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Yo me pregunto

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Dos años atrás, exactamente en el primer número de Radar, Osvaldo Soriano escribió sobre el Che Guevara, a propósito de un irrespetuoso retrato del revolucionario que aparecía en las memorias del converso Régis Debray. Debray decía que el Che era básicamente un tipo antipático, sin sentido del humor, solemne. Soriano retrucaba: “Ahora que nadie le teme, el Che se incorpora al imaginario de los consumidores occidentales como una mercancía más”. La queja de Soriano iba al hueso de lo que luego se denominaría che-manía: ¿cualquiera puede hablar sobre el Che Guevara? ¿Cualquiera, desde cualquier posición ideológica, filosófica o política tiene algo para decir acerca de Guevara? ¿No era, Guevara, un icono de la cultura de izquierda y, para bien o para mal, algo hay que tener que ver con la cultura de izquierda para hablar sobre Guevara?

Es cierto: los tiempos han cambiado y, en los dos últimos años, Guevara volvió en una multitud de libros que no necesariamente son una celebración del Che y de la cultura de izquierda. Es cierto que hay una línea de claro revisionismo del foquismo de los años ‘60 y ‘70. También es muy cierto que las biografías de Jorge Castañeda y Paco Ignacio Taibo II, o la obra teatral de José Pablo Feinmann Cuestiones con el Che Guevara (que imagina la última noche del Che antes de ser asesinado) son pertinentes: fueron hechas por autores que, cualquiera puede darse cuenta, tienen un interés real y vital en el Che, porque es una figura que forma parte de su historia personal, política y generacional.

Pero en estos días, un escritor que puede ser sospechado de muchas cosas menos de ser, haber sido o llegar a ser un izquierdista acaba de dar a luz una novela sobre el Che Guevara. Se trata de un escritor “de carrera”, que también es diplomático de carrera y que actualmente se desempeña como embajador de la Argentina en Lima: Abel Posse. En una carta de puño y letra de Posse que la editorial envió a los periodistas para la promoción del libro recién publicado, el autor afirma: “En este tiempo de ideales traicionados, de politiquería municipal, de mercantilismo global y terminal, su parábola (la del Che, claro) es la de un cometa. Le quedan chicas (al Che, de más está decir) las biografías. Buscó (el Che, nuevamente) algo que estaba más allá de la convención revolucionaria de su tiempo. Aunque derrotado, traicionado, asesinado, se transforma (sí, sí, el Che) en símbolo del espíritu de rebeldía”. Entendido: si no has llegado a tiempo a unirte a la che-manía, combátela.

Abel Posse, justo es decirlo, no goza de la simpatía de muchos escritores argentinos que estuvieron exiliados bajo la dictadura militar porque ser diplomático de los militares no es algo muy simpático. Abel Posse no goza de la simpatía de las mujeres diplomáticas porque, en calidad de embajador, acaba de solicitar un agregado administrativo a Cancillería pidiendo que no fuera una mujer “por sus obvias limitaciones”. Abel Posse es un escritor que, según rezan invariablemente las solapas de sus libros, es muy apreciado en el exterior, muy traducido en el exterior, muy ganador de premios internacionales en el exterior, pero que, francamente, no tiene demasiado peso en el panorama narrativo local (por no decir escaso o nulo peso). Posse se manifiesta molesto por el marketing generado alrededor del Che para el 30-o aniversario de su muerte. Cabe aclarar que el mismo Posse publicó La pasión según Eva en 1994, poco antes de la anunciada Santa Evita de Tomás Eloy Martínez. Una sorpresa extratextual de Los cuadernos de Praga está en el sello editorial: ¿alguien hubiera imaginado unos años atrás a Atlántida (la editorial que, a través de sus revistas, estimulaba durante los años de la dictadura a sus lectores a enviar postales a las organizaciones humanitarias internacionales para explicarles que, en la Argentina, todos éramos derechos y humanos) exhibiendo orgullosa el perfil de un Che Guevara humanizado, cometa-parábola, encarnación de la rebeldía cósmica, y no un come-niños sangriento y temible, barbudo?

Abel Posse sostiene que “las biografías confirman al Guevara de las ideologías” y que “sólo la novela podía liberarlo de su imagen de profetade la liberación”. Con esta convicción, Los cuadernos de Praga hace foco en los meses que pasó el Che en Praga, después de la derrota en el Congo y antes de ir a Bolivia, donde sería asesinado. “Creo que nunca hubiera escrito sobre mi compatriota Guevara”, comienza diciendo Posse en su libro, pero enseguida explica que estando en Praga se vio tentado de investigar sobre la estadía del Che allí. Lo curioso del caso es que no queda para nada claro que Los cuadernos de Praga sea una novela: por un lado, el texto incorpora las voces testimoniales de quienes conocieron al Che y que brindan testimonio a Posse para su libro; y el mismo autor aparece dialogando con ellos. Pero, por otro lado, Posse suma a continuación la voz del propio Guevara dialogando internamente con las distintos personalidades que habría adoptado en Praga. Lo hace pasear por la ciudad, especula con un incierto encuentro entre fantasmas (Guevara-Kafka), compara al Che con la versión más obvia del Quijote (es decir, lo quijotesco), se traslada hasta la Argentina de los años ‘40, cuando Guevara era un joven desaliñado.

La trama, el argumento, la promesa de una ficción liberadora de las ataduras de la ideología, todo se va quedando en promesas a medida que se avanza en una historia estática a pesar de sus hiperkinesia cronológica y geográfica. Posse refiere: “Invité a mucha gente a mi novela. Viajé a Cuba en tres ocasiones. Busqué debajo del montón de anécdotas, sentimientos y zalamerías”. Pero -oh, sorpresa- todas las voces empiezan a resonar de la misma manera que la voz de Posse: condescendiente, melancólica, inofensivamente. Posse escribe desde la simple comprobación de que el Che Guevara está muerto. Pura y simplemente muerto. Y todas las voces del libro vienen a confirmar lo que ya sabemos desde el comienzo, y lo que sabía sin dudas el escritor “de carrera” Abel Posse, cuando empezó a preocuparse por la estadía de Guevara en Praga: que el socialismo real se terminó, que el stalinismo es palabra de diccionario, que conviene creer que Guevara también estaba desengañado antes de ir a morir a Bolivia.

A tranquilizarse: lo que fue tragedia se repite como farsa. El fin de la historia debe ser algo bien cierto si Abel Posse puede internarse líricamente en los avatares del marxismo y llorar por la pérdida de los valores en un mundo sin Guevara: así se cumple el objetivo central, humanista, de llevar alivio y tranquilidad a todos aquellos que pudieran temer que, por casualidad, por aburrimiento, por alguno de esos golpes de azar de la Historia, un día de éstos el Che Guevara resucite.