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Vale decir


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OLIVER STONE
 

La escribió a los 19 años. Después partió a Vietnam y se olvidó de ella. Hasta que, en 1994, un editor le pidió tímidamente si se la dejaba leer y lo convenció de publicarla. Luego de corregirla durante dos años, Oliver Stone finalmente dio a imprenta El sueño de un niño. Y mostró mucho más parsimonia con las críticas adversas que cuando lo atacan por sus películas.

Por Maitland McDonagh

Que haya escritores que quieren dirigir películas es entendible: los directores están en la punta de la pirámide del negocio cinematográfico, reventando grandes presupuestos y brillando en las marquesinas. ¿Pero qué pasa con los directores que quieren escribir? ¿No es una velada manera de bajar un escalón? Mejor no mencionárselo a Oliver Stone, el cinemático rey de las conspiraciones y perenne provocador de peces gordos hollywoodenses: “Algunas personas tienen problemas con mis películas por sus excesos. Veamos qué dicen de este libro”. No es que Stone tenga muchas esperanzas en la capacidad norteamericana para entender sus inclinaciones religiosas: “No creo que los Estados Unidos, con su incontrolable inclinación por el materialismo, sea capaz de entender un concepto esencial del budismo, como es el vacío”. Para no mencionar la opinión que despiertan en él sus colegas generacionales: “No sé si los que crecieron en los ‘60 deberían dejar de hacer películas directamente o sólo dedicarse a los dibujos animados”. Y, por supuesto, el mundo actual: “¿Qué mensaje profundo se trata de transmitir a los jóvenes de hoy, con esta cultura capitalista del consumo en la que estamos sumergidos? Eso es lo que deberían hacer las películas y los libros actuales”. En otro tiempo, la mención a la palabra libros habría pasado inadvertida en Stone, pero ya no: su novela El sueño del niño, escrita hace treinta años, está disponible en cualquier librería (traducida y publicada en castellano por Debate).

Aquellos que sufren cierta debilidad por los experimentos narrativos de los grandes nombres del cine, seguramente se habrán conseguido ya una copia de Paprika, esa infusión de especias literarias que alguna vez escribió el director austríaco Erich von Stroheim (“¡Su amor era caliente, caliente como la pimienta!”), para no mencionar exabruptos más recientes, como The Melancholy Death of Oyster Boy and Other Stories de Tim Burton, Pink de Gus van Sant (traducido por Mondadori) y Las puertas del Edén de Ethan Coen (que publicará próximamente Emecé). Pero ninguno de ellos supera la audacia de este homenaje espasmódico de Oliver Stone a los ídolos literarios de su juventud (Joyce, Donleavy, Mailer, Joyce Cary, Céline, Conrad, Proust), parte del cual debió reconstruir basándose en borradores porque, en un ataque de furia tres décadas atrás, lo había arrojado al East River.

Stone empezó a escribir de niño. “Mi viejo siempre me alentaba. Él mismo escribía, textos de economía, pero no pretendió nunca que me convirtiera en novelista o algo así. Yo lo hacía por el dinero, en realidad: él me pagaba por escribir un página a la semana. Después incursioné más seriamente en el rubro: cuando tenía doce empecé una novela sobre la Revolución Francesa.” El sueño de un niño fue escrita después de que Stone abandonara Yale, y antes de que marchara a Vietnam como soldado, en el período inmediatamente posterior al año que pasó como maestro voluntario en el sudeste asiático (más precisamente en Saigón). La fiebre de inspiración lo atacó en un hotel barato de Guadalajara, en 1966, y lo abandonó al año siguiente en su Nueva York natal. “Quiero aclarar un malentendido, porque hay gente que sospecha que esto es una especie de autobiografía, y nada que ver, en absoluto”, insiste el director, aunque el protagonista de su libro se llama William Oliver (Stone padre llamaba William a su hijo, aunque la madre prefería decirle Oliver) y muchas de sus experiencias reflejan claramente las propias. “Sí, está basado en cosas que sucedieron, pero hay mucho de fantasía y de imaginación. Me molestan esas reseñas hechas por personas seniles que ven al libro sólo como el exabrupto de un adolescente. Es un tratamiento condescendiente. Créanme: a los cincuenta años, puedo mirar atrás y decidir Sí, voy a sacar este párrafo, es demasiado. Puedo ver los excesos, pero decidí dejarlos precisamente porque son ingenuos y reflejan esa edad en que las cosas podían desbordarte... Aunque alguna gente dirá que todavía soy así”, se sonríe. La mayoría de los cincuentones prefiere olvidar convenientemente sus pecados de juventud: los peinados que ostentaban en sus fotos de colegio, los raptos caligráficos en diarios íntimos, esa primera novela inconclusa y archivada en el desván. Pero cuando Robert Weil, de la editorial St. Martin Press, oyó hablar en 1994 acerca de un manuscrito escrito por Stone en su juventud, llamó al director, se dio a conocer y le pidió tímidamente si lo podía leer. Para su sorpresa, Stone accedió. “Obviamente lo pensé mucho. Me tomé un año antes de dárselo. Bob había trabajado con gente como Heinrich Böll y Henry Roth, así que le dije Si esto es el exabrupto de un amateur, dígamelo y olvidamos todo. Pero él consideró que el lenguaje era potente y que el libro valía la pena. En realidad, fue la única persona que me alentó con este libro, pero sonaba tan entusiasmado que me tomé otro año para pensarlo. Después de terminar Nixon, me senté durante seis meses y no hice otra cosa que reescribir, corregir y pegar fragmentos. Encaré el trabajo tratando de respetar la voz de ese chico de diecinueve años, y retrotrayéndome a ese período. En ningún momento primaron las percepciones de un hombre de cincuenta años por sobre el espíritu de ese joven febril.”

Sin embargo, es difícil no ver el estilo fragmentario y alucinatorio de las películas más recientes de Stone -en especial Camino sin retorno y Asesinos por naturaleza- como el equivalente visual de la prosa de su tumultuosa novela iniciática. “Algunos tendrán la excusa perfecta para demostrar mi involución. El sueño de un niño es mucho más maduro como libro que Asesinos por naturaleza como película.” La ironía es que, como director, Stone ha sido considerado “un Dostoievsky detrás de una cámara” (lo dijo Gary Willis, en The Atlantic Monthly), en cambio El sueño de un niño recibió esa clase de reseñas que el New York Times llama eufemísticamente “mixtas”. Algunas se abstuvieron de todo eufemismo: “El libro de Stone es el equivalente literario de los discos de William Shatner: un clásico instantáneo del camp”, dijo el Village Voice. Después de años de controversia acerca de sus películas, ¿Stone tiene el pellejo más duro cuando critican su novela? “Supongo que sí. Si me las tomara como algo personal, probablemente me sentiría muy mal”, comenta cortésmente y, por momentos, uno se pregunta si el joven Stone habría reaccionado igual, de haber publicado su libro a los veinte años.