Son jóvenes, ninguno supera esa barrera generacional llamada treinta años, y desde hace tiempo se fueron de la casa de sus padres. No son
habitués de shoppings, no hacen cursos de computación ni van a la universidad. Trabajan: son cuentapropistas, aunque no aportan en los registros fiscales en materia impositiva ni previsional. Son dealers. Radar ingresó a su mundo, a través de un proveedor de cocaína, una pasadora de marihuana, un vendedor de ácido, un abogado de adictos-traficantes y un policía. Todos prefirieron permanecer en el anonimato, salvo
el abogado. Todos dijeron que era la primera y última vez que aceptaban hablar con la prensa.
Por Daniel Franco
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