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Vale decir


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“Puerto Azul”, acuarela sobre papel, 28 x 37 cm, 1927. “Jefa”, acuarela sobre papel, 26 x 26 cm, 1923.

En su primera muestra, que tuvo lugar en una galería de Milán a fines de 1920, Xul Solar logró disuadir a un comprador que estaba a punto de adquirir varias de sus obras con una pregunta despreocupada y capciosa: “¿Es usted un coleccionista advertido y compra esas porquerías?”. Disipada la efervescencia de la boutade (extraída de Un pintor frente al espejo, autobiografía de Emilio Pettoruti, mentor perplejo de esa muestra), la pregunta marca el gesto inaugural, y a la vez definitivo, de este artista enigmático que vivió aislado de sus pares e inmerso en la creación de una obra múltiple que combinara lenguajes inventados y credos apócrifos, doctrinas esotéricas, efusiones astrológicas y juegos imposibles. En un reportaje realizado en 1951, Xul se definía con un jactancioso inventario de invenciones: “Soy campeón del mundo de un juego que nadie conoce todavía: el panajedrez. Soy maestro de una escritura que nadie lee todavía. Soy creador de una grafía musical que permitirá que el estudio del piano, por ejemplo, sea posible en la tercera parte del tiempo que hoy lleva estudiarlo. Soy director de un teatro que todavía no funciona. Soy el creador de un idioma universal, la panlingua, sobre bases numéricas y astrológicas, que contribuiría a que los pueblos se conociesen mejor. Soy creador de doce técnicas pictóricas, algunas de índole surrealista y otras que llevan al lienzo el mundo sensorio, emocional, que produce en el escucha una suite chopiniana, un preludio wagneriano o una estrofa cantada por Beniamino Gigli. Soy, y esto es lo que más me interesa momentáneamente -amén de la exposición de pintura que estoy preparando-, el creador de una lengua que reclama con insistencia el mundo de Latinoamérica”.

Plan de evasión Hijo de un alemán y de una italiana, Oscar Alejandro Agustín Schulz Solari nació en San Fernando, el 14 de diciembre de 1887. Su padre era ingeniero de máquinas en la Penitenciaría Nacional y solía reemplazar al director de la cárcel cuando éste se ausentaba con licencia. Luego de recibir una educación en varias lenguas y de peregrinar por diversos colegios al ritmo de las frecuentes mudanzas de su familia, trabajó por un breve período en la Penitenciaría donde también trabajaba su padre. Poco tiempo después, tras haber cursado estudios de arquitectura y haber sido empleado municipal durante algún tiempo, Xul comienza a gestar un plan de evasión que finalmente se concreta en abril de 1912. Como el fallido viaje de Baudelaire a Oriente, el de Xul está signado por uno de esos equívocos que le dan una forma caprichosa pero inalterable a una vida de aciertos: por una razón desconocida, el barco inglés en el que el artista viajaba en calidad de peón rumbo a Hong Kong, termina depositándolo inesperadamente en Londres, donde sus conquistas artísticas y su virtuosismo políglota le permitieron entrar en Europa con un pasaporte de argentino universal.

Rito iniciático Como puede comprobarse al recorrer la muestra que alberga el Museo de Bellas Artes (probablemente la más completa realizada hasta ahora, exceptuando la colección permanente que se exhibe desde 1993 en el museo que lleva el nombre del artista), la obra pictórica de Xul sufrió diferentes mutaciones a lo largo de los años. Pero la elección de un formato pequeño, de un soporte delicado y dúctil como el papel, y la preferencia por la acuarela y la témpera como un medio para dar la menor materialidad posible a sus colores, conforman una elección que se remonta a sus primeros cuadros, pintados en Europa entre 1915 y 1917, firmados Schulz-Solar. Mientras sus obras iban dejando atrás las citas de la pintura tardía simbolista y del art nouveau, Xul asimilaba las principales conquistas de las vanguardias que eclosionaron luego de la Primera Guerra Mundial (irónicamente, durante la guerra quiso emplearse como enfermero en el frente de batalla pero el costo excesivo de los cursos de capacitaciónlo hizo cambiar de opinión). Luego de que su madre y su tía viajaran a Europa para reunirse con él y se instalaran en Zoagli, una ciudad en el norte de Italia donde residían sus parientes maternos, Xul comenzó un derrotero compulsivo por las principales ciudades europeas (Munich, Londres, París, Milán) que va a extenderse hasta 1924, cuando decide regresar a la Argentina en compañía de Pettoruti, a quien había conocido en Florencia en 1916.

Cita con la Bestia Además de su auspicioso encuentro con Pettoruti, según un dato registrado por Mario H. Gradowczyk, autor del único libro existente hasta el momento sobre Xul (financiado por la Fundación Bunge y Born), el joven artista conoce en París a uno de los personajes más fascinantes de la primera mitad del siglo: el inglés Aleister Crowley. Pope del ocultismo, espía reversible, ajedrecista eximio y renombrado alpinista, autor de libros esotéricos escritos al dictado de sus demonios tutelares, de una autohagiografía célebre y de un relato memorable titulado La estratagema, dueño de un humor irremediablemente camp (cuando su biógrafo John Symonds le preguntó la razón por la cual se hacía llamar “La Bestia”, se limitó a responder lacónicamente: “Así es como mi madre me llamaba de niño”), Xul debe haber sentido una atracción enorme por la cautivante figura de Crowley y quizá este encuentro haya sido un punto crucial en la iniciación esotérica del creador de la panlingua. (Mucho tiempo después, Crowley también cautivaría simétricamente a los Beatles y a sus Majestades Satánicas; quien quiera verle la cara puede escrutar la tapa del Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band donde se lo ve en la excelente compañía de Mae West.) Se desconocen pormenores de la relación entre Crowley y Xul, pero se sabe que ambos mantuvieron correspondencia y muchos años después, en 1961, el artista argentino pintó un retrato de La Bestia que integra una serie de retratos criptográficos donde también se encuentran los de Rudolf Steiner, Moisés y Jesucristo.

Las amistades peligrosas Al llegar a Buenos Aires, Xul se alista raudamente en el bando de los “happy-few” nucleados alrededor del periódico Martín Fierro, desde cuyas páginas publica una proclama belicosa en defensa de las obras cubo-futuristas de su amigo Pettoruti, exhibidas en una galería de la calle Florida en medio de un clima de indignación moral por parte de los innumerables adictos al posimpresionismo tarado, o tardío, que constituía el gusto dominante en aquel entonces. Comparte con Borges las magias imparciales de su biblioteca traída de Europa, participa en muestras colectivas y realiza su primera muestra individual en 1929, frecuenta a Leopoldo Marechal (que más tarde se basaría en él para crear al astrólogo Schulze en el Adán Buenosayres), a Oliverio Girondo y a Norah Lange, a Carlos Mastronardi, a Victoria Ocampo, a Macedonio Fernández y a Elvira de Alvear, en cuya revista Imán publica un poema escrito en neocriollo, ese esperanto sin esperanza construido a partir del español y portugués, y enriquecido con palabras tomadas del inglés, el alemán y el guaraní.

Imágenes paganas Durante las décadas del 30 y del 40, Xul siguió edificando sus visiones con una coherencia inescrutable. Algunas de sus pinturas describen una geografía visionaria conformada por urbes misteriosas, habitadas por yoguis o druidas transitando escaleras interminables en busca de la revelación. También se vislumbran eremitas construidas entre fiordos monumentales, complejas construcciones surcadas por rampas y muros zigzagueantes soñadas en noches de insomnio (algunas de ellas parecen ilustraciones de los poemas esotéricos de Pessoa, otro astrólogo avezado que también mantuvo una copiosa correspondencia con Crowley). En 1936 se casa con Micaela Cadenas (Lita) y se muda a la casa de Laprida 1214 que actualmente hospeda el Museo Xul Solar y la sede del Pan Club, una suerte de institución difusa que está a mitad de camino entre la Academia de Patafísica y la Orden de los Rosacruces. Durante el resto de su vida, Xul nunca abandonó sus estudios herméticos, cabalísticos, y astrológicos (existe un archivo frondoso donde se encuentran las cartas natales de artistas y escritores con los que se cruzó a lo largo de su vida) y desarrolló su panjuego: un ajedrez universal de base astrológica y numeración duodecimal cuyas reglas se iban modificando cada vez que su creador las explicaba.

El refugio del mago En 1954, Xul compra una casa en el Tigre, donde instala su taller y pasa largas temporadas trabajando en su obra más compleja y utópica: las Grafías. Estas obras consisten en aforismos o palabras en neocriollo, que el artista traduce a un sistema de signos articulados plásticamente que pueden ser decodificados mediante una compleja tabla de correspondencias entre formas, colores y sonidos. A veces se trata de formas animales o vegetales, otras son compactos y coloridos bloques de letras, arabescos o emblemas inasibles para la mirada de los no iniciados, quienes tal vez sientan decepción al descifrar, después de una ardua aventura lingüística, una frase como la que sigue: “Examine todo retenga lo bueno”, cita de la Primera Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses. En este juego entre imagen y signo reside el enigma de la estas obras de Xul: un mensaje cifrado que la pintura debe ocultar para revelarse a sí misma, y donde el goce estético tiende a ser inversamente proporcional al obtenido por la comprensión de aquello que se intenta comunicar.

El fin de un inmortal Inventor prolífico y secreto, Xul siempre corrió el riesgo de ser considerado uno de los mejores inventos de Borges, el principal heresiarca de un culto cada vez menos secreto, como el de Macedonio Fernández. Pero Xul se tomó ese culto más en serio que Macedonio: manifestaba que muchas de sus obras iban a ser comprendidas en su totalidad en el año 2000 (detalle alegremente ignorado por las autoridades del Museo de Bellas Artes y las opulentas fundaciones que auspician la muestra, esas nuevas sociedades secretas que tan bien le van al culto póstumo de Xul) e incluso cedió a la tentación de fomentar la creencia en su propia inmortalidad. En un reportaje, Borges refiere que con el correr de los años, los amigos de Xul se sorprendían de encontrarlo cada vez más igual a sí mismo. Sin embargo, traicionando su propia presunción y la credulidad de su esposa (“¡El, que había dicho que era inmortal, ahora se ha muerto, qué papelón!”, frase que llevó a Borges a comentar: “Fue la primera vez que oí la palabra papelón aplicada a la muerte”), Xul murió de un infarto que lo sorprendió en su casa del Delta el 9 de abril de 1963, dejando una obra deslumbrante que espera la llegada de un futuro acostumbrado a faltar a las citas.

  
Un Yogui”, acuarela sobre papel, 40 x 55,5 cm, 1932. “Un jeroglífico neocriollo: Nel hondo mundo mi muy pide o min Dios lu plain wake mi”, témpera sobre papel,46 x 55,5 cm, 1961. “