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Exiliados del aula
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Por Cecilia Sosa
Ramón Alcalde fue uno de los fundadores de Movimiento de Liberación Nacional (Malena), editor de la revista Sitio y profesor de griego hasta que en el '88 cumplió 65 años. Y llegó el despido. "Estaba muy angustiado. Pero, además, convencido, y no desde la soberbia, de que era una injusticia, una gran mezquindad", dice Gabriela Mizraje, una de sus antiguas alumnas. "Cuando se reintegró con la llegada de la democracia, era el único titular que enseñaba griego a 800 alumnos. El solo tomaba cada uno de los finales y hacía los apuntes. Creía que no había ningún libro que reuniera todo lo que quería dar", recuerda y agrega: "Había logrado revertir los programas heredados de la dictadura y formar un grupo de jóvenes con una profunda veta progresista en las lenguas clásicas". Fuera de la universidad, el profesor se llenó de dolor y no lo resistió. A los pocos meses, murió. El de Alcalde es uno más de tantos casos dolorosos. "Me jubilaron para, con la plata que cobraba, pagar 90 pesos a un montón de ayudantes. La facultad debería pensar quién va a quedar para formar a esos jóvenes", se lamenta Eduardo Prieto que, a los 82 años, no puede hacer lo que más sabe: enseñar latín. Graduado en el '42 y renuente al peronismo, comenzó a ejercer la docencia en el '56. Pero tuvo que renunciar cuando llegó la dictadura de Onganía. Con la democracia y 68 años, regresó a la UBA como titular de Lengua y Literatura Latina y como director del Instituto de Filología Clásica, desde donde impulsó una profunda renovación. Pero, hace un año, cuando ya había perdido su cargo en el Instituto, el consejo directivo de la facultad redujo su dedicación exclusiva a una simple. "Los que toman este tipo de decisiones son bárbaros verticales --se indigna--. Se perdió la idea de que la jubilación es un privilegio del que se puede gozar y no una obligación. Esta es una forma de barbarie. Cortaron cabezas de la manera más salvaje, sin medir consecuencias." "En nuestra facultad, los profesores que más crecieron curricularmente son los que dieron clase durante la dictadura. Son ellos los que ahora están en el poder y vuelven a silenciar a muchos profesores eximios que tuvieron que mantener la boca cerrada durante 18 años", alega Josefina Nagore, profesora adjunta de la materia que dictaba Prieto. Y dispara: "Son justamente ellos los que deberían estar dando clases en el grado, los posgrados y doctorados. Pero, en lugar de aprovecharlos, se los echa". Pese a haber sido cesanteado, Prieto no fue abandonado por sus alumnos y organiza grupos de estudio de manera gratuita. A pedido de la junta de la carrera presentó un proyecto para dar un seminario en la facultad: "No tengo muchas ganas de volver a un lugar donde me trataron tan mal. Pero lo haría por la insistencia de los alumnos". Sin embargo, el consejo directivo se le adelantó y en su última reunión de 1998 rechazó el proyecto. Jubilar para dar lugar a los más jóvenes es un argumento que en la sede de Puán al 400 está cubierto de sospecha. "Todas estas medidas no son regidas por criterios académicos sino políticos, y de los más miserables. Lo que quieren es eliminar cualquier elemento opositor al ajuste shuberoffista que apoya la mayoría de los profesores y graduados", denuncia un miembro de la junta de Letras que prefiere el anonimato.
REPORTAJE AL SOCIOLOGO CESANTEADO HUGO CALELLO América latina no quiere docentes
Por Javier Lorca
"En un país como Venezuela los profesores pueden optar por jubilarse tras 25 años de carrera. Pero si no quieren, pueden seguir dando clases. Además, la jubilación consta del mismo sueldo que cobraban cuando se retiraron. No una cifra irrisoria como acá", explica Calello, que fue profesor en las universidades Central de Venezuela, de Santa Catalina, de San Pablo (ambas de Brasil) y de Nápoles (Italia).
--¿Cómo analiza el contexto en el que la UBA dio de baja a los docentes mayores? --En toda Latinoamérica se está produciendo un ataque a la Universidad, al último sujeto público de la enseñanza, el único lugar que hoy forma seres libres y críticos. Se tiende a transformar a las universidades en institutos de educación superior regidos por la eficiencia empresarial. Y esto aparece en el propio consejo de la UBA, en medidas como esta jubilación compulsiva. Fue una decisión muy lamentable, sobre todo porque para frenar cualquier reacción se tomó a fin de año y porque no hubo ningún debate. Ahora se impone la necesidad de realizar una discusión pública.
--¿Qué papel juega el gremio docente? --En la Argentina, el sindicalismo universitario no existe. Está dividido y no tiene capacidad de movilización. Por el contrario, tanto en Venezuela como en Brasil, los gremios de profesores universitarios son muy fuertes. Además, tienen un gran apoyo de la opinión pública. En cuanto me comuniqué con los docentes brasileños y les conté lo que estaba pasando, se solidarizaron y se pusieron en estado de alerta. Nosotros necesitamos un sindicato que no sólo luche por los salarios, sino también por la calidad académica.
--¿Qué otro factor incidió en esta "jubilación forzosa"? --La carencia de recursos. La UBA tiene más de 200 mil estudiantes y recibe alrededor de 270 millones de pesos anuales, algo así como 1200 pesos por alumno/año. En cambio, la Universidad Central de Venezuela, con 60 mil estudiantes, tiene un presupuesto inferior al de la UBA sólo en un 20 por ciento. Y la Universidad de San Pablo tiene 55 mil alumnos y recibe 640 millones de dólares al año.
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