Por Eduardo Videla
Cuando el sol
empezaba a iluminar la madrugada, unos 700 policías se apostaron en torno de la villa de
emergencia La Cava, en Beccar. Fue necesario semejante despliegue en ese pozo olvidado del
mundo para detener a dos chicos de 14 años, acusados de matar porque sí a una mujer de
60 años, en las primeras horas del lunes. Los jóvenes tienen antecedentes por robo y, en
forma extraoficial, habrían admitido su participación en el hecho. El virtual
esclarecimiento del homicidio según lo aseguraron fuentes judiciales y
policiales no acalló la polémica nacional por la inseguridad urbana, ante el pico
de delitos violentos de los últimos días, y que tuvo como detonante, justamente, el
asesinato de Rosa Vedia de Cassino, cerca de la villa. Los especialistas coinciden en que
la exclusión social y la impunidad por la ineficiencia policial y judicial son las que
alimentan el crecimiento del delito (ver aparte). Paradigmas que calzan como un guante en
el caso de los menores detenidos en La Cava.
Rosa Vedia fue baleada en Rolón y Tomkinson, cuando detuvo su auto frente al semáforo en
rojo. Iba con su marido y uno de sus hijos, y dos jóvenes se le acercaron para asaltarla.
Ella no se resistió, pero se agachó para alcanzarle su cartera a los ladrones. Como
respuesta recibió un balazo en la cabeza y murió en el acto. La absurda muerte de la
mujer provocó indignación general. Los investigadores pusieron énfasis para resolver el
caso con premura y el mismo lunes, horas después del crimen, ya tenían individualizados
a los presuntos autores.
Hicimos un plan de trabajo, con varias líneas de investigación. Fue gente a la
villa, donde siempre es difícil obtener información. Pero allí todo el mundo sabía
quiénes son los que cometen este tipo de hechos. Se les garantizó la reserva de su
identidad y esa gente colaboró, porque no quieren que se sigan cometiendo estos
hechos, dijo a Página/12 el fiscal Martín Etchegoyen Lynch, a cargo de la causa.
También se llegó a los presuntos homicidas por otra vía: los identikits elaborados a
partir del testimonio de quienes presenciaron el hecho, dos personas que viajaban a bordo
de un auto estacionado justo atrás del Peugeot 505 que conducía Rosa Vedia de Cassino.
Cuando vimos los identikits ya sabíamos quiénes eran: la gente de la seccional de
Beccar ya los conocía porque tenían antecedentes por robo, relató a este diario
el comisario Angel Márquez, segundo jefe del distrito San Isidro.
De ahí en más, sólo faltaba saber en qué casilla estaban, dijo Etchegoyen
Lynch. El dato llegó a última hora del martes, cuando el juez de Garantías subrogante
Federico Ecke, firmó la orden para allanar tres viviendas en la villa.
El propio juez y el fiscal llegaron a las 6 de la mañana a La Cava. Empezaba a clarear y
casi todos dormían. Desde una hora antes los esperaban más de 600 efectivos que habían
rodeado 23 manzanas que componen la villa. Dos helicópteros seguían desde el aire todo
el procedimiento.
Entramos con un grupo grande para imponer respeto, admitió el comisario
Márquez. La villa no es impenetrable, pero nosotros no queremos jugar de
héroes, aclaró. Así, junto a los funcionarios judiciales, ingresó una fuerza de
elite, bien pertrechada: efectivos del grupo Halcón y del Grupo Especial de Operaciones
(GEO). En dos de las tres casas allanadas estaban los jóvenes buscados.
Cuando supimos qué edad tenían nos quedamos helados, dijo el fiscal,
todavía sorprendido. Los testimonios reunidos hablaban de hombres jóvenes, de 18 a 20
años, pero no de chicos. Los dos estaban durmiendo cuando llegó la policía. Uno, en la
casa de su madre. El otro de nacionalidad chilena en la vivienda de su tío. A
este último se le encontró un revólver calibre 22, presumiblemente el arma homicida,
aunque habrá que esperar las pericias balísticas para asegurar que fue la utilizada para
cometer el crimen. Lo primero que hicieron fue mostrar sus documentos, su credencial
de impunidad, dijo el fiscal. No se resistieron y hasta admitieron su participación
en el hecho, aunque esa declaración no tiene ninguna validez, ya que quien debe
indagarlos es un juez de Menores. Incluso señalaron a un tercero como partícipe
del hecho, agregó el fiscal. Sin embargo, según los testigos, los que participaron
del ataque contra la mujer fueron sólo dos. Los adolescentes detenidos fueron trasladados
a la comisaría de Beccar, y quedaron a disposición del juez de Menores Néstor Camere.
El magistrado podría disponer una ronda de reconocimiento y tomarles declaración
indagatoria a partir de hoy. Por la gravedad del delito por el que se los acusa podrían
ser alojados en un instituto de menores.
El despliegue policial en la villa continuó hasta las 9, con operativos de control e
identificación de personas. Después, La Cava retornó a su rutina de barrio excluido de
cualquier intento de vivir con dignidad. Afuera continuaban la psicosis y la polémica.
Los excluidos de siempre
Por C. R.
El muro de ladrillo y cemento que separa el exclusivo barrio de Las Lomas, en San Isidro,
de la excluida villa La Cava, es un virtual monumento a la lucha de clases. De un lado,
algunos plantean eliminar a los molestos vecinos con kerosén y fósforos. Del
otro, chicos de 14 años matan o mueren para robar veinte pesos o escapar sin llevarse
nada. Allí viven unas 12.000 personas. El 40 por ciento son menores de 15 años, según
estadísticas de la Mutual de Tierras y Vivienda de La Cava.
Hoy no es un buen día para entrar a la villa, admite José Areco, titular de
la mutual. La gente está muy convulsionada por el operativo policial. María
L. (52), habitante de La Cava, dice que esta vez el operativo estuvo bien,
porque no fue violento. Elude arriesgar si los chicos son culpables, aunque reconoce que
hay muchas barritas peligrosas, que nos roban a nosotros o nos pegan si no tenemos
plata. Los rumores dicen que hasta robaron en la casa de los curas Aníbal Filippini
y Jorge García Cuerva, en el corazón de la villa, que debe su nombre a que creció en el
fondo de un pozo abierto sin razón alguna por la ex Obras Sanitarias. La Cava
es una maldición que debería desaparecer con la gente adentro, dice Pablo
(25), desde su auto importado. Para José Areco, en cambio, no es todo negro como lo
pintan. La mayoría aspira a vivir mejor, dice. Algo difícil con una
tasa del 40% de desocupación. Sólo un 30% tiene empleo fijo, y el otro 30 changuea
por dos pesos. |
LOS CHICOS DE LA CAVA SEGUN EL CURA DE LA
VILLA
No tienen proyecto de vida
Por Carlos Rodríguez
Es cierto que los
dos chicos, en este caso puntual, son victimarios, pero hay que pensar también que ellos
son víctimas de una situación de pobreza y marginalidad de la que no podemos hacerlos
responsables. El padre Aníbal Filippini (60) vive desde hace cinco años en
La 20, una villa al principio independiente que con el tiempo ha quedado
anexada a lo que es La Cava. Desde entonces es el párroco del barrio. La solución
es pensar dice mientras se señala la cabeza con ambas manos, pensar por qué
estos chicos pueden llegar a matar y cómo hacemos para que salgan de la calle, tengan
estudio, trabajo y la posibilidad de mejorar su calidad de vida. Para el padre
Filippini el problema no está solo dentro de la villa; hay que pensar que la droga,
el alcohol, las armas, la falta de trabajo llegan desde afuera, no son cosas que se
fabrican acá.
¿Cómo analiza la situación en La Cava después de vivir acá?
La realidad es que la gente trata de sobrevivir con changas, con bolsas de comida
que llegan por donaciones. Conseguir trabajo es muy difícil. Además de la falta de
oferta laboral, hay que pensar que un vecino de La Cava tiene una traba extra desde el
mismo momento en que da la dirección en donde vive. Eso sólo basta para que le nieguen
el trabajo.
Desde afuera suele señalarse a las villas como la causa principal de la inseguridad
pública. ¿Usted qué piensa?
No sé qué porcentaje de los muchachos que aquí viven pueden llegar a cometer un
delito. Yo los veo, son jóvenes, cada vez más jóvenes, quedan solos en su casa, están
a la deriva. La falta de una actividad productiva lleva a la vagancia, después llega la
violencia de afuera, con las armas, con las drogas, y se nos van de las manos. Pero hay
mucha gente que nunca cae en la delincuencia, aunque apenas sobreviva.
Hay quienes piensan que delincuente se nace. ¿Usted que cree?
Todos deberíamos preguntarnos eso: ¿Estos chicos son malos de nacimiento, son
malos porque son pobres o porque son villeros? No podemos pensar así. En el país se
habla mucho de inseguridad, de cómo combatirla, pero no se habla de los temas sociales
que causan inseguridad. Si no buscamos una salida vamos a vivir en un país fragmentado,
separado en barrios cerrados. Por un lado, los que cierran y ponen vigilancia privada y
por el otro la villa, también cerrada para los de afuera.
¿Y cuál sería la solución?
Con la Pastoral Social de San Isidro organizamos reuniones para hablar del tema.
Hubo expertos que hablaron del modelo Nueva York, donde los delitos se redujeron, pero
aumentaron las denuncias porque no se respetan los derechos humanos. También creció la
discriminación y las cárceles se llenaron de negros y latinos. A mí me pareció
interesante lo que contaron sobre Medellín, donde hay violencia extrema como en toda
Colombia. Allí se hizo un estudio sobre el perfil de los jóvenes que delinquen. Son
chicos sin proyecto de vida, que provienen de familias inestables o destrozadas por la
pobreza. Por eso se crearon fuentes de trabajo en las que se tomó en cuenta no su
rentabilidad sino la función social que cumplen.
¿Usted cree que el modelo sería válido para la Argentina?
Si se hace un estudio acá, es probable que encontremos el mismo perfil entre los
jóvenes que delinquen. Por eso hay que buscar soluciones en lo social. Nosotros les damos
educación a 1000 chicos pobres, desde el jardín maternal y hasta el polimodal. Pero
sabemos que siempre van a estar en inferioridad de condiciones cuando llegue la hora de
buscar trabajo. Es necesaria una política de Estado para que esos chicos puedan salir del
pozo. Yo soy lo que soy porque pude estudiar y porque tuve posibilidades. Si no las
hubiese tenido tal vez estaría en la misma situación.
fiscales contra jueces en san isidro
Están boicoteando el proceso de reforma
Por E.V.
Una de las causas
de la inseguridad, en San Isidro, es que los jueces de Garantías son demasiado benignos a
la hora de resolver las excarcelaciones. Esa situación desanima a la policía y a los
fiscales, se quejó ante Página/12 el fiscal de Cámaras de ese distrito judicial,
Julio Novo. Vemos un alto nivel de complacencia, de absoluta benignidad en la
aplicación del Código, se lamentó el funcionario, quien apuntó directamente
contra los jueces Diego Barroetabeña y Juan Makintach. El fiscal Martín Etchegoyen Lynch
fue más allá: Durante el turno de Barroetabeña, se produce el doble de delitos en
el distrito: los delincuentes ya saben que no van a estar presos durante más de cinco o
seis horas. Tampoco ahorró críticas hacia Makintach: Está boicoteando el
proceso de reforma judicial porque apunta a ser procurador después de las
elecciones, disparó. Makintach rechazó la acusación, que calificó como
agraviante, y descartó cualquier tipo de aspiración política personal.
La policía y los fiscales trabajan para aprehender a los delincuentes, y cuando se
pide al juez que confirme la detención los dejan en libertad, afirmó Novo. El
fiscal de Cámaras admitió que la regla general que impone el nuevo Código Procesal
en vigencia desde el 28 de setiembre es que el proceso debe llevarse a cabo
con el imputado en libertad, pero sostuvo que ese principio no es vinculante para el
juez. La libertad debe otorgarse cuando hay garantías de que el imputado
pueda ser encontrado cuando sea requerido por la Justicia, pero no cuando se sabe que vive
en una u otra villa, que no tiene domicilio fijo o tiene antecedentes penales,
explicó.
Etchegoyen Lynch puso como ejemplo el caso de un asaltante acusado de privación
ilegal de la libertad, que le puso una navaja a un bebé de seis meses y fue reconocido
por ocho personas. A los dos días de su detención me lo crucé lo más
campante por los pasillos de Tribunales. Cuando la Cámara le revocó la libertad, ya no
se lo pudo encontrar por ninguna parte. Para el fiscal, el juez Barroetabeña
le da excarcelaciones a todo el mundo. No está a la altura de su
función, aseguró. También cuestionó a Makintach que critica a los fiscales
por ineficientes, pero está boicoteando la reforma porque no pudo ser fiscal de
Cámara.
Makintach desmintió que aplique criterios libertarios en las excarcelaciones,
con los que no está de acuerdo. No critico el nuevo Código sino su
implementación, que respondió a tiempos electorales, cuestionó. No se puede
administrar justicia en un distrito como San Isidro, que comprende 1,6 millones de
personas, con sólo 9 fiscales, insistió. El magistrado rechazó así que sus
críticas obedezcan a compromisos políticos. Es un argumento que usan para
descalificar mi opinión, respondió.
OPINION
Esos
Por J.M. Pasquini Durán |
Ahora
ahí sólo quedan historias desgraciadas y, a lo mejor, hedores de sus adrenalinas, las
que fluyeron antes del asalto, que iba a ser pan comido, y las que llegaron luego del
crimen, imperdonable, que terminó con varias vidas de un solo balazo. Después de
apresarlos, el jefe policial contó a los cronistas que se acusaban uno al otro como
chicos sorprendidos en una travesura. Es que son dos chicos, verdugos y víctimas al mismo
tiempo.
Tienen casi la misma edad que la democracia. Nacieron en una sociedad cuajada de
expectativas optimistas, porque con la democracia se come, se educa, se cura.
No se enteraron entonces de esas promesas, aunque sufrieron los efectos de las
desilusiones que fueron sustituyendo a las esperanzas. Los dos estaban al borde de la
primaria cuando la hiperinflación y los golpes de mercado desmoronaron el
primer sexenio de la libertad recuperada. Otra palabra .libertad que recién
hoy, tal vez, haya encontrado sentido para ellos, porque la perdieron. En su barrio, más
de uno entre los adultos debió confiar de nuevo en otras promesas: el
salariazo, la revolución productiva, el sueño perdido del
peronismo de los pobres. Hace nueve años, ellos esperaban todavía a los Reyes Magos.
Sería contundente, y a la vez casi pueril, explicar la tragedia a través de la fácil
relación entre pobreza y delito. No todos los pobres son delincuentes ni todos los
malandras son de origen humilde o marginal. Lo que sí puede asegurarse es que la inmensa
mayoría de los presos son miembros de la pobreza. Los otros, como los secuestradores de
bebés, los traficantes de armas o los coimeros, son los que zafan, gozadores de
impunidad. Para reafirmar la diferencia, basta con imaginarse a estos muchachos en arresto
domiciliario, ahí mismo donde los agarraron. Además, en estos tiempos de exclusiones
masivas, la pobreza y la marginalidad no son géneros unívocos, sino zonas de
pluralidades existenciales muy distintas.
Una académica rosarina (Ana Esther Koldorf, Barrio, mujeres y estrategias),
sin agotar la lista, enumeró algunos matices de la pobreza: Están los que nunca
fueron pobres, los que quisieron levantar cabeza y no lo lograron, los que se
hundieron mucho más aún. La brutal caída de los ingresos fabricó nuevos y múltiples
sectores y aplastó a una considerable fracción de quienes ya lo padecían. Hay pobres
educados y otros que no terminan primer grado, pobres que viven en casillas
miserables y ex miembros de la clase media que no llegan a fin de mes pero conservan el
viejo auto. Están los que comparten el barrio, se reconocen, se ayudan. Y también los
nuevos dispersos, intentando arreglárselas solos, aferrados a lo que
fueron. En La Cava misma está el área grande, la chica y
los monobloques. A ver quién puede decir que sus pobladores son todos lo mismo, sin
incurrir en prejuicios o estereotipos. No son esos, son parte del mismo mapa
urbano de todos.
Cierto es que hay más delincuencia en la vida cotidiana y que la violencia en cada
delito, aún en los más simples, es cada vez más irracional. La pobreza y la
marginalidad son, sin duda, factores concurrentes, pero no únicos ni excluyentes. Hay que
contabilizar la desesperanza, el escepticismo sin horizonte, la pérdida de valor de la
vida, la humillación de la miseria, la incitación al consumo incesante, el deseo de
pasar, así sea a la fuerza, al otro lado de la pantalla del televisor, allí donde están
los ricos, los impunes, los ganadores, lasbellezas, las cosas... los felices. De lo
contrario, sólo queda la venganza, porque la sociedad se parte entre víctimas y
victimarios, aunque más de una vez sea difícil distinguir cuál es cuál.
Por eso, ninguna política de seguridad, para ser efectiva, puede reducirse a las
dotaciones policiales, a los tribunales y a las prisiones. Esos tres elementos deben ser
mejores de lo que son, de eso no hay duda. Aún así no alcanzaría, como tampoco las
prohibiciones son suficientes. Es preciso que esos dejen de ser invisibles,
como lo fueron estos dos muchachitos hasta el momento de la sangre. ¿Cuántos como ellos,
en este Día de Reyes, están mascando la impotencia de vidas sin destino, porque el país
está dominado por la idea de que sólo unos pocos, entre muchos, tienen derechos que
deberían ser comunes en lugar de irritantes privilegios?
Comprender no es justificar. Cometieron un crimen atroz y la primera solidaridad es para
los que lloran una muerte absurda, que por casual es más absurda todavía. Pero lo
injustificable no tiene que ser fatal, inexorable. Sólo puede ser así si las cuentas
importan más que la gente. De ahí que las verdaderas y eficaces políticas de seguridad
forman parte, en realidad, de una cultura de bien común. Nueva York no es hoy más segura
porque encontró una mano dura, sino porque Estados Unidos también vive una etapa de
floreciente economía, con la menor tasa de desempleo del último medio siglo. Por lo
mismo, esa sociedad ha disculpado los desvaríos de su presidente, mientras que aquí,
donde en el último año quebraron 28 mil comercios minoristas y hay exclusión social
masiva, dos chicos que no tienen edad para votar van camino a una prisión, donde
completarán su instrucción como delincuentes para toda la vida. Maldita sea, ¿es que
nadie tiene el poder para que la compasión con las víctimas y los infelices sea parte de
la convivencia? |
|