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PLASTICA   Los grabados de Hiroshige


Hiroshige (1797-1858) es uno de los más refinados grabadores de la historia y el artista japonés del siglo XIX más conocido en Occidente. Entre sus coleccionistas y difusores se contaron Rodin, Tolouse-Lautrec, Bonnard, Van Gogh y Monet. Con sus guías para viajeros terminó influyendo en el impresionismo y posimpresionismo francés. En estos días se exhiben en Buenos Aires 27 estampas de mediados del siglo pasado, provenientes de colecciones europeas, que pertenecen a dos de sus célebres series de viajes.


Por Fabián Lebenglik

Su nombre de cuna era Ando Tokutaro y nació en la ciudad de Edo (Tokio) en 1797. Un relato legendario sobre su infancia cuenta que el futuro Hiroshige “iba a entregarle sus ideas al mar”, porque se pasaba horas eligiendo ramas de diferentes grosores para hacer intrincados trazos sobre la arena húmeda. Pero faltan datos biográficos sobre sus primeros 33 años de vida y hasta 1830, aproximadamente, no hay registros fidedignos porque en la sociedad japonesa de entonces los grabadores eran artesanos y plebeyos, dos condiciones suficientes para no ingresar en los archivos del viejo imperio. Lo cierto es que Hiroshige fue .-junto con Hokusai y Utamaro- uno de los grandes maestros de la xilografía color en la técnica ukiyo-e. Su genio para la composición de paisajes y evocación de atmósferas fue reconocida en Occidente por los impresionistas y posimpresionistas, que se transformaron en sus principales coleccionistas y difusores.

LA VIDA DEL HIJO Como el hijo, el padre también tenía pasión por el agua: era miembro del cuerpo de bomberos de Edo, cargo que heredó su hijo a la muerte del señor Tokutaro, en 1809. El flamante bombero adolescente limitaba su trabajo a tareas mínimas y, en 1811 se inscribió en la escuela de ukiyo-e de Utagawa Toyohiro. Primero produjo fundamentalmente estampas de actores, samurais y guerreros. Luego comenzó su período de dedicación al paisaje, las aves y las flores, temas a los que sumaría el diseño de abanicos, imágenes recortables y series de peces. Especializado en el diseño de paisajes, se convirtió en el discípulo preferido del maestro. A los 15 años adquirió su nombre artístico tomando el nombre de pila de su maestro y comenzó a firmar como Utagawa Hiroshige. A los 21 años publicó su primera serie de estampas. Dedicado de lleno al grabado, apenas lo habilitó la rígida tradición laboral, Hiroshige resignó su puesto de bombero en favor de un primo o, según otra versión, en favor de su propio hijo. Las estampas exhibidas en estos días en Buenos Aires forman parte de las series “Cien famosas vistas de Edo” y “Famosas vistas de las sesenta provincias”, producidas entre los años 1853 y 1858. Se trata de bellísimas colecciones que en el contexto de la producción de Hiroshige gozan de una consideración menor que las realizadas durante el período 1830.1844, porque son de menor calidad relativa, producidas cuando el artista, ya muy popular, trabajaba al ritmo que le imponían la avidez de sus editores y sus propias necesidades económicas. Antes de eso, en 1832, Hiroshige hizo un viaje entre Edo y Kioto a lo largo del camino de Tokaido. Se detuvo en cincuenta y tres oportunidades a pasar la noche y en cada estación tomó apuntes e hizo dibujos de cada detalle. Ese mismo año publicó “Cincuenta y tres estaciones del Tokaido”, una serie cuyo éxito lo convirtió en el artista más popular de ukiyo-e y lo llevó a comenzar varias series de “famosas” vistas del Japón.

LA CIUDAD QUE FLOTA A comienzos del siglo XIX se cristalizó en la ciudad de Edo (Tokio) la cultura urbana sustentada originalmente por la alta burguesía y los señores guerreros (los shogún), que había comenzado a estructurarse durante el siglo XVII en el eje que atraviesa Japón de Oeste a Este, entre la ciudad de Kioto (Mar del Japón) y la de Osaka (Océano Pacífico). Con centro en Edo, las manifestaciones de esta cultura conocida como Tokugawa (que abarca los siglos XVII, XVIII y dos tercios del XIX) comenzaron a esparcirse por las principales ciudades y villas amuralladas, sentando las bases de la cultura nacional japonesa moderna que se desarrollaría a partir del último tercio del siglo XIX. En este marco cultural, la producción artística que logró más popularidad, perfección técnica y profundidad de contenidos fue el ukiyo-e. Ukiyo-e significa en japonés “imágenes del mundo flotante”, un eufemismo que se usaba para describir la vida en los barrios donde se concentraba la diversión de la vida urbana. El estilo consiste en una combinación de la descripción decorativa minuciosa con la imagen narrativa del realismo, tanto de las tradiciones japonesa como europea. Usualmente este género tomaba como repertorio a los cortesanos y cortesanas, prostitutas, actores y obras del teatro kabuki, y temas eróticos. El ukiyo-e es un género que excede el grabado, pero es en esta técnica donde se destaca, a causa de su propia lógica de reproducción y de posibilidad de venta y consumo masivo. El grabado en madera que se desarrolló dentro de los parámetros del ukiyoe comenzó siendo en blanco y negro, pero luego los artistas comenzaron a utilizar el color. Los maestros japoneses del género fueron el trío integrado por Utamaro, Hokusai e Hiroshige.

LOS VIAJES GRABADOS Después de su primera travesía, Hiroshige se volvió un cronista de viajes y comenzó a realizar distintos recorridos por Japón, producto de los cuales resultaron las ediciones de “Sesenta y nueve estaciones en el camino de Kiso”, “Cien famosas vistas de Edo”, “Ocho vistas del lago Biwa” y “Lugares famosos de Kioto”. La demanda lo obligó a realizar nuevas versiones de las “Cincuenta y tres estaciones de Tokaido”, basándose en los dibujos y apuntes que no había utilizado en la primera versión. Se calcula que hizo unas cinco mil estampas y que otras diez mil fueron hechas tomando y recortando los sectores más “decorativos” de los tacos originales. En todas las estampas de Hiroshige es notable la obsesión por el detalle, así como los cambios en el paisaje producidos por factores climáticos, cambios horarios o de luz. La “vista” del lugar siempre incluye una determinada atmósfera, de modo que la nieve, la lluvia, el rocío, la luz lunar, diurna o crepuscular, son evocadas en las mismas o diferentes vistas, con recursos que hoy podrían ser considerados abstractos, pero que más allá de las clasificaciones, son de una gran audacia y modernidad.

GRABADOS
Tríptico de Utagawa Kunisada (1857) en el que se ve el negocio de estampas de Uoya Eikichi (editor de Hiroshige). En el extremo superior izquierdo aparecen algunos de los grabados de Hiroshige exhibidos en Buenos Aires.

EL DESCUBRIMIENTO DE ORIENTE La obra de Hiroshige se hizo conocida en Europa en 1854 gracias a los viajantes de comercio, y entre 1860 y 1870 deslumbró a los grandes artistas franceses que comenzaron a difundirlo y a adaptar varios aspectos de sus estampas en la propia obra (Whistler, Toulouse-Lautrec, Bonnard, Van Gogh, Monet, Rodin, entre otros), convirtiendo a Hiroshige en fuente de inspiración del arte occidental. Hoy se pueden visitar las colecciones de estampas japonesas de Monet y Van Gogh. Pero el tema de las mutuas contaminaciones tiene fronteras inciertas o, en todo caso, espiraladas: la crítica supone que Hiroshige, a su vez, conoció los juegos ópticos de los dioramas franceses del siglo XVIII (esos pequeños teatros en miniatura con telones de rollos movibles que se instalaban en las calles de París dentro de cajas, para que los transeúntes pagaran por ver), los cuales a su vez se habían inspirado en los juegos de iluminación y el teatro de sombras de origen oriental.

Utagawa Hiroshige murió en la mañana del 6 de setiembre de 1858, a los 61 años, víctima de la epidemia de cólera que estalló en Edo. La obra de Hiroshige cerraba dos siglos de historia en la técnica ukiyo-e, aunque el grabado japonés registraría dos discípulos: Hiroshige II e Hiroshige III, nombres adoptados, presumiblemente, por su hijo adoptivo y un nieto. Poco antes de morir, Hiroshige dejó un mensaje final .-profético en cuanto a su futura consagración por el reconocimiento europeo- donde quedaba nuevamente explícita su pasión por el viaje en sentido literal, pero también metafórico: “Dejo mi pincel en el camino de Azuma (Oriente) porque me voy a ver las famosas vistas del paraíso occidental”.

Los grabados de Hiroshige pueden verse en el Estudio Lisenberg, San MartÌn 793, piso 20, de lunes a viernes, de 14 a 19, hasta el 2 de octubre, con entrada gratuita.