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Por Miguel Russo
Fue el primer libro que contó la intimidad del horror vivido en la Escuela de Mecánica de la Armada. Antes que el Nunca Más. Sus argumentos fueron usados tanto por la defensa como por la fiscalía -indudablemente con lecturas distintas- en los juicios a la última dictadura militar. Los testimonios brindados en el libro fueron corroborados, uno a uno, en la Justicia. Mientras tanto, en 1988, la International Crime Writers Association le dio el Premio Rodolfo Walsh a la mejor narración testimonial de tema criminal. Eso fue, eso es, eso será siempre Recuerdo de la muerte. El concepto de Miguel Bonasso, su autor, era claro: no quería matar por segunda vez a los compañeros muertos a manos de los militares.
Bonasso había postergado totalmente la literatura por su militancia política. Desde adolescente tuvo una muy fuerte vocación narrativa. Comenzó a escribir una novela a principios de los `60, con poco más de veinte años. Esa novela frustrada -y seguramente quemada por mí, dice con una sonrisa- se iba a llamar De sabihondos y suicidas. Después hubo una segunda novela, sin título, que escribió a comienzos de los años `70. Muy poco tiempo después de terminarla, ingresó a la Juventud Peronista y a Montoneros de una manera orgánica. Allí se suspendió mi actividad literaria hasta 1979, después de la gran derrota, en el exilio, después de mi ruptura con Montoneros. En ese momento, dos coincidencias lo unieron con el que iba a ser su personaje, Jaime Dri: la ruptura con la conducción de Mario Firmenich y el exilio en México.
Yo había organizado la conferencia de prensa sobre la fuga del Pelado Dri en París, en la cual estuvo Mitterrand. Su historia me conmovió por todo lo que, dentro de la propia historia de la represión y el terrorismo de Estado, significaba la ESMA, recuerda Bonasso. La ESMA y lo perverso de reducir a esclavitud el trabajo intelectual de los detenidos allí. La ESMA y ese proyecto diabólico de Massera de usar a sus propios prisioneros (gente de cuya vida y muerte era dueño y señor) para su proyecto político de retomar el poder sucediendo a la dictadura militar como presidente seudoconstitucional.
Y esa historia, allá en los orígenes de suponerla una novela, es poseedora de otra historia que tiene que ver con quién la escribiría. Durante algún tiempo Bonasso estuvo hablando con Gabriel García Márquez para que fuera él quien narrara la odisea de Dri. Traté de convencerlo, pero era algo absurdo, ya que si bien podría haber contado maravillosamente la historia, le faltaba la temperatura, el conocimiento cabal del contexto nacional y militante. Bonasso también había pensado en hacer un guión para que lo filmara Francesco Rosi. Pero al tiempo, cuando vio que no pasaba nada con Gabo ni con Rosi, Bonasso le dijo a Dri: La voy a escribir yo.
La escritura funcionó como tabla de salvación para Bonasso. Me permitió salir de una derrota devastadora que me había dejado muy mal, un momento en el cual me sentía más acompañado de los muertos que de los vivos, siendo un hombre de treinta y pico de años. Esa cosa terrible de la muerte de los compañeros, del exilio, de la soledad, de la derrota, fue conjurado al sentarme a escribir, al poder unir en una misma propuesta existencial lo que era mi historia militante, la historia de nuestra generación, la denuncia del terrorismo de Estado que era necesario denunciar (vale aclarar que corría 1980, la dictadura aún estaba en el poder). Sirvió para recuperarme a mí mismo, rehacer mi vida, proyectarla a futuro. Con esa novela pude recuperar esa vocación que tuve que dejar en los momentos más álgidos de la militancia y volver a enlazarla con mi vida.
Cuando decidió escribirla, Bonasso tuvo frente a sí muchos caminos a seguir. Una vez terminada la novela, algunos escritores le criticaron que no hubiera sido tan calvinista como otros narradores de no-ficción, que se metiera en la subjetividad de los represores y de los compañeros, que buceara en la vida de ellos. Yo entendí que había ciertas claves inconscientes que sólo podía explorarlas a través de la novela, de la cosa psicológica, no de la descripción sociológica y de testimonios de la denuncia. A eso tengo que atribuir el éxito que tuvo Recuerdo de la muerte a lo largo de los años: la gente se acerca a la realidad que fue el terrorismo de Estado en la Argentina no sólo desde el punto de vista racional, sino también desde el punto de vista inconsciente, afectivo, del corazón, de los sueños, de las pesadillas, del terror. Quería llegar a la afectividad de la gente, y, sobre todo, a las nuevas generaciones que no habían vivido esa historia.
En estos catorce años que van desde la primera edición de Recuerdo de la muerte a su reciente edición definitiva, millones de personas pudieron entender cómo puede contarse, desde la literatura, un suceso tan nefasto para también millones de personas. Entre esos lectores, por supuesto, había militares y montoneros. Muchos de ellos protestaron en privado por lo que Bonasso había contado. Varios de esos reproches se perdieron para siempre en el silencio. Entre los que escuchó, Bonasso recuerda uno: Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja llegaron a visitarme un día a México para decirme que el libro no explicaba cabalmente las causas de nuestra lucha y mostraba, en cambio, el momento estricto de una guerra de aparatos, el de Montoneros y el represor. Yo les dije que mi obligación no era dar explicaciones. Que el que debía darlas era Firmenich. Bonasso (su obligación) cumplió.
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