Fue un gran metejón, de esos en los que uno entra pero
nunca sale...
Esta confesión en labios del Negro, aun hecha con displicencia porteña, aludía sin duda
a la Negra. Para todos, la Negra había sido ¿había sido? una morochaza de
melena al viento, poncho rojo y puño en alto, de esas que, como todos nosotros, quien
más, quien menos, el 11 de marzo rozó el cielo y el 20 de junio mordió el polvo. Hablo
de 1973, año en el cual, si no nos falla la memoria, variaciones térmicas muy grandes y
vividas en muy poco tiempo hicieron polvo al país. La Negra nosotros decíamos que
por afinidad cromática, la Negra se enganchó con el Negro, y la verdad es que el
Negro, afinidades aparte, era el que más se la merecía, si es que un hombre y una mujer
se encuentran porque se merecen.
Este concepto es peligroso me advierte el Negro.
Ya sé, suena a eso de los pueblos y los gobiernos, pero es que el Negro, primero en pegar
carteles, primero en lanzar volantes, primero en hacer pintadas y siempre el último en
rajar retirarse, porque rajar no se rajaba nadie, me corrige, el
Negro andaba por la vida como el hombre más solo y que menos espera. No sé por qué,
pero siempre, en algún momento, el Negro, más que Negro, oscurísimo, tocaba fondo. El
día que se enganchó con la Negra tocó todo lo que tenía que tocar y lo más a fondo
que pudo, pero salió con los ojos iluminados para siempre.
¿Para siempre? el Negro tuerce la boca Eso no lo creen ni los giles...
Cómo alguien se metejonea con una mujer uno lo entiende, pero cómo, después de más de
veinticinco años y tanta tragedia, cómo no se sale del metejón ya es otra cosa. El
Negro tuvo la suerte de caer en cana en 1975 y así se salvó de lo que unos
meses más tarde, después del golpe, le hubiese tocado: ser boleta o mucho peor. Igual
fue un infierno, pero salió de la cárcel en 1983 y, claro, lo primero que hizo fue
buscar a la Negra, pero la Negra no estaba.
Dentro de todo es una suerte... dijo y sigue diciendo el Negro, pero la voz le
tiembla.
La Negra zafó por milagro y hoy vive en Barcelona. Algunos que anduvieron por allá y la
vieron dicen que se hizo budista, que terminó psicología, que es lacaniana, que sigue
tomando mate, que lleva el pelo cortito y está rubia, que engordó un poquito pero que se
conserva, que tuvo algunas historias pero que no formó pareja y que no se escribe con
nadie.
De todo lo demás no sé nada, pero de esto último sí. Hace unos meses recibí una carta
suya y, entre otras cosas, me decía: Nunca terminé de salir de esa historia, pero
sé que el Negro está bien y qué querés que te diga. Yo la llamé por teléfono:
¿Por qué no te largás para Buenos Aires, boluda?
Y ella me contestó:
Buenos Aires está muy lejos... pero la voz le temblaba.
¿A quién de nosotros no le tiembla la voz? Al Negro nunca le dije nada de la carta ni de
la charla por teléfono. ¿Para qué? De vez en cuando, como ahora mismo acabo de hacerlo,
le insisto: ¿Por qué no te largás para Barcelona, boludo?, pero, no sé
cómo explicarlo; el Negro pone cara de susto y, en serio, es como si el Negro nunca
hubiese vuelto a salir, y no precisamente de un metejón.
La semana pasada, hablando, como siempre, de cómo hubiese sido si hubiésemos hecho lo
que no hicimos o no hubiésemos hecho lo que hicimos, le largué:
Negro, ¡estamos vivos! ¿Sabés lo que eso significa?
Sí, pero ¿vos qué salida le ves a todo esto?
La verdad es que yo tampoco veo nada. Pero, en vez de preguntarle ¿salida a
qué?, agarré y le dije:
¿Por qué no te largás para Barcelona, boludo?
El Negro se quedó callado y se puso oscurísimo. Yo opté por lo más fácil: Mirá
ese minón que pasa, Negro, para mí que lo hacen a propósito, son todas iguales...
Sí, pero lo mío es más grave: además de igual a todas, la Negra es diferente...
Al Negro, por primera vez en años, se le volvieron a iluminar los ojos. Algún día
saldremos.
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