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EL CATADOR CATADO Hoy: la muestra de Febe Defelipe
Por ERNESTO MONTEQUIN
Le quise dar un toque festivo, de diversión efímera, en un intento de rescatar la atmósfera del Studio 54, dice Febe Defelipe para justificar la mezcla adúltera y atípica, en una galería de arte, de músicos de rock, comida tailandesa y modelos que deambulaban luciendo sombreros extravagantes. Después de esto me van a tildar de superficial, lo cual ya es un gesto de superficialidad. Siento devoción por gente como Warhol o Truman Capote, artistas que hicieron cosas muy serias, pero que sabían que pocas cosas son más serias que ir a una fiesta, agrega. Desde hace una década, Febe Defelipe viene realizando obras (instalaciones, de, telas, y objetos) que exploran, en un contrapunto entre ironía y celebración, las peligrosas relaciones entre el cuerpo femenino y sus representaciones a lo largo de la historia del arte. Ahora, bajo la consigna Algo en la Cabeza, Defelipe exhibe el resultado de una investigación pictórica que reivindica el sombrero (ese objeto utilitario y ornamental que durante siglos fue emblema de poder, de jerarquía social, de credo religioso) e intenta rescatarlo del olvido injurioso en el que cayó en los últimos cincuenta años.
¿Cómo surgió la idea de hacer una muestra alrededor del sombrero?
-Hace unos años empecé a investigar la indumentaria a través de la historia. Primero tomé la idea del adorno, e hice diseños de joyas aparentemente suntuarias pero confeccionadas con materiales de desecho. Cuando hablo de investigación me refiero a la parte pictórica, porque todo lo que yo investigo lo vuelco en la tela. Así surgió el Diario de una colección, una serie de cuadros que incorporaban diseños de moda de diferentes épocas vistos a través de la mirada crítica de una modista del futuro. Después empecé con la parte más terrible, la cabeza, que es donde durante siglos se manifestaban los atributos simbólicos de una persona.
¿Esto implica que el sombrero es un objeto en vías de extinción?
-Sí, se ha vuelto innecesario, superfluo, sobre todo en nuestro país. Acá la gente se pone un sombrero sólo si está en grupo. Durante el Mundial todo el mundo usaba sombreros de todo tipo, pero se necesita de ese apoyo masivo y de esa euforia futbolística para atreverse a usarlos. Pero en esta muestra no hago referencia a eso, sino a la evolución del sombrero, empezando por el tocado, que aparece en obras de Leonardo y de Van Eyck, pasando por los sombreros cubistas de Picasso y las creaciones de diseñadores actuales como Christian Lacroix.
¿Se interesa por algún artista argentino?
-Entre los grandes me interesan Pablo Suárez, y la etapa ecologista de Luis Benedit. ¿Por qué esa etapa? Porque soy una defensora acérrima de los animales. Al igual que Linda McCartney, yo no como nada que tenga cara.
Volviendo, ¿sus cuadros serían bocetos que registran sus investigaciones?
-Son apuntes pictóricos extraídos de mi agenda y trasladados a las telas.
También se exhiben sombreros.
-Hice varios, que se pueden usar pero tienen calidad de objetos escenográficos. Están hechos con material de descarte: diarios, lapiceras en desuso, cables, acetato, cintas de regalería (sic), alambres, pedazos de goma. Los sombreros fueran estrenados en la cabeza de la gente durante la inauguración. Después los colgué junto con las pinturas.
Además de las citas de obras de Leonardo, Van Eyck o Picasso, y de músicos de rock, también hay divas como Marilyn Monroe. ¿Son homenajes?
-Sí, traté de homenajear a la gente que más me influyó estéticamente. En el caso de Marilyn, hago una referencia al sombrero de la campaña política de Kennedy, una imagen que me quedó grabada de mi niñez.
¿Ve su obra como un puente entre arte y moda?
-Sí, respeto a los diseñadores de moda como si fueran artistas. Uno de los cuadros es un tributo a Lacroix, cuyas colecciones más recientes están inspiradas en las obras de los grandes pintores del Renacimiento. Esa obra es un juego entre los diseños de Lacroix y las pinturas de Delacroix (sobre todo las telas y ropajes de las mujeres árabes que pintó mientras vivía en Argelia). También me gustan Lagerfeld, aunque es más formal, y los diseñadores jóvenes como Galliano o Alexander McQueen, que revitalizaron con su arbitrariedad delirante el estilo de casas tradicionales como Dior, Givenchy o Chanel.
También rinde tributo a Jarvis Cocker y a Brett Anderson, estrellas de la escena musical inglesa. ¿Cómo es su relación con el rock?
-Estuve casada con Fernando Lupano, bajista de Charly García, y tengo amistad con muchos músicos de esa época, como Oscar Moro, o David Lebón. Vienen todos a las inauguraciones de mis muestras y después no los veo hasta la década que viene. A veces me doy cuenta de que necesito tener contacto con el rock. Hace unos días fui al cumpleaños de un pintor y estaba lleno de artistas aburridos. Me aburrí tanto que al día siguiente tuve que ir a un recital de Javier Martínez para recuperarme.
De modo que, además de artista, es una testigo privilegiada de la época dorada del rock argentino. ¿Hizo tapas de discos?
-Hice solamente una, de un grupo punk que tuvo una fugaz etapa de jolgorio y después se hundió en la nada. Se llamaban Los No-Videntes.
Se aprovechó porque no podían verla ...
-No, la tapa era maravillosa. Después, a comienzos de los 80, escribí un tiempo en la revista Pelo. Pero dejé de hacerlo porque era demasiado estresante. En esa época estaba empezando a exponer mis cuadros, y escribir sobre rock y pintar me parecían tareas incompatibles. Mis notas eran demasiado subjetivas, y me di cuenta de que no podía decir lo que pensaba, porque los rockeros son hipersensibles, tal vez más que los artistas. En un momento, con la gente de Pelo pensamos hacer un Libro negro del rock argentino, pero si se publicaba nos hubiéramos tenido que fugar del país.
A propósito de eso, usted expone sus obras con frecuencia en la zona del Caribe: Miami, Puerto Rico, La Habana ...
-Sí, y dentro de poco hago otra muestra en Miami, donde hay un par de galerías que trabajan mi obra. Ojalá me cruce con algún huracán, que me atrape y me lleve a cualquier parte ... pero con un cuadro mío bajo el brazo, para no tener que llegar, dondequiera que sea, con las manos vacías.
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