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MUSICA El nuevo disco de Lyle Lovett

Lyle Lovett es una de esas personas que no se olvidan fácilmente. Por su rostro irrepetible (que se las arregló para enamorar a Julia Roberts y a quién le importa que la historia haya terminado mal). Por sus canciones entre melancólicas e hilarantes. Y, ahora, por las canciones de los otros. Con el doble CD “Step Inside This House”, el gran freak-cowboy texano rinde homenaje público a compositores casi secretos.

Por RODRIGO FRESAN

El director de cine Robert Altman dice que Lyle Lovett es la representación certera del “arte sin ironía”. Algo de razón tiene. Bastante. La suficiente como para incluirlo en su película The Player (“Las reglas del juego”) en la piel de un poco ortodoxo policía que, en una escena inolvidable, invoca la cantinela/mantra del film maldito Freaks donde los héroes eran gente sin brazos, mujeres barbudas, lilliputienses, hermanas siamesas ... “One of us! One of us!”, recitaba allí Lyle Lovett. Uno de nosotros, sí. Con esas palabras nos obligaba a pensarnos -y enseguida reconocernos- como fenómenos de la naturaleza, tullidos metafóricos y no tanto. Un par de años más tarde, Altman lo hizo reaparecer en Short-Cuts (“Ciudad de ángeles”) como el panadero obsesivo pensado por Raymond Carver para uno de sus mejores cuentos. Ahí ya no había excusas y muchos -fascinados por un rostro y un peinado dignos de villano de Dick Tracy y por las noticias de su casamiento secreto y relámpago con Julia Roberts- se preguntaron: ¿quién es ese actor tan raro? El problema es que la pregunta estaba mal formulada. La pregunta debió haber sido: ¿quién es ese eximio compositor de canciones y atípico cantante country?

LA CANCION NO ES LA MISMA La respuesta está en siete compacts inevitables: Lyle Lovett (1986), Pontiac (1987), Lyle Lovett and His Large Band (1989), Joshua Judges Ruth (1992), I Love Everybody (1994), The Road to Ensenada (1996) y el recién aparecido compact doble Step Inside This House. Y, sí, son compacts decididamente freaks desde la óptica de la convencionalidad country. Porque, si bien Lovett nació en Texas en 1957, representa la universalidad de lo extraño. Es cierto, en el nuevo disco hay títulos de canciones que no hubiera despreciado el mismísimo Hank Williams. Títulos de esos que lo dicen todo: “Te amé ayer”, “Si estuvieras para despertarte”, “Ella me está dejando porque realmente tiene ganas”, “Si yo fuera el hombre que tú quieres”, “Ella ya ha tomado una decisión”, “Tengo los blues”, “No toques mi sombrero”. Pero también hay títulos de los otros, títulos de canciones que hay que escuchar para saber de qué se tratan y aun así ... Por ejemplo, “Bebés gordos”, o “Piernas flacas”, o “Pingüinos”, o “Si tuviera un bote”, o “Panteón familiar”. Y uno las escucha y descubre que “Bebés gordos” asegura que esas criaturas “no tienen orgullo pero, de cualquier modo, quién necesita de orgullo”. Que a Lovett no le interesan “los autos elegantes o los anillos de diamante o las estrellas de cine”, sino que le gustan los pingüinos “porque son tan comprensivos con mis necesidades”. Y que “Panteón familiar” narra las muertes de varios Lovetts y amistades, incluyendo la del primo segundo Calloway (“muerto apenas cumplió los dos años; fue por culpa de la mermelada y la mantequilla de maní, la sirvienta no supo qué hacer, se quedó ahí parada y vio cómo se ponía azul”) o la del amigo Brian Temple (“que le erró por pulgadas a la pileta cuando saltó desde un tercer piso”). El flamante Step Inside This House viene amueblado con canciones que no son de Lovett -están firmadas por sus texanos favoritos- pero que bien podrían serlo. Se llaman, por ejemplo, “Osos”, o “Pulmones”, o “Tuve suficiente”, o “La balada del leopardo albino y el Cowbot Tanqueray”. Todo, como ya es costumbre, arropado en arreglos que van de la austeridad folk, pasando por la polka campesina hasta llegar al elástico músculo big band. Difícil de entender para el típico Hombre Marlboro: Lyle Lovett hace lo que se le da la gana y se viste en Armani. Puede invocar en su oyente el más puro de los sentimientos y, por momentos, sonar parodista de altura tipo Frank Zappa, o cínico song-writer de la escuela de Randy Newman, con quien suele juntarse a grabar. Y -pecado de pecados, nunca se lo perdonaron- Lovett hasta se permitió cantar el clásico femenino “Stand By Your Man”. A muchos, en Texas, los mataron por mucho, muchísimo menos.

LA CHICA EN EL RINCON A Lovett no le interesan las estrellas de cine pero -más allá de los pingüinos- le interesó Julia Roberts. O a Julia Robert le interesó Lovett. Se conocieron y se casaron en 1993 y se divorciaron un año más tarde. Y eso es todo. En el álbum The Road to Ensenada (al final, fuera de programa, más de un minuto de silencio luego de que el compact haya, teóricamente, terminado) se oye una canción titulada “La chica en el rincón”. Una canción tierna y desgarradora que garantiza la inmortalidad de Lovett y su entrada al panteón de hombres que lloran sobre su cerveza. La tan despiadada como sensible criónica de una fiesta hollywoodense donde el chico conoce a la chica. “Tim era alto y Susan era inteligente. Y Francis parecía una obra de arte. Melissa estaba triste pero eso la volvía dulce. Y Dan y Elaine tenían el mundo a sus pies. Debra tenía a Pliny. Lisa tenía a Tony. Y la chica en el rincón podría haber tenido a quien quisiera. Richard era cool y Tubb era tan gracioso y la señora que tiraba el tarot se quedó con el dinero de todos. Entonces ella me miró y entonces ella me sonrió. Y alzó su copa para mí. Y el resto, dicen, es historia.” Pero la historia de Lovett está lejos de concluir. El affaire Roberts -que en cualquier otro funcionaría como nota al pie frívola o apostilla chismográfica- lo convierte, todavía más, en uno de nosotros. Porque si alguien como Lyle pudo con alguien como Julia, bueno, quién sabe ...

EL CHICO EN LA PANTALLA Mientras tanto -hasta la próxima canción y el próximo episodio- Lovett sigue apareciendo en el cine. Papeles breves y no tanto, siempre inolvidables por prepotencia de máscara. Uno de los últimos es en The Opposite of Sex, a estrenarse en la Argentina a principios de diciembre. Título de película que bien podría ser título de canción de Lovett, quien explica: “Lo opuesto al sexo es ... el sexo. Lo opuesto al sexo es todo aquello que viene con el sexo y que uno piensa que no tiene nada que ver con él. Todos los sentimientos, por ejemplo. La responsabilidad en sí que es querer a alguien, el potencial implícito de que uno puede perder a ese alguien. El opuesto del sexo es todo aquello que no es físico pero acaba subrayando la importancia del sexo. Es todo lo mismo. No se puede tener uno sin el otro. El verdadero opuesto del sexo es la no-existencia. El objetivo del matrimonio no es casémonos y tengamos hijos. Es amar a alguien. Si el precio de eso es perder mi creatividad, no hay problema. El Gran Arte no es a lo que debemos aspirar en la vida. Debemos aspirar a tener una buena vida. El Arte no es vida”. Y después, seguro, Lovett sonríe. Una sonrisa tan ambigua como la de la Gioconda, sólo que un poco más peligrosa. Una de esas sonrisas que no sólo explican que Julia se haya entregado sino que, también, que Ilsa sucumbiera a Rick en Casablanca. La sonrisa de alguien que decidió cambiar el título de su mejor álbum (Creeps Like Me, “Tipos desagradables como yo”) por I Love Everybody (“Yo amo a todo el mundo”). Entre un extremo y otro del asunto, Lovett sigue cantando canciones con títulos como “Hola, abuela” o “Me casé con ella porque se parece a ti”, mientras decide si aceptará o no la oferta que acaba de hacerle la televisión de su país: ser el nuevo Señor Spock en la próxima versión de Viaje a las estrellas. Ser un extraterrestre para, así, volver a ser uno de nosotros.