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CONVERSACION CON EL CINEASTA MIGUEL PEREIRA
“Estoy condenado a hacer un cine marginal”

El autor de “La deuda interna” cree que su obra es perfectamente lógica con el espacio al que pueden acceder los argentinos del interior. En esta extensa entrevista con Página/12 el cineasta jujeño cuentas sus días en la Tucumán del general Bussi cuando era estudiante y en la Inglaterra de Margaret Thatcher que vivió hasta que la derrota de Malvinas precipitó su regreso. “En este país me siento un chicano”, sostiene Pereira y compara su situación con las de los emigrados mexicanos a Estados Unidos. Sin embargo, rescata la figura del “Che” Guevara como prototipo de lo argentino “porque es como el tipo de al lado de mi casa”.

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Por María Esther Gilio

t.gif (67 bytes) ”Yo no siento que bajé de los barcos como sienten muchos argentinos” -dice Miguel Pereira, alto, ojos azules y piel muy blanca.
–¡Pero usted es totalmente europeo!
–Sin embargo mi madre boliviana y mi abuelo peruano deben tener algún ancestro indígena.
–Sus películas La deuda interna y La última siembra harían prever esta afirmación suya. Usted no sólo no está, sino que no quiere estar entre los que bajaron de los barcos.
–Yo nací y me crié en Jujuy, un lugar donde el contacto con un paisaje muy fuerte nos hace sentir, al mismo tiempo, muy libres y muy apegados a la tierra.
–¿Y cuándo empezó su locura con el cine?
–Sí, locura, porque hay que estar loco para seguir esta carrera.
–¿Cómo fue, entonces, que se volvió loco? ¿Vio alguna película que lo llevó a filmar?
–Ninguna específicamente. Pero recuerdo que me gustaban las películas inglesas. Sé que para mí eran diferentes. Pero mis amigos decían: “A vos te gustan las películas aburridas”.
–¿Pensaba que podría llegar a filmar?
–Nunca se me ocurrió. Yo pensaba que había que tratar de ir a Córdoba o Tucumán a seguir una carrera. Elegí Derecho. Empecé, estuve unos meses, pero no me gustó. En ese momento, –1975–, en tucumán estaba en plena actividad el Operativo Independencia.
–Dirigido por el General Antonio Bussi con las Tres A a su servicio.
–Sí. Desaparecían estudiantes. Me pareció idiota seguir ahí. Volví a Jujuy y hablé con mis padres que se oponían a que dejara. Pero yo no quise volver y con un amigo nos fuimos a vagar por América. Durante un año anduvimos de mochileros por Brasil. Y fue estando en Brasil que descubrí mi vocación.
–¿Cómo fue?
–Un día, caminando por la playa de Itaparica me topo con un grupo de italianos de la RAI haciendo un documental sobre la vida de un villorrio de pescadores. Yo me hice bastante amigo del italiano que dirigía, quien un día me contó que era abogado y había ejercido durante 20 años hasta que, aburrido, largó todo y se dedicó a filmar.
–¿Le aclaró un panorama?
–¡Claro! Yo sentí que este hombre me exorcizaba, me liberaba de culpas. Me decía “tenés que seguir lo que te dicta el corazón”. Además, en ese momento, yo estaba lleno de ese paisaje de Brasil, tan rico, tan fuerte. Fue ahí en esos días que lo decidí. “Quiero hacer cine”, me dije.
–Volvió a Jujuy.
–Volví y de allí me vine a la Escuela de Cine de Buenos Aires. Pero, plena dictadura, estaba cerrada. Hice cuanto curso se me presentó pero vi que eso no alcanzaba. Decidí escribir a Minnessota, a la familia americana con la que había vivido un año, después de ganar una beca de intercambio. Ellos me ayudaron y yo fui para allá y me inscribí en un instituto de cine. Pero la orientación era sobre todo hacia la crítica.
–Eso no era lo que usted quería.
–No era, pero me sirvió porque me vi todo el cine del mundo. Todos los clásicos. Japoneses, franceses, alemanes. Todos. Descubrí la escuela documentalista inglesa, que me interesó mucho y enriqueció mi idea del documental. Yo ya había visto documentales de Jorge Preloran, filmados en Jujuy, y estaba muy atraído por el documental antropológico, pero también pensé que me faltaban conocimientos técnicos. Me faltaba agarrar los fierros. Escribí a distintos lugares, pero tenía una idea clara en la cabeza. Inglaterra era la meca del cine documental. Encontré una escuela en Inglaterra, de enseñanza totalmente práctica, que exigía cierta experiencia, que yo tenía. Mandé mis trabajos y me aceptaron. Allí hicetres años de aprendizaje, me relacioné con gente de cine y con grupos independientes.
–Cuando preparé esta entrevista pensé, por supuesto, en La deuda interna. Y pensando en ella, recordé a ese niño de los Andes que en la película aprende a escribir, se hace adolescente, se enamora, entra al servicio militar y desde allí envía una foto a la novia de su pueblo, vestido de marinero, de pie junto con un salvavidas del General Belgrano. Quedé como paralizada cuando recordé esta escena final, la última, con la foto llegando al lejano pueblito. Allí tuve la seguridad de que usted estaba en Inglaterra cuando hundieron al Belgrano.
–Yo me recibí el 2 de abril de 1982.
–El día que se declaró la guerra.
–Sí. Malvinas fue un hito fundamental en mi historia. Yo había pasado los días más felices de mi vida y más ricos en conocimientos trabajando en esa película inglesas. Mi intención era quedarme y seguir trabajando en Londres. Pero estalla la guerra y pienso que no puedo, que estoy entre enemigos.
–¿Sentía eso? ¿Sí?
–Y... sí, lo sentía. No rechazo personal, eso no, pero sentía cómo la prensa se montaba más y más en la idea de la república bananera.
–La Thatcher echaría leña en ese sentido. Cuéntenos sobre ella en aquel momento que desemboca en el hundimiento del Belgrano.
–La Thatcher llegó al gobierno en el ‘78 y yo llegué a Londres en el ‘79, es decir que estuve presente desde los inicios de su gobierno. Presencié el gran enfrentamiento entre ella por un lado y la izquierda y el laborismo por otro.
–¿Por qué sintió que no podía quedarse?
–Porque veía cómo se preparaba para deshacernos. Y por más que no había odio a nivel de las personas que conocía, compañeros, amigos, sentía que ése no era el lugar donde debía estar.
–¿Usted estaba ahí cuando hundieron el Belgrano, el 2 de mayo?
–Sí, en esa fecha comenzaron los enfrentamientos. El 2 de abril los argentinos ocupan Malvinas, el 2 de mayo comienza la guerra.
–De cualquier manera a la Thatcher ese hundimiento se le reprochó en el Parlamento inglés.
–Sí, más tarde se lo reprocharon, pero en el momento la aplaudieron. Ella necesitaba que se produjera el conflicto. Era un acto de la ministra más impopular de la historia de Inglaterra, que buscaba a través de este acto dar vuelta la tortilla.
–Lo buscaba y lo consiguió. La dio vuelta. Fue el premio por haber matado a 321 jóvenes.
–Había que poder hacerlo, pero si podía, era muy fácil ganar a la opinión pública inglesa. ¿Cuál era la imagen de la Argentina en ese momento, con un gobierno fascista y miles de desaparecidos? La guerra pasó a ser justa, santa. El orgullo inglés, muy abatido, deteriorado, se levantó.
–Usted, entonces, vuelve. ¿Cómo se mueve para encontrar qué hacer?
–Lo primero que hice fue un documental con un muchacho argentino, que había estudiado en Londres como yo. Un documental sobre la vida en la Puna que financiamos nosotros mismos con dos pesos.
–Ese es su tema.
–Sí. Pero además, a mí, como a muchos argentinos el conflicto de Malvinas nos mostró más que nunca la falsedad que se vive en este país. Nos dieron la espalda. Estados Unidos ayudó militarmente a Inglaterra... Los únicos países que mostraron solidaridad fueron latinoamericanos. Venezuela, Perú, Bolivia y hasta Brasil que mandó aviones, armas, y ofreció voluntarios. Por otra parte los jóvenes de las lejanas provincias que son los que mandaron a la guerra fueron rápidamente olvidados y humillados. Yo pensé que Malvinas había producido un crecimiento. Pero pasada la sombra de la guerra el país trató y consiguió volver atrás. –¿Conoce la poesía de Borges sobre Malvinas?
–Sí, “Milonga de un soldado”. “Una de las tantas provincias del interior fue su tierra.”
–”No conviene que se sepa, que muere gente en la guerra.”
–En este país hay vergüenza de mostrar al criollo.
–¿A quién llama criollo?
–A la mezcla de indio con español. En la cruza están nuestras raíces. Decimos “no nos olvidemos de José Luis Cabezas”, “no nos olvidemos del genocidio de la dictadura”. Pero nadie se acuerda de la Campaña del Desierto en que el General Roca exterminó toda la Patagonia. Eso lo hemos olvidado.
–La “deuda interna”, es la que la Argentina tiene con esos ciudadanos de las provincias alejadas de Buenos Aires.
–La “deuda interna” es la que el país tiene consigo mismo.
–Usted hizo la película hace diez años, en un momento en que sólo se hablaba de la deuda externa.
–Todos hablaban de esa deuda, nadie recordaba la otra. Lo que yo quería, con el cine que hice, fue a buscar las raíces de este país. En este país todos se sienten europeos –porque tenemos tíos o abuelos europeos–; hasta que llega le momento en que vamos a Europa y nos damos cuenta de que no tenemos nada que ver, que somos otra cosa.
–¿Tampoco con los españoles?
–Muchos menos. Pero además, ¿quién es español? Hay diez Españas. Los catalanes quieren su independencia, los vascos no se sienten españoles y también quieren su independencia. Los gallegos son otra cosa, y los valencianos otra. Nosotros somos hispanoamericanos y también somos otra cosa.
–¿Diría que su cine busca saber qué somos?
–Sí. Hay otros pueblos latinoamericanos donde ha prevalecido la etnia indígena, ellos tienen mucho más claro quiénes son. Cuando en los medios dicen “nosotros los argentinos”, se están refiriendo a un pedazo que termina en la General Paz.
–No hay duda de cuál es su tema. El mismo lo reformuló en su otra película La última siembra que sacó premios en el extranjero y aquí pasó en silencio.
–Los críticos dijeron que era una historia muy puntual, sin ver que era una metáfora sobre lo que ocurría en la Argentina y en América Latina.
–Los críticos viven en Buenos Aires.
–El problema del tipo de cine que yo hago es que aquí no hay quien esté dispuesto a financiarlo. Siempre he tenido que conseguir dinero del exterior, –dice, se pone de pie, da vuelta por el cuarto, mira hacia afuera y vuelve a sentarse con un aire en que conviven la tristeza y la impaciencia–. Yo me siento una especie de chicano en este país.
–¿Siente que quiere mostrar una realidad en la que sus conciudadanos no están interesados?
–Igual que los chicanos. Los chicanos en Estados Unidos quieren mostrar quiénes son; hijos de campesinos con una cultura diferente.
–Quiere, a través del cine, reflexionar y hacer reflexionar sobre sus identidades.
–Sí, pero, y a pesar de que los hispanos en Estados Unidos son más de 33 millones no los dejan. Para llegar al cine tienen que meterse en Hollywood y contar las historias como Hollywood quiere que las cuenten. Esto los condena a hacer un cine marginal.
–Siente que eso le pasa a usted.
–Sí, yo siento que estoy condenado a hacer un cine marginal.
–No es el caso de su última película en torno del Che.
–Para esta película me llamó Pacho O’Donnell cuando era ministro de Cultura. La idea fue de Fernando Sokolowicz, quien también produjo la película sobre la vida del Che, que dirigió Desanzo, y quería que yo hiciera un documental. Para esto me dio carta blanca. Empecé a repasartodo lo que hay sobre el Che, que es enorme. Cuando terminé pensé que el material era aburrido. No sabía si por su total falta de objetividad.
–¿Cómo falta de objetividad? ¿No se trataba de hechos reales filmados?
–Sí, pero igual se las arreglaban para hacer propaganda. De cualquier manera había otro hecho que estaba claro en esos filmes. A pesar de la deliberada exaltación, la auténtica fuerza que hay en el Che sobrevivía. Era impactante.
–Vio, entonces, todo aquello, ¿qué decidió?
–Sentí que lo que más me interesaba era cómo Ernesto Guevara –un joven argentino, asmático, de clase media– se había convertido en el Che–. Me dije “hagamos ese viaje que él hizo, veamos esas cosas que provocaron el cambio”. Las raíces indígenas, Machu Picchu y el gran desamparo en que viven los pueblos.
–En su película hay dos personajes pero ninguno es el Che. ¿Hay una voz que cuenta?
–No, una voz no. ¿Una voz de quién sería? ¿De Dios? ¿Del director? Pensé “hay que tomar partido y ver qué les pasa a dos personas que hacen el viaje 40 años después.
–Uno es El Kadre con su historia personal, real, y sus 52 años.
–El otro es un joven de 25, producto de la generación del MTV sin ideas ni intereses políticos. Un joven que pregunta al otro, que puede ser su padre. Y, a la vez, a estos personajes les pasan cosas.
–¿Qué es para usted lo más valioso del Che como tema?
–Para mí que es argentino.
–¡¿Cómo?!
–No se asuste. Espere y escuche. Lo importante de ser argentino es que no se trata de alguien nacido en quién sabe qué mundo, dentro de quién sabe qué historia. Es alguien como yo, como mi vecino de al lado, como mi primo o mi amigo. Los jóvenes de hoy no quieren emparentarse con nada del sistema. Pero tampoco tienen ideales. Sufren una crisis de ejemplaridad. Y como no tienen en quién mirarse se miran en los ídolos del rock, en los jugadores de fútbol. Para mí hay que rescatar ese valor del Che. El puede ser un espejo para los jóvenes. Yo veo mucho de pastoral en su vocación por los pobres.

 

POR QUE MIGUEL PEREIRA

Por M.E.G.

        Una película sobre el Che filmada por él es un buen pretexto

Me gusta el cine argentino. Escuchar el vos, registrar los gestos que me incluyen, la presencia de los plátanos y las tipas en las calles y el paso de los colectivos un poco deteriorados, un poco sucios y desteñidos -entre ellos, y especialmente, el 29 que va a todas partes–.
Como dice Miguel Pereira, el porteño cree que la Argentina acaba en la General Paz. Y bien, esa idea la compré apenas llegué, aunque no sabía que la estaba comprando. Los jóvenes que llegamos de las provincias más pobres pasaban sus noches en los bancos de la estación Retiro, eran imágenes borrosas que hablaban bastante a la sensibilidad y poco a la razón, porque “los reales problemas”, los que ocupaban el total de la pantalla ocultando el resto –es decir casi tres millones de kilómetros habitados por 13 millones de habitantes– esos, que eran los verdaderos problemas tenían por escenario a Buenos Aires.
Ver La deuda interna de Miguel Pereira me agrandó, en poco más de una hora, la patria del exilio. Por primera vez vi aquí la marginación que sólo conseguía ver en otros lugares de América latina.
Los libros y las películas que nos marcan no son necesariamente los que pueden inscribirse entre los grandes del siglo. Sino aquellos que resonaron en nuestros afectos, los que, como los elementos químicos de la Tabla de Mendeleiev, encontraron un lugar cierto en el campo de nuestra conciencia. No voy a hablar del Che porque no tengo nada nuevo que pueda ser dicho, pero una película filmada por Miguel Pereira con el Che como tema es un buen pretexto para hablar con su autor.

 

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