación y producción, este film colectivo podría ser el sucesor natural de Buenos Aires Viceversa y Pizza, birra, faso, los batacazos en Mar del Plata 96 y 97 que terminaron resultando referentes esenciales en la renovación del cine argentino. Este año, la niña mimada de Mar del Plata resultó Mala época, que recibió dos premios al término del festival: el que otorga la crítica internacional y una mención del jurado. La película, cuya radiografía en escorzo de los tiempos menemistas produjo irritaciones varias entre los mandamases del festival, se estrenará comercialmente el primer día de 1999.
GIUFFRA AL 300 Todo empezó en San Telmo, un caluroso día de 1995. Allí, al 300 del pasaje Giuffra, tiene su sede la Universidad del Cine, que dirige Manuel Antín y que en el ambiente se conoce simplemente como la FUC. Al acercarse el fin de curso, los integrantes de la primera camada de graduados propusieron la realización de un largometraje en episodios: como para que los cuatro años de estudios tuvieran alguna continuidad, un resultado palpable. La FUC había estado detrás de varios de los mejores cortos de la primera tanda de Historias breves (1995) y tenía ya un largometraje producido, Moebius, que se estrenó en 1996 y había comenzado como un proyecto de los alumnos, pero terminó siendo una película de Gustavo Mosquera, realizador del film futurista Lo que vendrá (1988) y docente de la casa.
Ahora la cosa era distinta: se trataba de que fueran los propios estudiantes quienes llevaran adelante el proyecto, repartiéndose las responsabilidades en forma pareja a lo largo de las distintas etapas. Y sin que ningún profesional con experiencia terminara poniéndole la firma. De los guiones presentados, los propios alumnos eligieron los mejores, que llevaban las firmas de Saad, De Rosa, Roselli y Moreno. Esas cuatro historias son las que ahora -después de un par de años largos de elaboración, rodaje y posproducción- constituyen Mala época, enteramente producida y financiada por la Universidad del Cine. Parece no haber sido en vano: después de Mar del Plata, la película ya fue invitada a los festivales de Torino y de Gotemburgo, iniciando una carrera internacional que por el momento no tiene techo. Y que ya logró repercusión en importantes medios de todo el mundo. Luego de verla en Torino, el corresponsal de la revista Variety -que representa los intereses de Hollywood- escribió la semana pasada que Mala época es un film bien filmado y editado, en el que los guionistas-directores exponen, sin estridencias, un estilo refrescantemente económico de contar historias.
CUESTION DE ECONOMIA Economía de medios, sencillez y medio tono son palabras que surgen inevitablemente luego de ver Mala época. Basta con que haya un cadáver adentro para que el baúl de un auto (en La querencia, el corto que abre la película y que dirigió Nicolás Saad) devenga en algo amenazante, generador de todas las culpas y paranoias. Es suficiente con unas palabras dichas en guaraní para que la duda que flota sobre Vida y obra, el episodio de Mariano de Rosa, quede instalada: ¿el tipo alucina o realmente tuvo un encuentro místico? Alcanza con que una chica le diga al protagonista de Está todo mal (Salvador Roselli) que esa campera es relinda, para que esa campera se convierta en el fetiche que condensa el deseo del chico. O que una nena de trencitas recite, en el acto organizado por una unidad básica, unos versos ultracursis sobre la comunidad organizada (en Compañeros, de Rodrigo Moreno) para tener un posible test sobre esa etapa infantil del peronismo que se llama menemismo.
El registro de los distintos episodios puede variar del thriller criollo (La querencia) a la parodia amarga (Compañeros), del grotesco enrarecido (Vida y obra) al pequeño drama de iniciación (Está todo mal). Pero hay un tono homogéneo que unifica los distintos episodios de Mala época, y que hace que el detalle significativo se imponga sobre la metáfora estentórea, que la coherencia del relato esté siempre por encima de cualquier facilismo dramático. Apretado por la falta de dinero, el protagonista de La querencia espía por un agujerito la pieza de al lado, donde avizora un mundo soñado de mujeres y plata fácil. Ese ojo sobre un agujerito dice más sobre él y su circunstancia, que la clase de chorrera explicativa a la que cierto cine argentino nos tiene (mal) acostumbrados.
Ahora parece que ..., escribe en un momento clave el albañil iluminado de Vida y obra. Pero la frase queda trunca y el misterio de esa anunciación quedará colgando para siempre de esos puntos suspensivos. El día del cumpleaños de su candidata, el adolescente de Está todo mal lleva en brazos un regalo tan grande como su deseo, y el tiempo que le toma llegar hasta la chica -y su exagerada ceremoniosidad, que la música realza- hablan de su turbación. Durante la primera cita, el sonidista de Compañeros va al baño y se le tapa el inodoro de la casa de su conquista, insuperable signo de desubicación. Como todo film en episodios, cada uno hará su propio ranking de favoritos, a la salida de Mala época. Pero es evidente que a todos ellos los recorre un aire de familia, un modo común de asomarse a la batalla por el cine argentino.
NOVELA EN PEDAZOS Más allá del tono y el modo, ese aire de familia se materializa en una serie de continuidades concretas entre un episodio y otro de Mala época. Como resultado, la película puede leerse como un libro de cuentos o como una novela. Desde el comienzo, nos planteamos una película en episodios que fuera algo más que un mero rejunte de cortos, dice Rodrigo Moreno. Fuimos trabajando la estructura de cada episodio y de toda la película en su conjunto, bajo la supervisión del guionista Jorge Goldenberg, que fue nuestro cirujano de guiones, amplía Salvador Roselli. Primero empezamos fijando ciertas unidades de tiempo y espacio. Todos los episodios transcurren al mismo tiempo y en el mismo lugar: un día en distintas zonas de Buenos Aires, en época de elecciones, precisa De Rosa. Las elecciones son como el marco para las cuatro historias, y hay una lluvia que se larga a la noche y que empapa, en cada uno de los episodios, a cada uno de los protagonistas. El trayecto dramático de los personajes los emparenta: algunos de ellos aparecen en más de un episodio, otros se cruzan en el transcurso, y el final de la película terminará de sellar su destino común, en cuatro planos sucesivos y demoledores. Episodio a episodio se va armando, como en un rompecabezas, el perfil de la ciudad. Nos interesaba mostrar Buenos Aires, pero desde el comienzo nos propusimos evitar el clisé con que habitualmente se la muestra en el cine argentino, dice Rodrigo Moreno. Y Saad completa: Los clisés, más bien. Hay un clisé costumbrista, folklórico, de barrio colorido y simpaticón. Hay otro para las zonas exclusivas, tipo San Isidro, Barrio Norte, Martínez. Y hay otro, el del thriller, donde la ciudad que aparece no es tanto la real como el producto de una iconografía que copia la de los thrillers estadounidenses. Así, la Buenos Aires de Mala época -mostrada siempre como un fondo en escorzo, nunca en primer plano- es una ciudad hecha de pensiones, talleres mecánicos, obras en construcción en las que se vive, se duerme y se come, y también unidades básicas y parques y piscinas de la zona norte. Un perfil que nunca llega a ser homogéneo. La ciudad cambió, está cambiando; hoy en día ya no es más la que era, sino más bien una acumulación, como en capas, de estilos y topografías, coinciden todos. Esa ciudad es, tal vez, la quinta protagonista de Mala época. La sexta es, justamente, la época.
PARIENTES Hay otro aire de familia en Mala época, dado por ciertos rostros que ayudan a vincular la película con otras películas anteriores. Todas ellas cruciales en lo que podría denominarse, sin temor por el lugar común, como nuevo cine argentino. Esos rostros son los de algunos de los actores del film de Saad-De Rosa-Roselli-Moreno, que van apareciendo en el curso del metraje. Los de Martín Adjemian y Oscar Alegre, por ejemplo, que no son otros que los recordados Achala y Oliveira de uno de los mejores episodios de Historias breves, y que aquí reaparecen, como capataz de obra y dueño de taller mecánico trucho. O, siguiendo con aquellas Historias breves, Roly Serrano, que supo ser el rey muerto del episodio homónimo y que esta vez es un rompehuelgas al servicio de la patronal. También está, faltaba más, Héctor Anglada, consagración de Pizza, birra, faso, que en Mala época es un albañil incontinente. Y, finalmente, Carlos Roffé, rostro visible del cine de Alejandro Agresti, que alguna vez supo ser un director prometedor. A ellos se les suman actores más normales, como Virginia Innocenti, el televisivo Diego Peretti o Marita Ballesteros. Además de los verdaderos héroes, de la película, todos debutantes, llamados Pablo Vega, Daniel Valenzuela y Nicolás Leivas. Ah, y un tal Ricardo Mollo, líder del grupo Divididos, que sorprenderá a más de uno en su primera aparición cinematográfica.
CONTRA LA CORRECCION POLITICA Si hay algo que no soportamos es la falsedad, lo que ahora se llama corrección política, que hace que la mayoría de los personajes del cine argentino estén atravesados de ideología, dice Saad, ante la aprobación de sus compañeros. La corrección política hubiera visto, en el muchacho de campo de La querencia, un alma pura y buena, ajena a todas las tentaciones. Y sin embargo, Oscar va y se tienta con la vida fácil, y termina transportando un cadáver por toda la ciudad. Nunca llega a saberse del todo si Vida y obra satiriza cierta forma de religiosidad salvaje, o busca restaurar -.por el absurdo- los dorados tiempos de la lucha de clases. Necesitamos pensar, le dicen los albañiles al burócrata sindical, y si trabajamos no podemos pensar. La corrección política hubiera desaconsejado el final de Está todo mal, donde la frustración amorosa lleva al protagonista a hacerse con un botín, cuya apropiación terminará ocasionando una muerte. Y la visión degradada sobre el peronismo de aquí y ahora que echa, en tono de comedia corrosiva, Rodrigo Moreno en Compañeros hará arrugar la nariz a más de uno. En ese episodio, el insolente jovencito parece querer cargarse en media hora todo un folklore político, una mitología nacional hecha de choripanes, cuartetazos y actos en la vereda. Pertenecemos a una generación que, por edad, llegó tarde y mal a la política, una generación no atravesada por la ideología, admiten los cuatro, a coro. Seguramente ése sea nuestro pecado, pero también, quizás, nuestra virtud, porque nos permite concentrarnos en los personajes sin una toma de partido previo. De esa virtud defectuosa, de ese desprejuicio, nacen algunas feroces caricaturas. Como el puntero de barrio que no paga con dinero sino con rifas, o el sindicalista que revolea un poncho al mejor estilo Soledad, disfrazado de mazorquero federal y zapateando un ridículo malambo. Y nacen también los albañiles desideologizados pero súbitamente politizados por el encuentro con la virgen. ¡Pero andá, paraguayo de mierda, que te venís a matar el hambre a mi patria!, responde un capitoste sindical, una vez que se le cayó la careta. Y nace sobre todo Celestini, el candidato de algún partido sin nombre, que en la secuencia que sirve de prólogo a Mala época sonríe y posa para las fotos de campaña. Ficción y realidad se empastarán más tarde, cuando los afiches de Celestini aparezcan pegados junto a los de algunos candidatos reconocibles, como Scioli o Melchor Posse.
Llegar tarde a la política no impide, en suma, que de esta colección de postales se desprenda el tufo de un país en el que la desocupación, la falta de oportunidades, el prejuicio racial y barrial (Vaya a saber las cosas que harán de noche, murmura una gorda de ruleros sobre sus vecinos de la obra), la ambición económica, las avivadas y los dineros malhabidos son el pan cotidiano. Que ese tufo no esté impuesto sobre el relato, sino que se desprenda de él, es justamente uno de los méritos de una película -¿de una generación de cineastas?- para la que el relato, y no los discursos, es lo que manda.
1-Martín Adjemian y Carlos Roffé, rostros del nuevo cine argentino. 2-El amor adolescente también tiene su lugar en Mala época.3-Ricardo Mollo se asoma al cine.
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