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De que hablamos cuando hablamos en Hollywood

Por STEVE MARTIN

Tuve una reunión con mis publicistas, para decidir mis planes profesionales. Marty sugirió que el público quiere a un Steve Martin haciendo comedia de inmediato. Tony dijo que Steve Martin debería hacer un cameo en un drama, “algo como para un premio”. La idea de Michelle fue diferente: “Jack (no dijo Nicholson, por supuesto; dijo Jack a secas) tiene la Legión de Honor; tenemos que conseguirte el Nobel. ¿Por qué no hacer un descubrimiento científico revolucionario y luego escribir un ensayo? Eso es lo que el público verdaderamente quiere de Steve Martin”. Nunca me había puesto a pensar en mí en tercera persona, pero al final de cuentas soy uno de ellos y, francamente, me sentía bien hablando de Steve Martin. -Quizás podrías escribir algo sobre la materia, o sobre su naturaleza. Cruise está haciendo algo con la reversión del ADN. Podrías hacer algo de eso. O mejor.
-No es la materia en lo que estoy interesado, sino en la premateria. El momento cuando todavía no es sopa, cuando no es nada pero tampoco es algo.
-Steve, ¿no es eso sólo cuestión de semántica? -dijo Michelle-. ¡Estás hablando de que hay algo que existe antes de la existencia!
-Están hablando como Bruce y Demi -les dije-. ¿Leyeron el artículo en la Actor/Scientist? Me encantaría atacar esa propuesta semántica.
-¿Y por qué no lo haces, Steve? -dijo Michelle en mi oído. Y supe que me habían engatusado otra vez.
Recordé cuando Stallone presentó la primera versión del guión de Rambo. Entre reescritura y reescritura, realizaba experimentos sobre el movimiento irregular del sonido explosivo. Sly conjeturaba que el sonido explosivo viajaba más rápido cuando el aire ya estaba cargado por otra explosión, lo que resultaba en un extraño efecto: en medio de dos explosiones simultáneas, el receptor escuchaba la segunda primero. Uno de los ejecutivos del estudio me confió que no estaban demasiado entusiasmados con el guión en esos tiempos, pero la investigación científica era tan fascinante que decidieron dejarlo seguir adelante con el proyecto. Sly pidió especialmente no recibir crédito por el descubrimiento, pero invirtió incontables horas en la sala de edición intentando que el sonido de la película se correspondiera con la realidad.
Al día siguiente concurrí a la cita con mi terapeuta al mediodía y, por suerte, conseguimos una mesa apacible en Spago. Le comenté abiertamente mis temores sobre ganar el Nobel, y admití mi preocupación sobre la posibilidad de conseguir pasajes de avión y alojamiento decente en Estocolmo durante la temporada de entrega de premios. Mi terapeuta me recordó que existían gratificaciones personales al escribir un ensayo científico: la satisfacción de hacer algo sólo por hacerlo bien. Mi otro terapeuta no estuvo de acuerdo. Tuve que llamar a un tercero, para desempatar.
Esa noche estaba teniendo relaciones sexuales con Sharon Stone en una limusina, cuando me detuve de golpe, electrizado por la pregunta “¿Puede estar algo en proceso de existir y no tener existencia?” Sharon cruzó las piernas como sólo ella sabe hacerlo y respondió algo tan profundo que sentí un cosquilleo en mi interior: “En swahili sí. ¿Dónde estábamos?” En sus palabras estaba mi respuesta a Bruce y Demi: Sólo en inglés y otros derivados germánicos algo debe existir para poder comprobarse su existencia. La publicista de Sharon se inclinó hacia nosotros. “Sharon, me gustaría mucho saber qué quieres decir con eso”. Sharon se explayó: “Después de todo, no estamos hablando de una uva transformándose en una pasa. Estamos hablando del estado intermedio entre la nada y el algo”. Bajé la mirada. El cosquilleo seguía allí. Entonces ella agregó: “¿De dónde son tus anteojos?” “Son Armani”, contesté. “Los vi en un negocio de Boston, pero estaban en liquidación, así que esperé y los compré aquí al precio verdadero”.
Finalmente llegamos a The Ivy, donde debíamos encontrarnos a cenar con Travolta, Tom y Nicole y Sly. Nuestra mesa todavía no estaba lista, por lo que empujamos a unos turistas de la suya y devoramos su comida. Hablamos toda la noche: Sly nos deslumbró con nueve anagramas de la palabra Rambo, Travolta nos divirtió convirtiendo una botella de Evian en Perrier. Tom reveló que podía curar el resfrío en cuatro segundos con la ayuda de una pistola al vacío, pero producía como efecto secundario cierta debilidad de los tímpanos, que tendían a asomar por los oídos luego del tratamiento. Nuestros publicistas permanecían parados detrás de nosotros mientras cenábamos, cuando uno de ellos apuntó sabiamente que renovaba el alma hacer algo por uno mismo, algo que no pudiera ser comercializado en Asia, todos asentimos en silencio. Por supuesto que cada vez que se acercaba un fan a la mesa cambiábamos rápidamente el tema de conversación a los pantalones de cuero Prada porque, aunque fuese por una noche, decidimos ahorrarle a la audiencia nuestros secretos desvelos.
Me distraje de la conversación por unos momentos, pensando en mi ensayo. Aunque deseaba inmensamente ser conocido por mis escritos científicos, y que éstos fueran publicados con mi nombre, también sabía que eso podía costarme el Nobel. Dudo que el comité se sienta inclinado a otorgarle un premio a un hombre que se vistió de mujer para hacer reír a un mono. Así que pensé en publicar mi ensayo con seudónimo y engañar al comité, algo como Stiv Morten o Steeve Maartan. Pero mi ensoñamiento fue quebrado por Nicole, quien preguntó a la mesa: “¿Por qué hacemos esto, la ciencia?” Nadie tenía una respuesta, hasta que me incorporé y dije a toda la mesa: “¿No da dinero el Nobel?”.

El siguiente texto pertenece al hilarante nuevo libro del comediante Steve Martin,
titulado Pure Drivel, que acaba de aparecer en inglés,
publicado por Hyperion Books.

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