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La semana trágica y nuestra memoria


Por Osvaldo Bayer

Desde Bonn

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t.gif (862 bytes) Acaban de sonar cohetes y petardos, las cañitas luminosas han buscado otra vez el cielo en vano y los fuegos artificiales iluminaron por unos momentos aquí las riberas del Rhin para ver si es posible divisar la rústica nave que lleva y trae a Sigfrido en su interminable viaje. Después, otra vez el sueño, el silencio, la esperanza, el miedo y el cosquilleo de curiosidad por este año recién comenzado. Justo hace ochenta años, allá en Buenos Aires, esos estallidos de cohetes y petardos de la alegría popular se iban a convertir en balazos asesinos contra el pueblo. La "Semana Trágica" del 19. Así nos informaban casi en secreto los de la generación anterior, sí, aquí, en Nueva Pompeya, nunca se sabrán cuántos obreros murieron. Los anarquistas nunca quisieron llamarla "Semana Trágica" sino simplemente "La Semana de Enero", porque nada trágico hay en la lucha de los pueblos por su dignidad, aunque cayeran cientos de ellos. Todos los años, a principios de enero, cuando la ciudad se vaciaba, Francomano --ese anarquista siempre joven que en aquella Semana de Enero del pasado enfrentó a la policía, descalzo y con el guijarro en la mano-- nos contaba en el viejo local de la FORA, en Barracas, cómo había sido la movilización popular, cómo la represión de la policía y el ejército, y cómo el triunfo de los obreros regateado por los burócratas de siempre. Triunfo, sí, a pesar de las víctimas tan queridas que habían tenido que enterrar mientras entonaban "Hijo del Pueblo".

Ha sido la fecha histórica más negada de nuestro pasado, al igual que los fusilamientos de la Patagonia y la represión de La Forestal. ¿O acaso en alguna escuela o algún colegio se hizo referencia alguna vez a lo que pasó en aquel comienzo del 19? Fue sintomático cómo todos los gobiernos sin excepción taparon cualquier intento de recordación. Cuando a la plaza de los talleres Vasena se la quiso bautizar con el nombre de "Héroes Obreros de la Semana de Enero", todos los mandamás se apresuraron a denominarla oficialmente "Martín Fierro", para que nadie pudiera discutir el nombre. Una resolución sacada del bolsillo del chaleco para silenciar cualquier recuerdo de cuando los obreros se posesionaron de la ciudad y exigieron y obtuvieron derechos.

Pero este año, sí. Pasaron ochenta años y ahora sí, la olla comienza a destaparse. Resurge la memoria de ese momento culminante de la lucha por las ocho horas cuando los trabajadores salieron a la calle y combatieron hombre por hombre, tiro por tiro y piedra por tiro, a los cuerpos represivos del gobierno radical de Yrigoyen. El próximo viernes 8 una columna ciudadana recorrerá desde Pepirí y Avda. Alcorta hasta Pepirí y Caseros los lugares donde los obreros lucharon y cayeron por sus derechos. La marcha ha sido organizada por los talleres Historia desde Abajo de la cátedra de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, la CTA, la Federación Libertaria y los artistas plásticos. Por su parte, el diputado de la Legislatura porteña, Fernando Finvarb presentó un proyecto para que en la plaza Martín Fierro se levante un monolito con la inscripción "Homenaje de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a los obreros caídos en la Semana Trágica de enero de 1919". Así se empieza a tener Memoria.

Los huelguistas de ese enero tuvieron un gran respaldo barrial, y de Nueva Pompeya se trasladó a la ciudad entera. Todo comenzó cuando los huelguistas --cuyas exigencias eran bien modestas pero imprescindibles-- quisieron parar a los llamados "carneros" y "crumiros" que eran custodiados por la policía, por expresa orden del jefe de esa institución, Elpidio González, que luego pasaría a ser vicepresidente de Yrigoyen en su segunda presidencia. El 7 de enero la policía volvió a defender a los crumiros a balazos y el tiroteo dejó en el suelo a víctimas proletarias. La reacción del barrio fue instantánea, los trabajadores de toda Nueva Pompeya salieron a la calle a protestar. La noticia trascendió rápidamente y la FORA del V Congreso, anarquistas, declaró la huelga general en todo el país adhiriéndose a la misma la FORA del IX, sindicalista. El 8, la huelga es total, grupos de obreros recorren la ciudad para vigilar que nadie trabaje. El 9, se realiza la inhumación en la Chacarita de los obreros muertos. Allí la multitud obrera es atacada a tiros por tropas del ejército y la policía. Los proletarios entonces asaltan las armerías y usan sus armas contra los represores. El 10 de enero, la FORA sindicalista trata de conducir la huelga, mientras la ciudad se encierra en sí misma y en las calles combaten obreros contra uniformados. Un nuevo aliado tiene la policía y el ejército: es la denominada "guardia blanca", luego "Liga Patriótica Argentina". En ella se agrupan jóvenes de familias del Barrio Norte, muchachos católicos de derecha y todo aquel que tiene como filosofía de vida la defensa de Dios, Familia y Propiedad. La presidirá Manuel Carlés, un conservador --pero a la vez funcionario de Yrigoyen y después de Alvear, y profesor del Colegio Militar-- y en la comisión directiva estarán nada menos que los estancieros Martínez de Hoz y Joaquín de Anchorena, monseñor Miguel de Andrea, el almirante Domecq García, el perito Francisco P. Moreno, el general Eduardo Munilla, los radicales Carlos M. Noel, Vicente Gallo y Leopoldo Melo. Esos grupos aprovecharán la represión obrera para, junto con la policía, atacar a los barrios donde podrían esconderse los "soviets" argentinos. Y es así como producen el primer pogrom de la Argentina. Atacan al barrio judío del Once. Entran en los domicilios, castigan con cachiporras a todo aquel que no tenga cara de cristiano y destruyen los pequeños comercios. Yrigoyen, mientras tanto, actúa a dos manos: por un lado permite la actuación de esas bandas armadas, de la policía y del ejército y por el otro --de acuerdo con Vasena-- acepta las exigencias de los obreros de esos talleres: entre ellas las ocho horas y aumento de jornales. La FORA sindicalista levanta entonces la huelga general. La FORA anarquista prosigue la huelga para obtener mejoras para otros gremios. Pero la represión, la deserción de los afiliados a la central sindicalista y al Partido Socialista determinan que las fábricas y los medios de transporte recomiencen con sus tareas. Los obreros habían triunfado a medias, ya que la misma Vanguardia, órgano socialista, denunciará que el número de obreros muertos se elevaba a setecientos.

Yrigoyen guardará silencio sobre la masacre; las bancadas radicales, también. Sólo Elpidio González, vocero oficial de la presidencia, felicitará a la policía y dirá en una orden del día: "Felicito al personal policial por la energía y el valor demostrado. Un pequeño esfuerzo y habremos terminado dando una severa lección a elementos disolventes de la nacionalidad argentina". Más adelante expresaba su fervor "contra las ideas y sistemas basados en la más baja satisfacción de apetitos materiales". Obediencia debida.

Eran años de profunda inquietud obrera en el mundo. Apenas un día después de la Semana de Enero de Buenos Aires, era asesinada Rosa Luxemburg, en Berlín, justamente por integrantes de bandas oficiales de extrema derecha.

Algunos tratan de disculpar a Yrigoyen de su responsabilidad en la matanza. Pero lo que no se le puede disculpar es que permitió que los grupos de extrema derecha hayan reprimido hombro con hombro con la policía y que hubo militares en las filas de la Liga Patriótica.

Pero si se trata de entender a Yrigoyen, mucho más hay que comprender a los obreros que lucharon y cayeron en esos tiempos por su dignidad. Por eso, la Semana Trágica o de Enero, debe ser desde ya un capítulo imborrable de nuestra Memoria.

 

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