 La cara del protagonista de Buffalo 66 puede resultar vagamente familiar. Sea por los afiches publicirarios del perfume be, de Calvin Klein. O por la película El funeral, de Abel Ferrara. Por Sueños de Arizona, de Emir Kusturica, o por otras doce películas. Vincent Gallo, el protagonista en cuestión, esta vez no se conformó solamente con actuar: se animó a dirigir una historia propia, para la cual escribió el guión, compuso e interpretó la banda de sonido, y terminó creando una película independiente meticulosamente cuidada.
LA SONRISA DE MAMA Billy Brown (Vincent Gallo), finalmente declarado inocente, sale de la cárcel después de cinco años. En su búsqueda frenética de un baño que nadie le quiere facilitar, recala en una academia de tap-dance desde donde llama a su madre (Anjelica Huston) para decirle que acaba de llegar de viaje y que ya está instalado en un lujoso hotel. Para que sus padres no se enteren de que estuvo preso, Billy les dijo que trabaja para el gobierno, que está casado, y que, por supuesto, acaba de llegar en primera clase. Janet, la madre, insiste en que la vaya a visitar con su simpática mujercita, a quien no conoce. Para satisfacer a su madre, Billy no tendrá más remedio que secuestrar a la primera chica que aparezca y hacerla cumplir el papel de esposa. Apenas cuelga el teléfono, de uno de los baños de la academia sale Layla, una blonda Christina Ricci que, sin otra alternativa, debe prestarse al juego. Y le gusta.
LAZOS FAMILIARES Billy es hijo único, o tal vez haya tenido hermanos que no han sobrevivido a la experiencia de sus padres. No sería raro: Janet (Anjelica Huston) es una fanática de los Buffalos (el equipo de fútbol americano del pueblo), y apenas Billy y Layla estacionan en la puerta de la casa familiar ya se pueden oír los gritos de mamá frente al televisor. Billy se dobla por las arcadas. Layla, comenzando a interpretar su papel de simpática esposa, quiere abrazarlo, pero Billy rechaza todo contacto físico. Su padre, Jimmy (Ben Gazzara), les abre la puerta, los mira, le grita a su mujer que llegó el hijo pródigo y desaparece por un pasillo sin ni siquiera saludarlos. Acto seguido, el espectador asiste a una de las escenas de familia más patéticas y mejor filmadas de los últimos tiempos: Layla se esmera en cumplir su papel y Billy no abre la boca para nada, mientras los padres escuchan desinteresados la conversación de su nuera. Layla, en un esfuerzo inaudito por captar la atención de sus suegros, se sumerge en un crescendo de familiaridad mientras mira las fotos de infancia de Billy y escucha a su suegro imitando a Sinatra. Nada surte efecto contra la abulia familiar, así que Layla termina dándoles a sus suegros la feliz noticia de que van a ser abuelos.
EL PLACER DE LA VENGANZA Está claro que la visita a la casa de sus padres es sólo un trámite protocolar para Billy. Los motivos para su confinamiento tienen que ver con una apuesta de 10.000 dólares a favor de los Buffalos en la final del campeonato de fútbol americano. Faltando segundos para que terminara el partido, Sonny Woods (Jan-Michael Vincent) falla un tiro y los Buffalo pierden. Como Billy no puede pagar la apuesta, su corredor le ofrece como solución declararse culpable de un crimen del que es inocente. Una vez libre, su objetivo es matar al tipo que lo mandó preso. Pero, para la lógica de Billy, el culpable no es él mismo, ni el corredor de apuestas (un Mickey Rourke en estado de descomposición), sino el jugador que erró el tiro. Y ése será el eje de la historia: Billy buscando frenéticamente a un ex jugador devenido dueño de un cabaret, mientras Layla intenta desentrañar qué pasa por la cabeza de su hombre y hace lo imposible para enamorarlo.
EL INCIDENTE SUNDANCE Después de su preestreno en el prestigioso festival regenteado por Robert Redford, la película fue aclamada por el público pero no obtuvo ningún premio. Para Gallo, el culpable de esta injusticia fue Paul Schrader (guionista ejemplar de Taxi driver y director de Gigoló americano y Mishima), según declaró a la revista The Village Voice: El voto del jurado del Sundance tiene que ser unánime. Si alguien está en contra tienen que quedarse debatiendo hasta que se pongan de acuerdo, cosa que a la mayoría no le causa ninguna gracia. El caso es que, cuando Paul Schrader entró en la primera reunión, dijo al resto del jurado: No perdamos nuestro tiempo hablando de Buffalo 66. La película es buena, pero no me gusta Vincent Gallo. No me gusta su actitud y no cuenten con mi voto para darle ningún premio. Eso está muy mal, se supone que están ahí para juzgar a las películas y no a las personas.
DIME COMO CUENTAS Según el rumor generalizado, durante la filmación de Buffalo 66 todos estaban bastante nerviosos por el aparente caos que cundía en el set. El resultado final demuestra que Gallo sabía exactamente lo que quería. Pero se nota que no ha de haber sido fácil para el resto entender durante el rodaje la forma particular en que Gallo quería contar la historia. Apenas empieza el film, la pantalla es prolijamente copada por recuadros superpuestos, de distintos tamaños y con diferentes imágenes. A lo largo de la película los recuadros reaparecerán en medio de distintas escenas hasta llenar la pantalla y dar paso al flashback. Durante la primera corrida desesperada de Billy en busca de un baño, por ejemplo, la escena se corta y se repite varias veces, con enfoques diferentes, haciendo más urgente la necesidad del pobre Billy. Pero el punto más alto de este despliegue de aciertos es el bendito almuerzo familiar que termina con la noticia del embarazo: el espectador lo presencia como si estuviera sentado, alternadamente, en la silla de cada uno de los cuatro personajes.
Aun con estos recursos que alguno podría tildar de modernos, Gallo logra una cándida intimidad durante el relato. Y como si la precisión del guión y la excelente dirección no fueran suficientes, se da el lujo de lucirse como actor a la par del resto. Anjelica Huston y Ben Gazzara calzan a la perfección en los roles de padres demenciales y ciclotímicos, que pasan de la bondad a los gritos en un instante, y que viven en dos mundos distintos, pero siempre dentro de la misma casa. Por ahí aparece también Rossana Arquette, como una compañera de colegio de Billy, felizmente comprometida y a la que le fue demasiado bien en la vida. Incluso Mickey Rourke se luce encarnando a Bookie, el corredor de apuestas que a la hora de cobrarse los diez mil dólares le ofrece a Billy declararse culpable para salvar a un amigo suyo. Y, como la chica que intenta enamorarlo con el mismo encanto del que hacía alarde en Los locos Adams, Christina Ricci. Que merecería una nota aparte.
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