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Lo que no tiene nombre

 

Por Eva Giberti

Esta nota se publicó originariamente hace dos años, pero gana enorme actualidad debido a la campaña nacional contra el uso de drogas, que tiene un llamativo parecido con ella.


"Las mujeres que pierden a sus maridos se llaman viudas; quienes perdieron a sus padres se llaman huérfanas.
¿Cómo se nombra a la mujer a la que se le murió un hijo?
No hay nombre para ella".

t.gif (67 bytes)  Al releer mi propio texto, y aun al repetirlo en voz alta, se me ocurre pensar que sería una buena idea de base para generar imágenes y también eslóganes publicitarios; podría ser incluido en el marco de cualquier campaña preventiva formando parte de algún cortometraje vinculado con violencias urbanas o con violencia familiar o el uso de drogas.

Es un texto cortito, impactante y cierra bien, de modo que recortarlo del ensayo en el cual lo incluí, El lado oscuro de la maternidad, constituye una tentación; así lo comentaron los alumnos y colegas con quienes lo analizamos hace años en las cátedras universitarias en las cuales me desempeño como docente.

Pero ¿cómo utilizaría yo mi propio texto si tuviera que convertirlo en un spot televisivo o en una frase destinada a ser emitida por radio?

Jamás se me ocurriría ilustrarlo con la imagen de una madre doliente y pasivizada y mucho menos lo compararía con lo que sucede con los padres a los que se les muere un hijo, porque se trata de situaciones absolutamente diferentes: ante su madre, el hijo muerto convoca el duelo del cuerpo que lo contuvo. Ante el cuerpo yacente del hijo, la madre funda un dolor que puede tornarse peligroso para el orden social porque quiere justicia, porque reclama explicaciones y porque, como lo sabían muy bien los espartanos, los atenienses y los romanos de los tiempos antiguos, también puede clamar venganza, tal como Nicole Louraux lo describe en su obra Madres en duelo. (Cuyo comentario bibliográfico estuvo a mi cargo, en Página/12).

Cuando se utiliza esta frase fuera de contexto se tiende a neutralizar la potencia de la madre en duelo que abarca a cualquier hijo, pero en particular al hijo que alguien mató, ya sea en un combate, en una pelea, por desatención de su salud o por haberlo inducido a consumir drogas. Son crímenes para los cuales la madre reclama justicia: es la madre terrible (y temible) de las tragedias. Ella es la que gesta la memoria guardiana que triunfa sobre el olvido. En nuestro país esas madres asisten permanentemente a los medios de comunicación y enarbolan denuncias de toda índole, antiguas y actuales.

En cambio, cuando se privilegia la visión acerca de una madre doliente y sin un nombre que represente su estado civil, tal como lo describo al decir mujer--que--perdió--un--hijo, se omite la presencia demandante de la madre que reclama explicaciones y busca responsables por la muerte del hijo; ésta es una madre en alerta que desborda la representación social y tranquilizante de la mater dolorosa, pasiva y resignada. Que se diferencia de la madre de un joven adicto protagonizada por Sofía Loren en una película en la cual ella decide trabajar para la policía intentando localizar a los traficantes responsables por la desdicha de su hijo, es decir, otra madre en lucha.

Las madres que no cesan de reclamar justicia no se preocupan por mostrarse casadas, solteras, viudas o divorciadas; sin poder evitar el dolor lo transforman en acciones eficaces y combativas y no sienten conmiseración por ellas mismas cuando alguien les dice que carecen de un nombre que las identifique.

Seleccionar una frase que forma parte de un cuerpo teórico y la descuaja de su contexto transparenta una ideología: transformar a la madre que sufre en una víctima pasiva. Situación que se torna paradojal en un país que inauguró para el mundo la figura de las madres que, llevando un pañuelo así como las madres de hijos e hijas que aparecieron muertos/as, ganaron los espacios públicos para reclamar justicia. Son madres alertas que crearon un nuevo estilo de maternidad, original, desafiante y abarcativo, capaz de contener el recuerdo del hijo muerto, y a ellas me hubiese referido yo si alguien me consultara antes de recortar mi texto.

Cuando escribí mi ensayo me referí a las madres "a las que se les muere un hijo en el útero, antes de nacer", y de ellas hablo cuando afirmo que carecen de identidad civil a diferencia de las viudas o las huérfanas; de este modo marco la diferencia con las madres que reclaman justicia, a las cuales menciono en mi artículo de Página/12 al comentar el libro de Nicole Loureaux: las que pierden sus hijos porque alguien los mata.

Entonces, la utilización de una frase que forma parte de una publicación técnica sin autorización de quien la produjo me autoriza a abrir un capítulo acerca de la propiedad intelectual y su relación con la ética. Las idas y vueltas judiciales respecto de la propiedad intelectual se remontan a Cicerón, porque existe una expresión jurídica copium describendi facere, que quiere decir "autorizar a transcribir"; de manera que "copia", en sentido hipotético, significa "derecho de reproducción", que encontramos en Cicerón y en Terencio en el sentido de "poner algo a disposición de alguien". Y éste es un argumento mayor para reproducir sin autorización lo que ya fue editado con la firma de otra persona, (sin mencionarla) porque al utilizarlo, lo que se hace es tomar algo que por haberse publicado alguien supone que puede disponer de ello como si fuera propio. Adjudicarse la autoría-paternidad-maternidad de una idea no necesariamente se incluye en la noción de plagio, palabra que en latín se refiere a lo desviado y oblicuo. También remite a una antigua transgresión romana: la apropiación de esclavos ajenos, o la compra de una persona libre, a sabiendas, para venderla como esclavo/a, lo que conduce a los antiguos latinos a denominar plagiario a quien imita de modo fraudulento una obra ajena.

Podría afirmarse que se trata de coincidencias axiales, como decía Roger Callois, como si existiese un espíritu de la época que anda suelto por los pasillos y deambula en las sobremesas de lo cual surgirían ideas que formarían parte de un bien común, socializado, por lo tanto no habría quien pudiese demandar por su origen; pero no ése no es el caso cuando se reproduce una frase, textualmente, sin reconocer que corresponde a la tesis de un ensayo que fue editado un par de años antes y firmado por quien lo creó.

La muerte de un hijo forma parte de lo que no tiene nombre, de lo que no puede ser nombrado porque excede todos los dolores. No hay nombre que pueda nombrar a esas madres ya sea que luchen contra los responsables por la muerte del hijo o que se ciñan al desconsuelo. Entonces no corresponde limitar esa falta de nombre a la experiencia de las mujeres que pierden un hijo por exceso de drogas, porque el dolor innombrable es el de todas las que se quedaron sin la existencia del hijo antes de nacer, o las que perdieron el aliento de los hijos cuyas voces podían nombrarlas llamándolas mamá.

(Conferencia pronunciada en el Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires en 1996, y publicada en la revista Actualidad Psicológica, en diciembre del mismo año.)

 

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