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El Festival por dentro
 
 MAR DEL PLATA
Y YO

 

En medio de un clima por demás belicoso, el fin de semana pasado terminó el Festival de Mar del Plata. Martín Rejtman, el director de Rapado y la inédita Silvia Prieto, se sumó al boicot, pero le propuso a Radar cubrir el evento para pasar por periodista y estar en La Feliz sin torcer sus principios. Durante casi dos semanas, se levantó de la butaca en casi todas las películas, saltó de un tren volviendo a Buenos Aires, se obsesionó con la Cucinotta, buscó desesperadamente a Depardieu (porque los dos hablan francés) y asistió a una ceremonia pagana de la oscura agrupación de video Liga Yago Blass. Como recuerdos de tan fascinante experiencia se trajo un llavero y este imperdible diario de viaje.

Por MARTIN REJTMAN

A las 15.30 del lunes tomo el tren a Mar del Plata desde Plaza Constitución. Al borde del agotamiento físico y mental, tengo planeado tomarme una semana de vacaciones en casa de un amigo en La Brava, un proyecto de resort con laguna y sierras que queda a mitad de camino entre Mar del Plata y Balcarce. Mis planes prácticamente no incluyen el Festival de Cine. Mi amigo me busca en la estación y vamos directamente a su casa, a unos 40 kilómetros de Mar del Plata.

MARTES Subo a la sierra Brava. Escucho el canto de las ranas. Domino el nivel de stress. A la tarde acompaño a mi amigo a Mar del Plata porque tiene que ir al dentista. Cuando pasamos el peaje, él paga y saluda a la chica de la casilla. “Mis únicos amigos acá son las personas a las que les pago. La chica del peaje, el dentista, mi psicoanalista, los del almacén”, me dice.

Ya en Mar del Plata, pasamos por la Oficina de Prensa del Festival y le pido a mi amigo que busque la programación: el Festival empieza el jueves y a lo mejor podemos ver alguna película. Yo prefiero no entrar a Prensa por el tema del boicot. Voy a guardar un perfil bajo; no tengo intenciones de acreditarme. Mi amigo sale de la Oficina decepcionado: todavía no se sabe nada.

Cenamos en una pizzería italiana, Casa mia (atención: uno; cocina: tres; ambiente: cero). La pizza es muy buena, pero las servilletas son de raso, no absorben, y pasan canciones de Gigliola Cinquetti.

MIERCOLES Desde La Brava llamo a la Oficina del Festival para enterarme de la programación, pero nadie sabe nada.

JUEVES Primer día del Festival. Pido información por teléfono; pasan solamente dos o tres películas. Ninguna que me interese. En la apertura actúa el Ballet de Pajarín Saavedra. Decido quedarme en La Brava. En el diario leo que un grupo de Estudiantes anuncia para uno de estos días la quema del muñeco Mahárbiz.

VIERNES Llegan de visita unos amigos que vinieron al Festival. Llaman desde Mar del Plata y, para que ubiquen la casa, que no tiene cartel y está en una calle sin nombre, les digo que queda al lado de un campo de trigo. Se pierden porque creen que el trigo siempre es dorado; pero estamos en noviembre y el trigo todavía es verde.

SABADO Vamos a ver la primera película: Happiness. Mi amigo se confunde y la llama Felicity. La copia no tiene traducción y el subtitulado electrónico no funciona. La gente empieza a inquietarse.

-¡Tráiganlo a Mahárbiz! -grita un espectador.
-¡Ladrón de gallinas! -grita otro.

Finalmente, después de unos quince minutos durante los que nadie se anima a dar la cara y el público amenaza con destruir el Auditorium, suspenden la proyección y anuncian que van a pasar La jirafa por tercera vez en el día.

Decidimos ir al Teatro Colón a ver qué dan en “Contracampo”, la sección cool del Festival. Pasan Striking Back, una película taiwanesa. Es como si un estudiante de cine hubiera hecho una versión china y pretenciosa de La pistola desnuda en blanco y negro. Me voy de la sala a los diez minutos. En el hall hay una mesita con Voluntarias que dan información sobre la programación del Festival. Converso con una de ellas y le pido ver un catálogo. Resulta ser una mujer que odia el cine: “Son todas malísimas”, me dice, refiriéndose a las películas del Festival, y se ríe a carcajadas. Mientras hojeo el catálogo sale más gente de la sala, fastidiada con la película. -Ahí vienen tres más -dice feliz la Voluntaria, y estalla en otra carcajada.

A la noche se habla de una fiesta en la casa de una tal Carola. Hay unas 150 personas, la mayoría Estudiantes de la FUC, pero se ve que Carola quiso hacer una reunión, porque en la casa no hay ni bebidas ni equipo de música y están todas las luces prendidas. Nadie sabe cómo comportarse, y no me da la impresión de que esta noche vayan a quemar al muñeco Mahárbiz. Me voy cuando empiezan a llegar grupos que preguntan cuánto cuesta la entrada.

DOMINGO En Mar del Plata no se habla más que de Maria Grazia Cucinotta. Hacemos un nuevo intento de ver Happiness, que mi amigo insiste en llamar Felicity, pero otra vez la función se suspende. Vamos al Auditorium a ver El pequeño Tony. A la salida escucho que alguien la describe como “un Huis Clos holandés que se debate entre el humor físico, el minimalismo y el grotesco”.

Tengo pasaje de vuelta para las 17.20. Cuando mi amigo me lleva a la estación, le digo que tengo ganas de volver en la semana porque hay varias películas programadas que quiero ver. Me mira como si fuera un imbécil. O un masoquista. Nos despedimos.

Subo al vagón, me ubico en mi asiento, pero cuando el tren empieza a moverse me pasa algo muy extraño: guiado por un impulso irracional, me levanto, agarro el bolso, busco una puerta y salto al andén de la estación. El tren se aleja y yo me quedo un rato largo parado, sin saber cómo reaccionar ante lo que acabo de hacer. Pasan diez minutos, voy a la boletería y pregunto por el próximo tren. Sale en una hora y media y me dicen que mi pasaje ya no sirve. Compro uno nuevo y vuelvo a Buenos Aires en El Expreso Marplatense, que es una especie de Orient Express nuestro. Cuesta el doble que el tren normal, hay floreros con rosas blancas, los camareros -todos muy amables y ninguno de menos de 60 años- repiten cada dos por tres que el público que viaja en este tren es de otra categoría, y en el vagón restaurante, en vez de sandwiches de jamón y queso envueltos en bolsitas de nylon, sirven pollo grillé.

LUNES Hablo por teléfono con una amiga actriz y le digo que acabo de llegar de Mar del Plata.

-¿Pero vos estás a favor o en contra? -me pregunta.
-Mirá, Valeria, es un poco más complicado que eso -le contesto, y le explico que cuando estuve no me acredité, mantuve el perfil bajo, una distancia prudente con la Oficina del Festival y siempre pagué mi entrada.

MARTES Como estrategia para volver a Mar del Plata decido ofrecerle a Radar hacer una nota sobre el Festival. Esto resuelve varios puntos, sobre todo el del boicot: volver como periodista y no como director de cine.

MIERCOLES Constitución. Vuelvo a tomar el tren a Mar del Plata. Así como nunca entro al cine cuando la película ya empezó, no puedo viajar de día en tren sin mirar todo el tiempo por la ventanilla. Odio saber que me estoy perdiendo un centímetro de paisaje. Después de unas horas me instalo a tomar un café con leche en el vagón restaurante y escucho una conversación entre dos señoras marplatenses y el encargado del bar. Hablan de la inseguridad.

-Acá, hasta que no venga la pena de muerte... -dice el encargado.
-No, que después condenan inocentes -contesta una de las mujeres.
-Hay gente que no tiene derecho a vivir: ¿y el abuelo que embarazó a la nieta?
-Pero mire el hombre que robó una moneda de un peso; todavía está en la cárcel. Yo le hubiera dado dinero para que se tome un té.
-El del sánguche también está preso -dice la otra mujer. -Hasta que no venga la pena de muerte...

Desembarco en Mar del Plata y ya en la parada del colectivo alguien me reconoce. Se ve que cambié el perfil. Voy directamente al cine a ver otra película china, A time to remember. Entre los espectadores me parece distinguir a Carlos Morelli, pero no estoy seguro. Los demás son jubilados. Esta vez me voy a los cuarenta minutos. Me siento en un bar a comer una pizza y veo pasar al primer famoso: Javier Torre, bronceado, como siempre. Escucho una conversación en la mesa de al lado entre dos Voluntarias indignadas: confunden a la Cucinotta con la Cicciolina y en vez de llamarla por el nombre le dicen “la pornodiputada”. Por mi parte, no entiendo el motivo de pagarle veinte mil dólares a esta mujer, si acá tenemos a Natalia Oreiro, que también es extranjera y es mucho más conocida.

A la noche, en la televisión, un periodista le pregunta a Mahárbiz por las constantes protestas de los Estudiantes de Cine frente a la escalinata del Auditorium. Mahárbiz dice que él les compró un edificio entero y que ellos son unos negativos, como si hubiera tenido que vender su coche y su tiempo compartido para hacer la operación inmobiliaria. No puedo conciliar el sueño. Tengo demasiadas preguntas dando vueltas por mi cabeza: ¿cómo conseguir información? ¿Es cierto que los jurados cobran veinte mil dólares cada uno? ¿Les pagan también a los acompañantes y guardaespaldas? ¿Cuánto costó la escalinata? ¿Es cierto, como publicó La Nación, que a Maria Grazia Cucinotta y a Alberto Sordi les dan únicamente milanesas con puré? ¿Quién filmó el barquito marplatense que aparece con el logo del Festival antes de cada película? ¿Qué soy? ¿Un periodista? ¿Un director de cine? ¿Un escritor? El año pasado me invitaron primero a España como director de cine y después a Francia como escritor. Durante el vuelo Madrid-París me cambié de ropa y me puse anteojos.

JUEVES A las 13.30 veo Los idiotas de Lars von Trier, en el Colón. Se trata de un grupo de daneses que se hacen los idiotas. La película se parece demasiado a una broma de Tinelli llevada a 117 minutos. Igual me quedo hasta que termina.

En la Oficina de Prensa pregunto si saben cuándo es la quema del muñeco Mahárbiz, pero no tienen la menor idea. Tampoco saben decirme adónde se aloja Gérard Depardieu.

Me pongo en la fila que hay en el Auditorium para ver El evangelio de las maravillas, la película de Ripstein. “¿Esta es la cola para Carolina Papaleo?”, me pregunta una Voluntaria, y se pone detrás. Pero Carolina Papaleo no vino. Además de Jubilados y Voluntarias, en la sala hay Estudiantes y algunos miembros del Gran Jurado: Saer, Kiarostami y Barney Finn, que este año se puso bigotes.

Me voy del cine exactamente a los cuarenta minutos. Después me explican que la película está llena de guiños a la liturgia católica. Como soy judío yo no los entendí.

VIERNES Veo La celebración, otra película danesa de un amigo de Lars von Trier. Violación de menores, racismo, suicidio y mujeres golpeadas y abusadas en una misma noche, cámara en mano y en video. Salgo del cine mareado por tanto esteticismo especulativo disfrazado de improvisación y desprolijidad. La calle comenta que la temperatura está subiendo porque el Festival ya no les paga la comida a los invitados. Ni siquiera milanesas con puré.

En la puerta del cine Ambassador un chico me entrega un panfleto de la Liga Yago Blass, una organización de videastas que trabajan con muy poco presupuesto. En el panfleto anuncian su propio evento de clausura del Festival para esta misma noche. Me imagino que se trata de la quema del muñeco, pero el chico no me quiere adelantar nada. -Ni lo niego ni lo confirmo -me dice.

-Lleváme con tu jefe -le pido.
-¿Qué?
-Lleváme con tu jefe -le repito. -Por favor. Lleváme con tu jefe.

Me mira un segundo sin siquiera molestarse en mostrar un poco de desprecio y sigue su camino.

A eso de las cinco de la tarde decido tomar una habitación de hotel y pasar la noche en Mar del Plata. Todos estos días estuve durmiendo en La Brava y tanto viaje me está cansando. Pido un cuarto en el Hotel Manila, tres estrellas. Me pregunto si la persona que les pone estrellas a los hoteles es la misma que les pone puntaje a los restaurantes y a las películas. Compro el diario La Capital para tener el punto de vista local sobre el Festival. La primera plana está ilustrada con una foto de Maria Grazia Cucinotta que muestra sus manos antes de estamparlas en la vereda del Hermitage; en la tapa del suplemento de espectáculos se la ve también a Maria Grazia Cucinotta, pero ahora en el momento justo de estampar sus manos en la vereda del Hermitage; y en la tapa del suplemento deportivo, una foto a toda página de Maria Grazia Cucinotta rodeada por los jugadores de Aldosivi, el equipo de fútbol local. La tapa de los clasificados no tiene foto.

A las siete voy a ver Cuento de otoño de Rohmer, la mejor película del Festival. Por fin no tengo que cambiar de posición en la butaca a cada rato. Me va a costar olvidarme de la actuación de Marie Rivière y de su vestuario.

A las nueve de la noche es el evento de clausura de la Liga Yago Blass. Es en una playa de estacionamiento vacía que alquilaron sobre la avenida Independencia, un poco alejada del resto del Festival. Cuando le comento esto a un amigo en seguida me dispara: “¿Qué Festival? No hay ninguna actividad programada. No existe un diario del Festival. No hay un criterio específico en la elección de las películas. No hay intercambio con directores extranjeros. No hay charlas. No hay un centro adonde encontrarse con la gente. El Festival no existe, no es más que un ciclo de películas para el que se despilfarraron dos millones y medio de dólares”.

A la izquierda de la playa de estacionamiento, en el fondo, hay un proyector de video y una pantalla en la que pasan una película hecha por los integrantes de la Liga Yago Blass y extractos de Simón del desierto, de Buñuel, mientras una dj pasa música. A la derecha, una maceta con un arbolito seco. De las ramas del arbolito cuelgan cintas de celuloide, pedazos de películas.

-¿Y eso qué es? -pregunto.
-El muñeco Mahárbiz -me responden.

A eso de las diez y media de la noche, ante unas veinte personas, dos lanzallamas queman el muñeco. Yo soy el único medio periodístico presente.

SABADO La cama del hotel Manila es muy corta y no pude dormir en toda la noche. Quise poner el colchón en el piso, pero la habitación es demasiado chica. No creo que cumpla con las medidas reglamentarias.

A la tarde, en La Fonte d’Oro, sobre la peatonal San Martín, lo veo a Paki Galé tomando un café. Se ve que no se plegó al boicot. Por lo que leí en los diarios, los otros dos actores que no se plegaron fueron Lito Cruz (“A mí ninguna entidad me llamó para consultarme”) y Andrea Bonelli, que en realidad no sé quién es.

En la Oficina de Prensa siguen sin saber informarme adónde se aloja Gérard Depardieu. Es una lástima, porque yo hablo francés. Más tarde voy a ver Au hazard Balthazar, de Bresson y se me llenan los ojos de lágrimas cuando se muere el burro.

A la noche es la entrega de premios. Voy a la escalinata por la que, me aseguran, se pagaron cien mil dólares de alquiler. Para acompañar la subida de gala de los invitados pusieron un disco entero de Phil Collins a un volumen difícil de soportar. Veo subir a la pornodiputada rodeada de guardaespaldas. Unas mujeres disfrazadas de granaderos la reciben. Hay Estudiantes de Cine que manifiestan contra Mahárbiz: le gritan “Ladrón, ladrón”. Finalmente me hacen entrar al Auditorium por una puerta lateral (tengo recursos), pero no pasan dos minutos y ya me siento demasiado incómodo. Decido irme. Después me cuentan que entre premio y premio Mercedes Sosa cantó “Alfonsina y el mar”.

Mala época, la película en episodios de alumnos de la Universidad de Cine de la que se habla bien, recibe el premio a la mejor película latinoamericana de la FIPRESCI. Me dicen que los cuatro directores fueron los únicos de la competencia oficial que no se alojaron en el Costa Galana. Los mandaron a un hotel con menos estrellas y tuvieron que pelear por la media pensión. A pesar del premio, no los invitaron al brindis de clausura del Festival. Igual fueron, y los mandaron a cenar solos al restaurante del piso de arriba. El año pasado, en cambio, los directores de Pizza, birra, faso, que ganó el mismo premio, sí fueron invitados a la cena de clausura. Pero Caetano y Stagnaro decidieron no ir para no sentarse a la mesa con Mahárbiz. No llego a ver ninguna de las películas premiadas. Hay gente que se queja de que el ganador, un iraní, trabaja como director de fotografía de Kiarostami, el presidente del jurado. “Pisan tierra argentina y se convierten en corruptos”, dijo una Voluntaria al enterarse. Lo más probable es que se trate de una casualidad.

DOMINGO Vuelvo en coche a Buenos Aires. En el viaje me quedo dormido y tengo un sueño. Es de noche y estoy en el estacionamiento vacío de la calle Independencia. Otra vez es el evento de clausura del Festival. Entre las cintas de celuloide que cuelgan de las ramas del arbolito en llamas hay pedazos de una escena de una película mía. En el estacionamiento también está Maria Grazia Cucinotta, que deja por un segundo de mirar el fuego para llamarme. Maria Grazia me mira y me habla en italiano: “Vieni, Martin, vieni!” me dice con los ojos brillantes de emoción. “Guarda com’é bello! Guarda come brucciano il bambolo Mahárbiz!”.

* N. de la R.: “¡Vení, Martín, vení! ¡Mirá qué lindo, cómo queman el muñeco Mahárbiz!
(en italiano en el original).